Los Ungidos. Elena G. de White

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Los Ungidos - Elena G. de White Serie Conflicto

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corazón paternal, Dios le señaló sus pecados, y esperó su reconocimiento. Envió profetas y mensajeros para instarlos a aceptar los derechos de su Señor; pero en vez de ser bienvenidos, esos hombres de discernimiento y poder espirituales fueron tratados como enemigos. Dios mandó a otros mensajeros, pero también fueron odiados y perseguidos.

      El hecho de que el favor divino les fuera retirado durante el destierro indujo a muchos a arrepentirse. Sin embargo, después de regresar a la Tierra Prometida, el pueblo judío repitió los errores de generaciones anteriores, y se puso en conflicto político con las naciones circundantes. Los profetas a quienes Dios envió para corregir los males prevalecientes, fueron recibidos con suspicacia y desprecio. Así, de siglo en siglo, los guardianes de la viña fueron aumentando su culpabilidad.

      La buena cepa plantada por el Labrador divino en las colinas de Palestina fue despreciada por los hombres de Israel, y finalmente fue arrojada por encima de la cerca. El Viñatero sacó la vid, y volvió a plantarla, pero al otro lado de la cerca, de modo que la cepa ya no fuese visible. Las ramas colgaban por encima de la cerca, y podían unírseles injertos, pero el tronco mismo fue puesto donde el poder de los hombres no pudiese alcanzarlo ni dañarlo.

      Para la iglesia de Dios hoy, que custodia su viña en la Tierra, resultan de un valor especial los mensajes de consejo y reprensión dados por los profetas. En las enseñanzas de los profetas, el amor de Dios hacia la raza perdida y el plan que trazó para salvarla quedan claramente revelados. El tema de los mensajeros que Dios envió a su iglesia a través de los siglos transcurridos fue la historia del llamamiento dirigido a Israel, sus éxitos y fracasos, cómo recobró el favor divino, cómo rechazó al Señor de la viña, y un remanente que lleva adelante su plan.

      El Señor de la viña está ahora mismo juntando de entre los hombres de todas las naciones y todos los pueblos los preciosos frutos que ha estado aguardando desde hace mucho. Pronto vendrá por ellos; y en aquel alegre día se habrá cumplido finalmente su eterno propósito. “Días vendrán en que Jacob echará raíces, en que Israel retoñará y florecerá, y llenará el mundo con sus frutos” (Isa. 27:6).

      Capítulo 1

      El comienzo espectacular de Salomón

      Durante el reinado de David y de Salomón, Israel tuvo muchas oportunidades de ejercer una influencia poderosa en favor de la verdad y la justicia. El nombre de Jehová fue ensalzado y honrado. Los paganos que buscaban la verdad no eran despedidos insatisfechos. Se producían conversiones, y la iglesia de Dios en la Tierra prosperaba.

      Salomón fue ungido y proclamado rey durante los últimos años de su padre David. La primera parte de su vida fue muy promisoria, y Dios quería que progresase cada vez más a semejanza del carácter de Dios. De este modo inspiraría en el pueblo el deseo de desempeñar su cometido sagrado como depositario de la verdad divina. David sabía que para desempeñar el cometido con el cual Dios se había complacido en honrar a su hijo Salomón, era necesario que el joven gobernante no fuese simplemente un guerrero, un estadista y un soberano, sino un hombre fuerte y bueno, un maestro de justicia, un ejemplo de fidelidad. Con fervor, David instó a Salomón a que fuese noble, a mostrar misericordia hacia sus súbditos, y a que en su trato con las naciones de la Tierra honrase el nombre de Dios y manifestase la belleza de la santidad. “Habrá un justo que gobierne entre los hombres, que gobierne en el temor de Dios” (2 Sam. 23:3, 4, RVR).

      En su juventud Salomón tomó la misma decisión que David, y por muchos años rindió estricta obediencia a los Mandamientos de Dios. Al principio de su reinado fue a Gabaón, donde todavía estaba el tabernáculo construido en el desierto, y con los consejeros que había escogido y “los jefes de mil y de cien [...] los gobernantes y [...] todos los jefes de las familias patriarcales de Israel” (2 Crón. 1:2), participó en el ofrecimiento de sacrificios para adorar a Dios y para consagrarse plenamente a su servicio. Salomón sabía que quienes llevan pesadas responsabilidades deben recurrir a la Fuente de sabiduría para obtener dirección. Esto lo indujo a alentar a sus consejeros para que se aseguraran la aceptación de Dios.

