La carta 91. Raul Ramos

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La carta 91 - Raul Ramos

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claramente visible y porque intentaba esconderse en su asiento—. Por favor, Rachel. ¿Podrías venir un momento?

      Las personas que había sentadas al lado de la chica se levantaron para permitir su paso, no dejándole otra opción que salir de su guarida y avanzar al encuentro de su amado. Lo hizo lentamente y encogida, como si quisiera hacer su cuerpo más pequeño para no recibir tantas miradas por unidad de superficie, de la misma manera que el frío tendía a encoger los cuerpos para exponerlos menos a las bajas temperaturas. Avanzó a paso lento e inseguro, sintiendo que el pasillo que había entre las sillas se convertía en una cuerda floja que podía enviarle sin contemplación al abismo, tal era su nerviosismo. Finalmente, se encontró con su amado y con la sincera sonrisa que le ofrecía.

      —Ella es Rachel Green —dijo Adam. La chica se decidió a alzar la cabeza para observarle—. La conozco desde que éramos niños y la amo desde que tengo capacidad de hacerlo. —A medida que aumentaba el discurso, a Adam le temblaban más los labios, el pecho se le encogía de emoción—. No recuerdo un momento importante de mi vida en el que ella no haya participado, y no imagino un instante en mi vida futura en el que ella no esté. Si por algo he escogido esta profesión que desafía a la muerte, es para protegerla a ella, porque sin ella yo sería incapaz de vivir. Y hoy, en un día tan importante para mí y delante de tanta gente, soy incapaz de aguantar un segundo más sin decirle que quiero estar el resto de mi vida con ella.

      Adam buscó en su bolsillo una cajita, le costó dar con ella debido a su escasa costumbre de vestir aquel tipo de pantalón. Finalmente, se hizo con ella. La sacó al exterior provocando que el rubor se expandiera por toda la cara de su amada, que ya intuía la situación. Adam abrió la caja, hincó la rodilla en el frío suelo y se dirigió a Rachel.

      —Rachel Green, ¿quieres hacerme la persona más feliz del mundo convirtiéndote en mi esposa?

      Rachel entrelazó sus manos nerviosas, las llevó a su pecho. Su cuerpo respondía con involuntarios movimientos espasmódicos como resultado de su interior, que se había revolucionado como una fábrica a todo rendimiento. Quiso esperar para darle algo de intensidad a la escena, pero no pudo. Estaba deseando responder.

      —¡Sí! ¡Sí quiero! ¡Por supuesto que quiero!

      Rachel se lanzó a los brazos de Adam, que la rodeó con los suyos y se fundieron en un intenso y emotivo abrazo. Tuvo que hacer malabares para que la caja del anillo no se cayera. La chica le apretaba con tanta fuerza que apenas le dejaba respirar, como si quisiera demostrar que no quería alejarse de él nunca. Se besaron en un arrebato de sincero y puro amor.

      Cuando consiguieron separarse, Adam cogió el anillo de compromiso para ponerlo en el dedo de su amada, pero la torpeza y sus manos, aún temblorosas, hicieron que se le resbalara y cayera al suelo para júbilo de los presentes. Lo recogió y lo colocó en el dedo anular de Rachel, estableciendo así un compromiso que esperaba cerrar con el matrimonio cuando tuvieran ocasión. Pero lo más importante, que era expresarle su amor y su deseo de estar con ella toda la vida, ya estaba hecho.

      Los asistentes comenzaron a levantarse para felicitar a Adam, tanto por el compromiso que acababa de adquirir como por la exposición de su trabajo universitario, y fueron retirándose. Más allá de su deber como estudiante, Adam quería salir de allí para celebrar que había convertido a Rachel en su prometida. De hecho, decírselo en un momento tan importante para su carrera académica era una forma de demostrarle que ella estaba por delante de todo, que iba a dejar de medir cada acción suya y que iba a prevalecer siempre el hecho de estar juntos, por encima de cualquier expectativa o situación. Acababa de descubrir que había algo más allá de sus éxitos como médico o de sus planes de futuro. Se dio cuenta de que lo único importante era estar con Rachel y nada más. Sabía que nada podía perjudicarle si ella estaba a su lado, de igual manera que toda posesión o todo lujo no tendría ningún sentido si no era para compartirlo con su amada.

