Teoría crip. Robert McRuer

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Teoría crip - Robert McRuer

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recogen la intención de reapropiación política y activista del insulto o la injuria (el mismo proceso de ‘crip’ ocurrió con la palabra ‘queer’, que también es un término insultante o peyorativo en inglés). Agradezco a Melania Moscoso, a Lucas Platero, a Laura Moya, a Antonio Centeno y al propio autor sus consejos sobre la traducción de ‘crip’ y de otros términos que se verán en este libro (N. del T.)

      ii Se refiere al texto de 1977 “Un manifiesto feminista Negro”, publicado en castellano en Intersecciones: cuerpos y sexualidades en la encrucijada, Barcelona, Bellaterra, 2012, pp. 75-86, traducido por Lucas Platero y Javier Sáez del Álamo. La cita está en la página 82. (N. del T.)

      iii Se refiere a los cinco protagonistas de la serie Queer Eye. (N. del T.)

      iv “Una mirada crip para el tío de cuerpo normativo” (a crip eye for the normate guy) es una referencia irónica a la serie Queer Eye for the Straight Guy, que se analiza en el capítulo 5 de este libro. “Normate” es un concepto acuñado por la profesora Rosemarie Garland-Thomson en su libro clásico sobre discapacidad Extraordinary Bodies (1997), para referirse al ideal de cuerpo perfectamente sano, sin discapacidades, bello y funcional. Lo traducimos por ‘cuerpo normativo’ (N. del T.).

      Estoy especialmente agradecido a Joseph Choueike y a Tom Murray; y a Kim Q. Hall, Angela Hewett, Dan Moshenberg, Craig Polacek y Abby L. Wilkerson. Su generosidad y amor se notan en este libro, y este simple reconocimiento no puede hacer justicia a la forma en que me han ayudado y me han mantenido concentrado en el simple hecho de que otro mundo es posible. Cuando Joseph (y otras tantas personas) por fin puedan moverse libremente sabrán que espero darles las gracias de forma más adecuada en Río de Janeiro.

      Es posible que Rosemarie Garland-Thomson no recuerde haber dicho “bueno, ya sabes, esto son estudios sobre la discapacidad”, mientras subíamos en el ascensor a una sala de conferencias en el Museo Nacional Smithsonian de Historia Estadounidense a finales de 1998, donde íbamos a debatir sobre la teoría cultural del sida con un grupo de lectura de Washington, D.C., centrado en las teorías del cuerpo. Sin embargo, la escritura de Teoría crip, de alguna manera, comenzó con ese momento. Obviamente, la teoría de la discapacidad y el movimiento de liberación sobre la discapacidad no estarían donde están sin el trabajo fundamental de Garland-Thomson. Del mismo modo, mi propio proyecto no existiría si no fuera por su apoyo académico y su amistad. También estoy particularmente agradecido a los otros miembros de ese grupo de lectura de teoría del cuerpo, incluidos Debra Bergoffen, Carolyn Betensky, Bill Cohen, Jeffrey Cohen, Ellen Feder, Katherine Ott y Gail Weiss. Jeffrey Cohen, en particular, ha leído partes importantes de este libro en cada etapa, y sus aportaciones me han ayudado enormemente.

      La amistad y el apoyo de mis colegas del departamento de inglés de la Universidad George Washington han sido impagables; gracias especialmente a Patty Chu, Kavita Daiya, Gil Harris, Jennifer James, Meta DuEwa Jones, Jim Miller, Framji Minwalla, Faye Moskowitz, Ann Romines, Lee Salamon, Chris Sten y Gayle Wald. Podría distinguir a cada uno de ellos y ellas por cosas importantes y por pequeñas cosas: Jennifer James, por ejemplo, sabe bien cuándo implicarse en conversaciones rigurosas sobre estudios sobre la discapacidad e interseccionalidad y cuándo enviar tulipanes amarillos a mi departamento. Jennifer DeVere Brody y Stacy Wolf dejaron la George Washington University (GWU) hace mucho tiempo, pero sigo echándoles de menos; sus ideas también influyeron en mi concepción de este libro. Mis estudiantes en la GWU me cuestionan continuamente, y reconozco, en particular, a Michael Bennett, Mara Berman, Jacob Blair, Yael Boloker, Evan Brustein, Andrea Cerbin, Joel Englestein, Keith Feldman, Robert Felt, Paige Franklin, Miriam Greenberg, Emily Henehan, Joe Fisher, Tim Nixon, Almila Ozdek, Myra Remigio, Niles Tomlinson, Aliya Weise y Nathan Weiner. Finalmente, parece que Connie Kibler recibe muchos agradecimientos en los libros de estudios queer, pero yo quiero reconocer su influencia. Ella es capaz de tener una idea nueva para mí (o sobre mí) cada mes.

