El mejor periodismo chileno. Premio Periodismo de Excelencia 2020. Varios autores

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El mejor periodismo chileno. Premio Periodismo de Excelencia 2020 - Varios autores

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y partí a buscar ayuda —recuerda.

      Ricardo Rubio sintió el estruendo y luego escuchó gritos por todos lados. Dice que perdió la visión periférica y avanzó unos metros hasta donde Gonzalo Gómez. “El cabro estaba desbordado, tenía mucho más dolor que yo, lo empezamos a auxiliar. Yo tenía algo acá en el muslo, pero no le di mucha importancia, pensé que podía ser un perdigón. Me preocupé en ese momento de la Carolina que también estaba herida y que al parecer era algo grave”, cuenta.

      —Yo no entendía lo que estaba pasando realmente, todo fue así como de la nada, veo al Diego que se estaba sujetando los dedos, tenía el hueso hacia afuera, era tremendo, y yo lo único que hacía era vomitar sangre. Empezaron a subir a varias personas a una camioneta y en eso se baja una mujer del asiento del copiloto y me dice hueona, súbete, mira como estai —relata Carolina Adasme.

      Jocelyn y Nayareth arrancaron juntas por avenida Trinidad hacia el poniente. Justo le estaban respondiendo un whatsapp a la mamá de Nayareth, cuando sintieron los primeros disparos. Jocelyn, en plena carrera, sintió como un hilo de sangre saltaba de su pierna, mientras Nayareth gritaba desde más atrás: “Me llegó, me llegó”.

      —Unos locos en bicicleta nos dijeron que eran pacos, otros decían que era un ajuste de cuentas entre narcos y otros que era como estos grupos de extrema derecha —cuenta Jocelyn.

      Lo cierto es que no todos sabían con exactitud que era lo que les había pasado, pero en el traslado al consultorio comenzaron a sospechar que se trataba de balas de verdad.

      Juan Carlos también se subió a la camioneta, donde ya estaban Diego, Carolina, César y Gabriela. Los otros heridos fueron trasladados a diversos consultorios del sector y luego derivados al nuevo Hospital de La Florida. Carolina estuvo a punto de morir. La bala, supo después, estuvo a punto de perforarle el pulmón. Ninguno, milagrosamente, murió.

      Regreso a casa

      La vida en la casa de los Herrera-Collinao no es la misma desde el 27 abril. César Herrera, se encuentra postrado en una cama de una plaza con su pierna en altura, tras permanecer una semana internado en el Hospital de La Florida. Pese a que le recetaron dos potentes fármacos para evitar el dolor, tramadol y metadona, desde hace dos días que no puede dormir.

      La bala le destrozó una pierna y las dos operaciones a las que fue sometido para reconstruirla le quitaron dos centímetros de largo: quedará cojo de por vida. Además de eso, el equipo médico le informó que varias cicatrices desfigurarán su extremidad para siempre, a menos que le injerten piel de sus glúteos. Él, en su cama, dice que ya no le importa cómo lucirá y que no quiere volver a entrar a un quirófano en su vida.

      En otra cama en la misma habitación, está Gabriela Collinao, su mujer, que también recibió un impacto de bala en una de sus piernas. “Me quedaron restos adentro”, dice. Las tareas en el hogar las realizan ahora sus hijos mayores, de 14 y 17 años, quienes van a comprar al almacén y a pagar las cuentas. Ella se traslada a duras penas en una silla de escritorio para ir al baño y su hermano que vive cerca les trae la comida todos los días.

      La familia se acaba de reunir por primera vez luego de una semana en la que César estuvo internado. La recuperación se demorará seis meses y no podrá trabajar en su oficio: la desabolladura de automóviles. Se viene tiempos difíciles. Herrera está planificando qué hacer, mientras asimila todo lo que ha pasado. “Pudimos haber muerto o haber matado a algunos de mis hijos. Además, voy a quedar cojo y teniendo tres hijos que mantener. Todo por culpa de un hueón cagado de la cabeza que va y dispara dejándonos así”, se lamenta.