      Sobre todos los bienes terrenales, el rey deseaba sabiduría y entendimiento, un corazón grande y un espíritu tierno. Esa noche el Señor apareció a Salomón en un sueño y le dijo: “Pídeme lo que quieras”. En respuesta, el joven e inexperto gobernante expresó su sentimiento de incapacidad y su deseo de ayuda. Dijo: “Ahora, Señor mi Dios, me has hecho rey en lugar de mi padre David. No soy más que un muchacho, y apenas sé cómo comportarme. [...] Yo te ruego que le des a tu siervo discernimiento para gobernar a tu pueblo y para distinguir entre el bien y el mal. De lo contrario, ¿quién podrá gobernar a este gran pueblo tuyo?

      “Al Señor le agradó que Salomón hubiera hecho esa petición.

      “Como has pedido esto –dijo Dios a Salomón–, y no larga vida ni riquezas para ti, ni has pedido la muerte de tus enemigos, sino discernimiento para administrar justicia, voy a concederte lo que has pedido. Te daré un corazón sabio y prudente, como nadie antes de ti lo ha tenido ni lo tendrá después.Además, aunque no me lo has pedido, te daré tantas riquezas y esplendor que en toda tu vida ningún rey podrá compararse contigo.

      “Si andas por mis sendas y obedeces mis decretos y Mandamientos, como lo hizo tu padre David, te daré una larga vida” (1 Rey. 3:5-14; 2 Crón. 1:7-12).

      El lenguaje de Salomón al orar a Dios ante el antiguo altar de Gabaón revela su humildad y su intenso deseo de honrar a Dios. No había en su corazón aspiración egoísta por un conocimiento que lo ensalzase sobre los demás. Eligió el don por medio del cual su reinado habría de glorificar a Dios. Salomón no tuvo nunca más riqueza ni más sabiduría o verdadera grandeza que cuando confesó: “No soy más que un muchacho, y apenas sé cómo comportarme” (1 Rey. 3:7).

      Cuanto más elevado sea el cargo que ocupe un hombre y mayor sea la responsabilidad que ha de llevar, tanto mayor será su necesidad de depender de Dios. Debe conservar delante de Dios la actitud del que aprende. Los cargos no dan santidad de carácter. Honrar a Dios y obedecer sus Mandamientos es lo que hace a alguien realmente grande.

      El Dios que dio a Salomón el espíritu de sabio discernimiento está dispuesto a impartir la misma bendición a sus hijos hoy. Su palabra declara: “Si a alguno de ustedes le falta sabiduría, pídasela a Dios, y él se la dará, pues Dios da a todos generosamente sin menospreciar a nadie” (Sant. 1:5). Cuando el que lleva responsabilidades desee sabiduría más que riqueza, poder o fama, no será chasqueado.

      Mientras permanezca consagrado, el hombre a quien Dios dotó de discernimiento y capacidad no manifestará avidez por los cargos elevados ni procurará gobernar o dominar. En vez de contender por la supremacía, el verdadero conductor pedirá en oración un corazón comprensivo, para discernir entre el bien y el mal. La senda de los líderes no es fácil. Pero verán en cada dificultad una invitación a orar. Fortalecidos e iluminados por el Artífice maestro, se verán capacitados para resistir firmemente las influencias profanas y para discernir entre lo correcto y lo erróneo.

      Dios le dio a Salomón la sabiduría que él deseaba más que las riquezas, los honores o la larga vida. “Dios le dio a Salomón sabiduría e inteligencia extraordinarias; sus conocimientos eran tan vastos como la arena que está a la orilla del mar. [...] En efecto, fue más sabio que nadie [...]. Por eso la fama de Salomón se difundió por todas las naciones vecinas” (1 Rey. 4:29-31).

      Todos los israelitas “sintieron un gran respeto por él, pues vieron que tenía

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