      Tras las despedidas formales, Adam salió del aula agarrado de la mano de su prometida, que era incapaz de soltarle. De hecho, le había agarrado más fuerte cuando los empresarios le habían sugerido a Adam comer con ellos para hablar de negocios. No, aquel día no. Aquel día, Adam era para ella sola. Aunque, en aquel momento, al que no podrían ni querían quitarse de encima era a Logan, que estaba deseando celebrar aquel momento con la feliz pareja. Tras sinceros abrazos y felicitaciones varias por parte de Logan, los tres decidieron tomar algo en la cantina de la universidad para comentar el reciente acontecimiento.

      Ya en el lugar de recreo y con las bebidas servidas, comenzaron a hablar sobre el tema estrella del día.

      —Yo ya se lo sugerí —se adelantó Logan—, le dije que debíais comprometeros. Si es que se ve de lejos que estáis destinados a vivir juntos.

      —Ya, pero no era tan fácil hacerlo… —se excusó Adam.

      —¿No? ¿Y por qué no? —preguntó Rachel curiosa—. ¿Acaso te arrepientes? ¿Todavía no nos hemos casado y ya dudas?

      —¡No! ¡En absoluto! Es que… tenía miedo de no ser capaz de darte la vida que te mereces… Por eso…

      —No seas estúpido, Adam —terció Logan—. Si en la práctica lleváis comprometidos desde que os conocisteis, que es, desde… ¿Desde cuándo os conocéis?

      —Desde que éramos niños —aclaró Rachel—. Desde que yo recuerdo, de hecho. No tengo en mi mente recuerdos en los que él no esté…

      —Pues eso. Lo que yo decía. Siempre habéis estado juntos —continuó el amigo de la pareja—. Esa es la verdadera prueba de vuestro amor. Y siempre lo estaréis, no me cabe duda. No hay nada que pueda separaros. Y yo brindo por ello.

      Adam y Rachel alzaron sus copas, las chocaron con la de Logan. El sonido de un fuerte portazo hizo que los tres giraran la cabeza. Reconocieron a Luke entrando al lugar por su característico sombrero. Los buscó con la mirada y cuando se acercó les pareció que había algo extraño en su rostro, aunque no supieron identificar si era miedo o excitación.

      —Chicos, tengo algo urgente que deciros —expuso Luke al llegar a la mesa en la que se encontraban.

      —Y nosotros —se adelantó Logan—. Rachel y Adam se casan.

      Luke los miró sin mostrar alegría. No sabía si romper aquel maravilloso momento, pero… tenía que contarles lo que había escuchado.

      —Me alegro, chicos. Pero habéis elegido un mal día para decidirlo. —Luke se sentó en la única silla libre que quedaba en torno a la mesa. Suspiró—. Los japoneses han atacado la flota estadounidense de Pearl Harbor. He estado informándome bien, por eso no he venido a clase esta mañana.

      —¿Estás seguro? —preguntó Logan, que nunca se fiaba de las especulaciones del joven.

      —Pronto lo anunciarán los medios de comunicación. Es terrible —calificó Luke, por si no se habían dado cuenta de la gravedad del asunto—. Roosevelt no puede quedarse de brazos cruzados ante este acto tan infame. ¡Nos han atacado a traición! ¡Sin avisar! —El joven golpeó la mesa con su puño—. Se habla de más de dos mil muertos. Tenemos que pedir venganza.

      —Calma, Luke —solicitó Adam mientras apretaba contra sí a Rachel, que comenzaba a asustarse.

      —¡Os lo dije! —exclamó Luke, cada vez más alterado—. No podíamos permanecer sin hacer nada. Decíais que lo que pasaba fuera de Estados Unidos no era cosa nuestra… De acuerdo, pues ya lo es. Ya estamos en guerra. El presidente lo anunciará en breve…

      —¿Y

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