      A pocos metros de la casa de los Herrera, Javier, estudiante de enfermería, muestra las heridas en su cadera y su pierna. Las dos balas de 9 mm que recibió siguen alojadas en el interior de su cuerpo y lo más probable es que se queden allí por un buen rato. “Las balas solos las sacan en las películas de vaqueros”, le dijo un doctor en el hospital. Si se quedan aquí, dice, que al menos tengan algún sentido.

      —Quiero que estas balas que tengo en el cuerpo valgan la pena y metan presos a estos pacos —reclama.

      Junto a él está su amigo Luca Pineda: flaco, alto y de look punketa, estilo que no impide camuflar el miedo que aún mantiene tras el tiroteo. No ha podido dormir y los ruidos de balas, petardos y fuegos artificiales —los que son pan de cada día en su barrio de La Florida— lo hacen evocar el tiroteo donde una bala le rozó la mano.

      Para Gonzalo Gómez la situación no es muy distinta. Debe desplazarse por su casa en una silla de ruedas que le prestó un vecino. En su celular, muestra una fotografía de su muslo abierto por el roce una bala que le dejó una cicatriz de 12 puntos de sutura.

      El joven soldador, fanático de Colo-Colo, se encuentra terminando la enseñanza media en un 2 x 1. Hoy, en casa de su madre, reflexiona tras el tiroteo: “Estos dos carabineros de civil dispararon para matarnos. Si no hubiese sido así hubiesen disparado al aire, como para asustarnos, echarnos. Ellos nos querían matar”, reflexiona.

      En el pasaje paralelo al de la casa de Gonzalo vive Ricardo Rubio, el asistente social que tocaba la trutruca el día de la manifestación. Rubio tiene una bala alojada en su canilla y aún no sabe si podrá volver a jugar a la pelota o incluso a caminar normalmente. “Yo espero que esta bala me la saquen, no sé si alguien puede vivir de forma digna con una bala dentro del cuerpo”, dice sentado en el living de su casa.

      El dirigente de la Asamblea Santa Raquel, añade que no puede desprenderse de su profesión a la hora de reflexionar sobre los carabineros que lo atacaron a él y a otras once personas, entre ellos varios de sus amigos y compañeros de la asamblea territorial.

      “Yo no creo que estas personas hayan tenido intención de ir a matarnos. Estoy convencido de que estaban conmemorando su día y se tomaron una botellas de whisky y quedaron raja de curados, llegando a un punto donde se sintieron amenazados por nosotros que estábamos manifestándonos en contra de su institución, la misma que les dio la oportunidad a ellos de ser alguien. Yo de verdad creo que estos gallos también son víctimas de la injusticia del sistema, o sea de la institución de Carabineros de Chile”.

      Carolina Adasme, otra integrante de la asamblea Santa Raquel, fue otra de las más afectadas por la balacera. El proyectil que recibió ingresó por su espalda, rebotó en una de sus costillas y salió por la parte superior de su pecho. Su paleta y varias costillas están fracturadas, además de una leve perforación pulmonar. El impacto del proyectil, relata, estuvo a siete milímetros de causarle una herida mortal.

      Carolina se mueve lento y pausado, jadea al respirar y no puede tomar a sus pequeños gemelos en brazos. A uno de ellos debieron enviarlo donde unos parientes en el campo, para que no la viera en ese estado. A su hijo mayor que alcanzó a ver algunas imágenes en los matinales, Carolina le explicó que recibió unos balazos de unas personas malas, pero omitió quienes eran realmente.

      “He tratado de mantenerlo al margen, él no tiene por qué sentir odio”, recalca. Luego agrega: “¿Qué hubiera pasado si nosotros hubiéramos baleado a Carabineros? El Gobierno nos hubiera acusado de terroristas. A ellos en cambió no les pasó nada, pero lo que hicieron con nosotros, yo al menos lo veo como un acto terrorista, un acto de odio”, dice.

      Para Diego López, amigo de Carolina, la situación también es delicada. El joven artesano y guitarrista estuvo a punto de perder uno de sus dedos. López se encuentra haciendo reposo en la casa de su hermana en el centro de Santiago.

      —Lo único que quiero es recuperar la movilidad de la mano para poder seguir tocando guitarra y para no estar recordando esto toda la vida, porque me imagino que cada vez que me vea mano, si no la puedo ocupar, va a estar ese fantasma. Pero no quiero

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