El mejor periodismo chileno. Premio Periodismo de Excelencia 2020. Varios autores

Чтение книги онлайн.

Читать онлайн книгу El mejor periodismo chileno. Premio Periodismo de Excelencia 2020 - Varios autores страница 20

El mejor periodismo chileno. Premio Periodismo de Excelencia 2020 - Varios autores

Скачать книгу

en la prensa.

      Pero al leer este trepidante relato se comprueba que la combinación de lectura profunda de los clásicos, investigación a fondo y pericia narrativa rinden frutos como este. El 27 de abril de 2020 en La Florida ocurrió un hecho insólito, que al mismo tiempo era representativo de lo desorbitada y perdida que estaba tras el estallido gran parte de la fuerza pública chilena.

      En la plaza donde había alrededor de 30 manifestantes, una pareja de carabineros de franco disparó más de una decena de balas que dejaron12 heridos y, milagrosamente, ningún muerto. La balacera fue un episodio que afortunadamente no terminó en masacre, y que Pizarro y Palma cuentan tras entrevistar a cada uno de los heridos. Aquí relatan cómo lo vivieron, qué les pasó luego, qué sienten ahora. Está armado como el clásico Hiroshima de John Hersey, pero en vez de seis víctimas de la bomba atómica, aquí hay el doble de civiles atacados por los que supuestamente están encargados de defenderlos.

      Se enteraron por un flyer de Instagram, al igual que todo el mundo. Nayareth (23) pasó a buscar a Jocelyn (30) a su casa y de ahí partieron juntas al metro Trinidad. Eran las siete y media de la tarde del 27 de abril. En el camino se toparon con más gente. Personas que agitaban banderas y que en teoría se dirigían al mismo lugar que ellas. Carolina Adasme (33) no tenía muchas ganas de ir. Había pintado un lienzo en la tarde, previo al día del trabajador, y se sentía cansada. Pensó en un momento subirse a la bicicleta, pero luego se arrepintió. Así que se devolvió a su casa, tomó una mascarilla y partió a pie rumbo a la manifestación. Ahí se encontraría con sus amigos de la asamblea territorial Santa Raquel.

      Alrededor de las ocho de la noche llegó Ricardo Rubio (36), un trabajador social del Hogar de Cristo que trabaja con personas con discapacidad mental, haciendo sonar su trutruca acompañado de tres amigos, entre ellos Gonzalo, un joven soldador de 21 años que comenzó a agitar una bandera con la frase “ni perdón ni olvido”. Se veían pocos manifestantes. La convocatoria parecía destinada al fracaso.

      —Esto no prendió —bromeaba Nayareth.

      A César Herrera (42) y Gabriela Collinao (42) los invitó su hijo mayor al “cacerolazo” y tuvieron casi la misma impresión cuando llegaron al lugar. “No hay nada, parece que te equivocaste”, le dijeron. Hasta que vieron a un lote que se aproximaba con una bandera y unas mujeres que conversaban en la esquina norponiente de Vicuña con Trinidad.

      —Somos pocos pero locos —le dijo Nayareth a Jocelyn, intentando subirle el nivel a la convocatoria.

      Al otro lado de la calle, en un local de Pizza Hut, Javier (20) y Luca (20) acababan de comerse el último trozo de pizza. Eran compañeros del colegio y se volvieron a encontrar en una marcha, un mes después del asesinato de Camilo Catrillanca. Desde entonces empezaron a ir juntos a las manifestaciones.

      —Escuchamos bulla, cacerolas, un compadre con una trutruca, empezaron a golpear unas latas, así que apuramos las pizzas y partimos caminando hacia donde estaban todos —recuerda Javier, estudiante de enfermería.

      Diego López (26) nunca tuvo planes de estar ahí, se encontró con dos amigos en la calle que lo invitaron, pero terminó cantando en la misma esquina que todos. Allí se encontró con Carolina Adasme, una amiga suya de la Garra Blanca, que conversaba con Ricardo Rubio. “Era una manifestación pacífica, alegre”, recuerda. “Yo he ido a manifestaciones donde se espera el enfrentamiento, pero aquí no. Había una sensación media vecinal”, dice el joven de 26 años que vende flores de goma eva en Bellavista.

