Neoliberalismo y globalización en la agricultura del sur de Chile, 1973-2019. Fabián Almonacid Z.
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En la experiencia de quienes hemos estado arrastrados por los carros del progreso (aún cuando la maquinaria no sea de última generación) podemos decir que, cuentas más, cuentas menos, nos hemos alejado de esos países del tercer mundo (algunos de los estados centroamericanos, una mayoría del África, regiones del Asia), y que, en algunos momentos hemos pensado que estábamos haciéndolo bien, incluso en el caso de la agricultura.
Este libro de Fabián Almonacid nos hace un balance ajustado de lo que realmente ha sucedido en términos de una región que no es cualesquiera, sino que, por el contrario, fue vista a lo menos como la región norte europea del Sur de Chile. Algunas razones asistían esa mirada, aun cuando ella no se originó precisamente en la propia gente del común. Aún así, dos reflexiones generales más. Los problemas centrales tienen que ver con un tipo de modernización del agro que hace 50 años atrás difícilmente se podía imaginar en su materialización acelerada y excluyente.
En primer lugar, y podemos ya pensar la situación para nuestra propia sociedad: la modernización del agro. Recordaré nuevamente a Hobsbawm y otro de sus clásicos: El Capitán Swing. Fines del siglo XVIII, primera mitad del siglo XIX. Desplazamiento, en baja intensidad, pero no menos eficaz, de la máquina industrial hacia la maquinaria agrícola. Respuesta de los trabajadores en 1830, el movimiento Swing, no para destruir la antigua sociedad, sino para restaurar sus derechos. Se trataba de la no aceptación de las máquinas que les privaban del derecho a trabajar y a ganar un salario de subsistencia. Nos señala Hobsbawm y su colega Rudé:
Para terminar con las revueltas, las autoridades adoptaron una serie de medidas, algunas militares, otras judiciales o políticas; algunas represivas, otras conciliatorias. No se puede saber cuál de estas medidas fue la más eficaz. Pero existen por cierto grandes probabilidades de que en algunos condados, las revueltas, habiendo cumplido su ciclo, muriesen de muerte natural sin verse demasiado afectadas, en un sentido o en otro, por la activa intervención del Gobierno o de los jueces.
Sin embargo, parece probable que —al menos en Kent— los disturbios no se hubiesen prolongado tanto ni se hubiesen propagado con tanta intensidad hacia otros condados, si el Gobierno hubiese tenido los medios, y los arrendatarios y jueces, los medios y la decisión de controlarlos. Pero la administración local estaba aun en manos de una reducida clase privilegiada —compuesta por la burguesía rural y los párrocos de la Iglesia anglicana— que no disponía ni de la energía ni de los medios necesarios para hacer frente a semejante emergencia (Hobsbawm & Rudé, 2009: 347).
Los campesinos no tenían el control de nada. Intentaron resistir. Quizás estaban más confundidos que claros para tener su propio proyecto social, que contuviese igualmente razonamientos propios del mercado en el cual no participaban directamente. Para muchos, aun cuando sea siempre discutible, en el mediano o largo plazo, la modernización mejoró las condiciones de vida de ese campesinado. La proletarización, el régimen de salario, les permitió sobrevivir mejor que en un régimen de producción tradicional o señorial. A pesar de los ejercicios intelectuales del MIT norteamericano y otros estudios más actuales sobre historia contrafactual, es muy difícil saber que hubiese pasado si no hubiese pasado lo que pasó1. Me lleva a la segunda reflexión.
