La Oración Intercesora de Cristo. Warren Wiersbe

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La Oración Intercesora de Cristo - Warren Wiersbe

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orando desde la niñez no es ninguna garantía de que nosotros realmente sepamos orar eficazmente.

      Juan 17:1 nos da algunas directrices a seguir para orar eficazmente.

      1. La postura no es importante.

      ¿Nuestro Señor estaba de rodillas o de pie cuando hizo esta oración? No lo sabemos. Todo lo que sabemos es que Él levantó sus ojos al cielo (Juan 11:41). La mayoría de las personas inclinan sus cabezas y cierran sus ojos cuando oran, pero Jesús levantó su cabeza y enfocó sus ojos en el cielo. Muchas personas pliegan sus manos cuando oran, pero no encuentro esta práctica en ninguna parte de las Escrituras. ¡De hecho, los judíos estaban acostumbrados a levantar sus manos, abiertas a Dios, esperando recibir algo! (1 Reyes 8:22; Nehemías 8:6; Salmo 28:2; 1 Timoteo 2:8.).

      Hay muchas posturas diferentes para orar en la Biblia, y todas ellas son aceptables. Algunas personas se arrodillaban cuando oraban (Génesis 24:52; 2 Crónicas 20:18; Efesios 3:14). Cuando Jesús oró en el Monte de los Olivos, Él empezó arrodillado (Lucas 22:41). Luego Él se postró sobre su rostro mientras le hablaba al Padre (Mateo 26:39). Daniel acostumbraba arrodillarse cuando oraba (Daniel 6:10), pero el Rey David se sentó cuando le habló a Dios sobre el establecimiento de su dinastía (2 Samuel 7:18). Abraham estaba de pie cuando intercedió por Sodoma (Génesis 18:22). Así que hay muchas posturas para orar.

      Lo importante es la postura del corazón. Es mucho más fácil doblar las rodillas que doblar el corazón en sumisión a Dios. La postura exterior puede ser evidencia de la actitud espiritual interior, pero no siempre es así. Una vez más, lo importante es la postura del corazón.

      2. Nosotros oramos al Padre.

      El modelo bíblico de oración es al Padre, en el nombre del Hijo, en el poder del Espíritu Santo. Jesús se dirigió a su Padre seis veces en esta oración. (Algunas personas dicen "Padre" o "Señor" con cada frase que oran. Éste es un mal hábito que debe eliminarse). En cuatro ocasiones Él simplemente dijo, "Padre"; las otras dos veces, Él lo llamó "Padre Santo" y "Padre Justo" (vv. 11 y 25). Por esto, yo pienso que no es equivocado usar los adjetivos convenientes cuando nos dirigimos a nuestro Padre en el cielo. Sin embargo, debemos tener cuidado con lo que queremos decir cuando decimos algo y no exagerarlo.

      Obviamente nos dirigimos al Padre porque la oración está basada en nuestra relación como hijos. En la que nosotros llamamos tradicionalmente "la Oración del Señor" o "Padre Nuestro" (Mateo 6:9-13), Jesús les enseñó a sus discípulos a decir, "Padre nuestro", aunque Él nunca oró así. Observamos en el capítulo 1, que Jesús tenía una relación diferente con el Padre, porque Él es el eterno Hijo de Dios. Él dijo: " Vuelvo a mi Padre, que es Padre de ustedes; a mi Dios, que es Dios de ustedes" (Juan 20:17).

      Oímos que las personas dirigen sus oraciones al Hijo e incluso al Espíritu Santo. ¿Está mal esto? Cuando Esteban dio su vida por Cristo, él vio a Jesús en el cielo y dirigió su oración a Él: "Mientras lo apedreaban, Esteban oraba: «Señor Jesús, recibe mi espíritu»" (Hechos 7:59). No conozco una oración en la Biblia dirigida al Espíritu Santo. Ya que nuestras oraciones son dirigidas a Dios y que el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo están todos en la Deidad, técnicamente podemos dirigir nuestras oraciones a cada uno de ellos. Sin embargo, el modelo bíblico parece ser que nosotros oramos al Padre, en el nombre del Hijo y a través del poder del Espíritu.