      La tarde estaba nublada, hacía frío y Juan Carlos (27) pensó que hasta se podía largar a llover. Pero como vivía tan cerca, a solo un par de cuadras, decidió ir aunque fuera un momento a sacar fotografías. “Mi forma de protestar es sacando fotos y luego subirlas a redes sociales”, cuenta.

      Al llegar sintió el ruido de un instrumento mapuche y comenzó de inmediato a sacar fotos con su celular. Recuerda que había gente cantando consignas contra Piñera y que lentamente se fueron sumando más personas.

      —Se empezaron a armar grupitos de dos o tres, en total no éramos más de treinta. Era como un carrete fome. Una manifestación bien pobre, con decirte que se armó una fogata con cartones y cajas de pollo, dejando un lado para que pasaran vehículos. La gente tocaba la bocina —describe Jocelyn.

      La última en llegar fue Thiare Korner, una joven malabarista de 18 años que no tenía idea que la convocatoria en contra del día del carabinero, se realizaría en la misma esquina donde acordó juntarse con su mamá. Mientras la esperaba se puso a conversar con un amigo que estaba protestando en el mismo lugar.

      Todos fueron testigos como la improvisada manifestación comenzó a animarse. Los cánticos se escuchaban cada vez más fuertes, junto al sonido de silbatos y el estruendo de piedras sobre los postes metálicos. En eso estaban, cuando sintieron el primer disparo, y luego otro y otro. Todos recuerdan escenas difusas. Gritos. Llantos. Sangre. Uno a uno, comenzaron a caer al pavimento. Fueron doce en total. Los doce baleados de La Florida.

      La balacera

      Cuando sintió los disparos, Gonzalo Gómez (21) pensó que se trataba de unos tronadores que alguien había tirado a la fogata. Empezó a caminar, tapándose los oídos, hasta que todos comenzaron a correr en estampida.

      —Pensé que eran perdigones, arranqué, vi a una niña tirada. Ricardo venía cojeando. Llegué a un colegio en Trinidad, ya no aguantaba el dolor. Me senté en un paradero, me bajé el pantalón, me toqué, tenía la mano llena de sangre —recuerda.

      Carolina Adasme estaba revisando su celular, con un grupo de amigos, cuando escuchó el estruendo de unos “petardos”. Eso fue lo que pensó al comienzo, antes de ver caer a varias personas a su lado. “Estaba arriba de la vereda y sentí que algo me golpeó fuerte en la espalda, me tiró hacia delante y quedé agachada. Pensé que era una lacrimógena, pero no había ni carabineros, ni guanacos, nada. Alcancé a dar unos pasos y empecé a vomitar sangre”, cuenta.

      César Herrera sintió un golpe fuerte en la pierna, primero, y luego un dolor intenso. Cayó al suelo, intentó levantarse, dio otro paso y volvió a caer. Otras veces había recibido perdigones en

      protestas, pero esta vez era diferente. “Sentía la pierna muerta y perdí la sensibilidad en los dedos, me tomaba el pantalón y la pierna se me doblaba sola”, explica. Gabriela, su esposa, yacía en el suelo unos metros más allá. También había recibido un impacto de bala en la pierna. Su hijo apareció a los minutos y ayudó a trasladar a sus padres a una camioneta.

      Fue todo tan rápido —sin enfrentamiento previo, ni voces de alerta— que Diego López pensó, mientras corría despavorido, que podía tratarse de algún sociópata o seguidores de Sebastián Izquierdo, el líder de Capitalismo Revolucionario, quien advirtió por redes sociales que saldrían a “matar a todos”. La hipótesis no le pareció tan rara, luego de verse el dedo meñique colgando y comenzar a sentir un dolor agudo en la pelvis.

      —Seguí arrancando, me veo la mano y quedé en shock, ahí empiezo a sentir un dolor fuerte en la entrepierna y comencé a cojear. Tuve que parar. Empiezo a mirar para todos lados, dándome cuenta que había mucha más gente herida —recuerda.

      Apenas Javier vio la mano lastimada de Diego, abrió su mochila y le ofreció un guante para que pudiera afirmarse el dedo. Fue tanta la adrenalina que el estudiante de enfermería corrió a una bencinera y le pidió al conductor de una camioneta que trasladara a los heridos a un consultorio, sin reparar que él también tenía en su cuerpo alojadas dos municiones, una en la pierna y otra en la cadera.

      —Yo era uno de los más cercanos al auto que nos disparó,

Скачать книгу