      El Programa de Escritura Expositiva más abiertamente marxista de la GWU ha sido reemplazado (o disciplinado) por un Programa de Escritura Universitaria más eficiente y más corporativo, pero los/las profesores/as a tiempo completo y a tiempo parcial de ese programa saben que tienen mi solidaridad mientras luchan por mantener una pedagogía de estudios culturales críticos y por acceder a condiciones de trabajo más justas para el personal académico (incluida una atención médica completa y garantizada). Estoy particularmente agradecido, nuevamente, a Abby L. Wilkerson, pero también a Eric Drown, Gustavo Guerra, Randi Kristensen, Mark Mullen, Pam Presser, Rachel Riedner y Phyllis Mentzell Ryder. Muchos de estos colegas han leído y comentado varios borradores o capítulos de este libro. Más allá de esto, Gustavo Guerra y Heidi Guerra me han alejado de este libro y me han animado a disfrutar de ámbitos de la vida no relacionados con el trabajo con tanta frecuencia como lo haría cualquier otra persona, y saben lo importantes que han sido esos momentos, para mí y para Joseph.

      Varios colegas de los enumerados anteriormente también han estado implicados en un grupo de lectura en el área de Washington sobre estudios de la discapacidad desde finales de la década de 1990; también doy las gracias a mis otras amigas de ese grupo: Megan Davis, Lisbeth Fuisz, Susan Goldberg, Joyce Huff, Julia McCrossin, Julie Passanante, Todd R. Ramlow, Claudia Rector y Nolana Yip.

      Kim Q. Hall y Rosemarie Garland-Thomson estuvieron entre las personas que participaron en el Instituto de Verano de Estudios sobre la Discapacidad de la Fundación Nacional de Humanidades, que se llevó a cabo en 2000 en la Universidad Estatal de San Francisco. Todas aquellas personas relacionadas con ese evento transformador han influido en este libro; mis agradecimientos especialmente a Sumi Colligan, Jim Ferris, Ann Fox, Diane Price Herndl, Martha Stoddard Holmes, Cathy Kudlick, Paul Longmore, Cindy LaCom, Carrie Sandahl, Sue Schweik y Linda Ware.

      Muchos otras personas de los movimientos queer y de la discapacidad (en un sentido amplio, dentro y fuera de la academia) me han dado, en diversos momentos, ánimo, respuestas y un sentimiento de comunidad: Stacy Alaimo, Tammy Berberi, Michael Bérubé, Brenda Jo Brueggemann, Saralyn Chesnut, Sarah E. Chinn, Sally Chivers, Eli Clare, Michael Davidson, Lennard J. Davis, John D’Emilio, Shifra Diamond, Carolyn Dinshaw, Lisa Duggan, Jill Ehnenn, Nirmala Erevelles, Beth Ferri, Anne Finger, S. Naomi Finkel- stein, Chris Freeman, Terry Galloway, Noreen Giffney, David M. Halperin, Kristen Harmon, Jason Hendrickson, Mark Jordan, Alison Kafer, Ann Keefer, Joe Kisha, Georgina Kleege, Christopher Krentz, Petra Kuppers, Riva Lehrer, Kristin Lindgren, Simi Linton, Nicole Markotic, Vivian May, Ken McRuer, Madhavi Menon, David Mitchell, Anna Mollow, Sammie Moshenberg, Tom Olin, Michael O’Rourke, Ken Quandt, José Quiroga, Ellen Samuels, Dylan Scholinski, Barb Sebek, David Serlin, Tobin Siebers, Sharon Snyder, Marc Stein, Gayle Bozeman Van Pelt, Tamise Van Pelt, Priscilla Wald, Greg Walloch y Cynthia Wu.

      Finalmente, la experiencia editorial y la amistad de Michael Bérubé han contribuido a que este proyecto se terminara. Estoy agradecido a NYU Press en general, pero especialmente a Eric Zinner y Emily Park, tanto por su entusiasmo y apoyo para este proyecto como por el trabajo crítico y continuo que han hecho para apoyar los estudios queer y los estudios sobre la discapacidad.

      Existe una tradición en este continente que quizás se remonta a la obra de Anne Bradstreet Tenth Muse Lately Sprung in America (1650) y que está muy extendida en el apartado de reconocimientos de los libros académicos de finales del siglo XX y principios del XXI. Esta tradición sugiere, de forma coherente, que aunque algunas personas pueden haber contribuido a los aspectos exitosos del proyecto, no deben ser consideradas responsables de los “defectos principales” de un libro (para adaptar a Bradstreet). Desde donde estoy sentado, escribiendo en el cambio de milenio y 350 años después de Bradstreet, me parece una tradición que vale la pena invertir. Si hay algo discapacitado, queer o crip en este libro, es por mi trabajo en colaboración con las personas mencionadas anteriormente y muchas otras. Asumo la responsabilidad, sin embargo, de los momentos en que

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