      Nuestro Señor no menciona el Espíritu Santo en ninguna parte de esta oración. En su discurso en el Aposento Alto, Él enseñó a los discípulos acerca del Espíritu Santo (Juan 14:16-17, 26; 15:26; 16:7-13). Judas 20 dice que oremos "en el Espíritu Santo", lo cual parece tener relación con Romanos 8:26-27, versículos en los que todo serio guerrero de oración debería reflexionar. No podemos esperar que Dios conteste lo que oramos a menos que estemos en su voluntad (1 Juan 5:14-15). Nosotros descubrimos la voluntad de Dios principalmente a través de su Palabra (Colosenses 1:9-10), y uno de los ministerios del Espíritu, es enseñarnos la Palabra (Juan 16:13-14).

      El hecho que la oración esté basada en nuestra relación como hijos, hace suponer que el Padre está obligado a escuchar cuando sus hijos llaman. De hecho, más que una obligación, Él se deleita cuando sus hijos entran en comunión con Él y comparten sus necesidades.

      "Pues si ustedes, aun siendo malos, saben dar cosas buenas a sus hijos, ¡cuánto más su Padre que está en el cielo dará cosas buenas a los que le pidan!" (Mateo 7:11). El corazón del Padre extiende su amorosa mano hacia los suyos y anhela compartir buenas cosas con ellos. Y entre mejor conozcamos a nuestro Padre, más fácil será orar en su voluntad.

      3. Debemos rendirnos a la voluntad del Padre.

      Una tormenta pasó sobre la costa de Florida y dejó tras de sí mucha ruina. Al día siguiente, mientras los hombres estaban limpiando su pequeño pueblo, un hombre dijo: "No me avergüenza admitir que anoche oré durante la tormenta.” Y uno de sus amigos contestó: "Sí, estoy seguro que el Señor escuchó muchas voces nuevas anoche."

      La oración no es como unas de esas cajitas rojas que vemos en los edificios y ocasionalmente en las esquinas de las calles, en las que se lee: "ÚSESE SÓLO EN CASO DE EMERGENCIA”. Yo disfruto compartir cosas buenas con mis hijos, pero si ellos sólo me hablaran cuando tienen problemas o necesitan algo, nuestra relación se deterioraría rápidamente. A menos que hagamos la voluntad de Dios, nuestra vida negará nuestra oración.

      "Padre, ha llegado la hora..." ¿Qué hora? La hora para cual Él había venido al mundo. La hora en la que Él morirá en la cruz, sería sepultado y resucitaría, terminando así su gran obra redentora. Usted puede rastrear esa "hora" en el Evangelio de Juan:

      Juan 2:4 “Mujer, ¿eso qué tiene que ver conmigo? Todavía no ha llegado mi hora.”

      Juan 7:30 “Entonces quisieron arrestarlo, pero nadie le echó mano porque aún no había llegado su hora.”

      Juan 8:20 “Estas palabras las dijo Jesús en el lugar donde se depositaban las ofrendas, mientras enseñaba en el templo. Pero nadie le echó mano porque aún no había llegado su tiempo.”

      Juan 12:23 “Ha llegado la hora de que el Hijo del hombre sea glorificado.”

      Juan 13:1 “Se acercaba la fiesta de la Pascua. Jesús sabía que le había llegado la hora de abandonar este mundo para volver al Padre. Y habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el fin.”

      Juan 17:1 “Padre, ha llegado la hora.”

      Creo que fue Robert Law quien dijo: "El propósito de la oración no es conseguir que la voluntad del hombre se haga en el cielo, sino que la voluntad de Dios se haga en la tierra." Si queremos orar en la voluntad de Dios, debemos vivir en su voluntad. La oración no es lo que hacemos; es lo que somos. Es la expresión más alta y profunda del ser interior.

      Esta profunda relación entre la práctica y la oración nos ayuda entender promesas tales como la del Salmo 37:4: "Deléitate en el Señor y él te concederá los deseos de tu corazón." Una lectura superficial de esta promesa lo llevará a creer que Dios es un Padre cariñoso que favorece a quienes lo miman. Pero eso no es lo que dice esta promesa. Si nos deleitamos en el Señor y buscamos agradarlo en todo, algo pasará con nuestros propios deseos. Los deseos del Padre se convierten en nuestros deseos. Entonces empezamos a decir con nuestro Señor: "Mi alimento es hacer la voluntad del que me envió y terminar su obra" (Juan 4:34). Nuestra oración, entonces, simplemente es la reflexión de los deseos de Dios en nuestro propio corazón.

      Hay un precio por pagar cuando nosotros oramos atentamente en la voluntad de Dios. Jesús estaba a punto de recibir la copa de la mano de su Padre (Juan 18:10-11). El Padre había preparado la copa

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