Los Ungidos. Elena G. de White

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Los Ungidos - Elena G. de White Serie Conflicto

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La tarea del Israel espiritual

       La luz penetrará la oscuridad del mundo

       Capítulo 60

       Visiones de un futuro glorioso

       El orgullo humano será humillado

       La resurrección de los muertos

       Cómo será la vida en la Tierra Nueva

      Prefacio

      Este libro es una traducción y adaptación del libro From Splendor to Shadow, la edición condensada del clásico de Elena de White Profetas y reyes. El libro condensado incluía todos los capítulos del original, y utilizaba las palabras de Elena de White, pero con un texto reducido.

      Esta adaptación, Los Ungidos, da un paso más en ese sentido, y utiliza algunas palabras, expresiones y estructuras más familiares para los lectores del siglo XXI. El libro, sin embargo, no es una paráfrasis. Sigue el texto de la edición condensada frase por frase, y mantiene la fuerza de la composición literaria de Elena de White. Esperamos que los lectores que se acercan por primera vez a los escritos de Elena de White disfruten de esta adaptación y desarrollen el deseo de leer otros libros de su autoría.

      Salvo que se indique lo contrario, los textos bíblicos fueron extraídos de la Nueva Versión Internacional. Otras versiones utilizadas son la Reina-Valera, revisión de 1960 (RVR); la Reina-Valera Antigua (RVA); la Biblia de Jerusalén (BJ); y la Versión Moderna (VM).

      Muchos de los capítulos están basados en textos bíblicos, explicitados al comienzo. Las citas bíblicas que están dentro de esos textos se detallan solo con número de capítulo y de versículo.

      Los Ungidos comienza con el relato del glorioso reinado de Salomón sobre Israel. Aquí repasamos la historia de un pueblo favorecido y escogido, que oscilaba entre la lealtad a Dios y a los dioses de las naciones limítrofes. Lo más importante es que en el fascinante estudio de personajes de reyes, líderes y profetas de una era turbulenta, encontramos evidencias dramáticas del conflicto furioso entre Cristo y Satanás por el corazón de hombres y mujeres. Los capítulos finales del libro hablan de la venida de Cristo a la nación judía, y al mundo, como su verdadera Realeza, y de su Reino, que finalmente deshará toda la ruina que la humanidad –regia o no– ha acarreado sobre la Tierra mediante el pecado.

      Es nuestro deseo y oración que muchos más lectores puedan acercarse a Dios por medio de estos libros y su presentación de temas bíblicos.

      LOS EDITORES.

      Introducción

      El destino glorioso que Israel podría haber tenido

      Cuando Dios llamó a Abraham para que saliera de entre su parentela idólatra, y lo invitó a que morase en la Tierra de Canaán, lo hizo con el fin de otorgar los más ricos dones del Cielo a todos los pueblos de la Tierra. “Haré de ti –le dijo– una nación grande, y te bendeciré; haré famoso tu nombre, y serás una bendición” (Gén. 12:2). Abraham recibió la alta distinción de ser padre del pueblo que durante siglos habría de conservar la verdad de Dios para el mundo, el pueblo por medio del cual todas las naciones iban a ser bendecidas en el advenimiento del Mesías prometido.

      Los hombres casi habían perdido el conocimiento del Dios verdadero. Sus mentes estaban entenebrecidas por la idolatría. Sin embargo, en su misericordia, Dios no les quitaba la existencia. Quería que los principios revelados por su pueblo fuesen el medio de restaurar la imagen moral de Dios en el hombre.

      La Ley de Dios debía ser exaltada, y esta obra grande fue confiada a la casa de Israel. Dios la separó del mundo, y quiso conservar por su medio el conocimiento de sí mismo entre los hombres. Así debía oírse una voz que suplicara a todos los pueblos que se apartasen de la idolatría para servir al Dios vivo.

      Dios sacó a su pueblo elegido de la Tierra de Egipto para así llevarlos a una Tierra buena, una Tierra que había preparado para que les sirviese de refugio contra sus enemigos. En reconocimiento de su bondad y misericordia, ellos debían exaltar su nombre y hacerlo glorioso en la Tierra. Milagrosamente protegidos de los peligros que toleraron en su peregrinación por el desierto, quedaron finalmente establecidos en la Tierra Prometida como nación favorecida.

      Isaías relató patéticamente cómo Dios llamó y preparó a Israel: “Mi amigo querido tenía una viña en una ladera fértil. La cavó, la limpió de piedras y la plantó con las mejores cepas. Edificó una torre en medio de ella y además preparó un lagar. Él esperaba que diera buenas uvas, pero acabó dando uvas agrias” (Isa. 51:1, 2).

      El profeta declaró: “La viña del Señor Todopoderoso es el pueblo de Israel; los hombres de Judá son su huerto preferido” (vers. 7).

      Estaba cercado por los preceptos de su Ley, los principios eternos de verdad, justicia y pureza. La obediencia a estos principios debía ser su protección, porque le impediría destruirse a sí mismo por causa de prácticas pecaminosas. Como torre del viñedo, Dios puso su santo Templo en medio de la Tierra. Cristo era su instructor, su maestro y guía. En el Templo, su gloria moraba en la santa Shekina sobre el propiciatorio. El propósito de Dios les fue manifestado por medio de Moisés y fueron aclaradas las condiciones de su prosperidad. “Porque para el Señor tu Dios tú eres un pueblo santo; él te eligió para que fueras su posesión exclusiva entre todos los pueblos de la Tierra. [...] Hoy has declarado que el Señor es tu Dios y que andarás en sus caminos, que prestarás oído a su voz y que cumplirás sus preceptos, Mandamientos y normas. Por su parte, hoy mismo el Señor ha declarado que tú eres su pueblo, su posesión preciosa, tal como lo prometió. Obedece, pues, todos sus Mandamientos. El Señor ha declarado que te pondrá por encima de todas las naciones que ha formado, para que seas alabado y recibas fama y honra. Serás una nación consagrada al Señor tu Dios” (Deut. 7:6; 26:17-19).

      Dios quería que mediante la revelación de su carácter por parte de Israel, los hombres fuesen atraídos a él. La invitación del evangelio debía ser dada a todo el mundo. Por medio de la enseñanza del sistema de sacrificios, Cristo debía ser elevado, y todos los que mirasen a él se unirían con su pueblo escogido. A medida que aumentase el número de los israelitas, debían ensanchar sus términos hasta que su reino abarcase el mundo.

      Pero el Israel antiguo no cumplió el propósito de Dios. El Señor declaró: “Yo te planté, como vid selecta, con semilla genuina. ¿Cómo es que te has convertido en una vid degenerada y extraña?” “Yo esperaba que diera buenas uvas; ¿por qué dio uvas agrias? Voy a decirles lo que haré con mi viña: Le quitaré su cerco, y será destruida; derribaré su muro, y será pisoteada. [...] Él esperaba justicia, pero encontró ríos de sangre; esperaba rectitud, pero encontró gritos de angustia” (Jer. 2:21; Isa. 5:3-7).

      Al negarse a cumplir su pacto, se separaría de la bendición de él. A veces, en su historia se olvidaron de Dios y lo privaron del servicio que él requería de ellos, y privaron a sus semejantes del liderazgo religioso y el ejemplo santo.

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