La carta 91. Raul Ramos
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—Venga, que esta escena me la encuentro yo cada vez que recojo a alguien. No vamos a estar aquí toda la noche —dijo el conductor, desesperado, acercándose para separar a la pareja.
—Deles un minuto, por favor —solicitó el señor Stein reteniendo al piloto con el brazo. El conductor asintió, asustado por el tono que había adoptado el hombre.
Pero un minuto no sería suficiente. Ni siquiera todo el tiempo del mundo habría permitido que Rachel quisiera separarse de Adam por voluntad propia. Tuvieron que forzarle a ello sus amigos, que les separaron mientras Rachel decía entre lágrimas y mucosidades «vuelve, Adam, vuelve pronto, por favor…».
El conductor abrió la parte trasera del camión. Adam se dirigió hacia allí y dentro encontró al menos una docena de hombres que, como él, mostraban evidente temor en su rostro. Antes de subir, miró una última vez a Rachel, retenida en su posición por Luke y Logan. Observó a la chica y grabó su imagen en su mente, pues acordarse de ella sería su tabla de náufrago cuando las cosas se pusieran complicadas de verdad. Dirigió su mirada hacia su padre, que inclinó la cabeza en señal de respeto, y de nuevo volvió a mirar a su amada. Cuando cargó su corazón con la imagen de Rachel, subió al camión militar, que no tardó en arrancar y comenzar a alejarse de allí.
En un momento en el que Logan y Luke cedieron, pensando que todo estaba ya hecho, Rachel se escapó y comenzó a correr tras el vehículo a toda la velocidad que sus cortas piernas le permitían. «¡Vuelve! ¡Adam, vuelve, por favor!», gritaba una y otra vez mientras el ardor en sus muslos se hacía más fuerte, impidiéndole mantener el ritmo y haciendo que el camión pareciera cada vez más pequeño. El sudor se mezcló con las lágrimas que no dejaban de cesar y aquella mezcla debía de ser tóxica, pues su corazón respondía con más y más dolor. Aguantó la carrera todo lo que pudo hasta que fue incapaz de perseguir un camión que se llevaba a su amado.
Lo vio marcharse y estiró el brazo una última vez como si pudiera atravesar el tiempo y el espacio con él para agarrarle, para traerle de vuelta con ella. Entonces, en la extrema negrura de la noche, se sintió sola. No recordaba haber estado sin él en su vida. Un vacío enorme la invadió, un hueco que pronto empezó a llenarse de temor y desesperanza.
«Vuelve, Adam. Vuelve pronto, por favor…».
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