Tuvimos nuestra propia Reforma Agraria. Hace dos, tres años, se celebraban los 50 años de su ejecutoria. Muy pocos la recordaron, pero tampoco fue soslayada. En la oportunidad, en el acto oficial del Gobierno para hacerla presente, uno de los oradores, el dirigente campesino Óscar de la Fuente, citó al caudillo inca Tupac Amaru para graficar el impacto de la controversial medida aplicada en los campos chilenos entre 1967 y 1973: «Había llegado la hora de decir, el patrón no comerá más de tu sudor». Las palabras de De la Fuente fueron oídas por un auditorio encabezado por la presidenta Michelle Bachelet y que incluyó, en primera fila, al exvicepresidente de la Cora Rafael Moreno y al exministro de Agricultura Jacques Chonchol, figuras clave del proceso que implicó la expropiación de 10 millones de hectáreas en un sexenio, la transformación completa del agro nacional y la abertura de una «herida» que a la vuelta de cinco décadas se niega a cicatrizar en una parte de la ciudadanía (Pinto, 2007). En el mismo año, el propio Jacques Chonchol, el ministro de Salvador Allende encargado de intensificar su proceso de implantación, escribió parte de lo que fue sucediendo, en lo esencial:
Se empezaron a presentar ciertos problemas en los asentamientos, como la forma transitoria de organización al interior de un fundo expropiado, especialmente en relación a su estructura interna y en sus relaciones externas, que iban a veces contra los objetivos perseguidos. En parte, se consideró que los inconvenientes provenían de la forma de expropiación predio a predio, en forma independiente; es decir, se expropiaba un fundo y allí se constituía un asentamiento. Al reducirse el terreno, muchos de los asentamientos eran demasiado pequeños considerando el número de asentados y la exclusión de los terrenos que quedaban para la reserva patronal. Todo esto impedía planificar bien el cambio de explotación y desarrollar en un sentido más amplio la mentalidad de los campesinos, que se mantenía muy localista dentro de los límites físicos del antiguo fundo… Además, se dejaba al margen a mucha gente que teniendo relación con el fundo no eran inquilinos...
Los procesos sociales tienen su propia dinámica; empiezan muy lentamente, pero a medida que avanzan y toman impulso, van adquiriendo más fuerza y velocidad y, por lo tanto, se generan mayores conflictos. Y esta fue una época de crecientes conflictos. En primer lugar, entre el Gobierno y los gremios patronales agrícolas, especialmente con las organizaciones del sur, de Temuco, de Valdivia, de Osorno. Se trataba de agricultores, dueños de fundos realmente importantes, acostumbrados a dominar en su zona...
Asimismo, fue un tiempo en el que se evidenciaron importantes diferencias políticas entre los diversos sectores que componían la coalición oficialista, tensionando internamente al Gobierno. En el ámbito de la política agraria, los desacuerdos se hicieron notar en aspectos como el régimen de propiedad de la tierra y los modos de organización y movilización del campesinado (Chonchol, 2017: 197 y 201).
Está bien. Proceso inconcluso. Quizás ya en plena ejecución con graves distorsiones respecto a sus objetivos, especialmente en términos de la modernización del agro y del aumento de sus capacidades productivas a manos de sus propios trabajadores. Según datos registrados por el propio Chonchol, en 1972 la tasa de crecimiento de la producción caía a un 2%, muy alejada del 6% obtenida en el año anterior. Difícil, nuevamente, intentar pensar qué hubiese pasado con la agricultura chilena si no hubiese pasado lo que pasó en 1973. En todo caso, sí podemos observar que se trató no solo de la muerte de un sueño anhelado, aun cuando quizás nunca pensado o racionalizado para el momento en que se debía asumir la conducción de la propia vida tan apreciada por la canción popular hecha para los campesinos por no campesinos; sino además del propio proceso chileno para entrar también en la muerte del campesinado: el que conocíamos hace 50, 40 años atrás; el que todavía es posible ver, en términos muy reducidos a través de programas de cultura y entretención de TV, que recorren Chile para llegar a sus parajes más escondidos y a sus gentes más tradicionales.
¿Qué es Chile hoy en día? Es un país urbano. En el año 2017 se estimaba que el 40,7% de la población del país vivía en la Región Metropolitana. La Región Metropolitana es la que concentra el mayor número de habitantes, con 7.314.176 personas. Le siguen la Región del Biobío (11,7%), Valparaíso, (10,1%) y el Maule (5%): “Se trata de una estimación de la población total. La cifra del Censo no necesariamente