Cine chileno y latinoamericano. Antología de un encuentro. Varios autores

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vistas de linterna mágica como instrumento educativo. El cine tenía, además, un impacto mayor que cualquiera de los otros materiales instructivos, pues servía a los médicos, sobre todo a los cirujanos, como un registro fidedigno al que podían volver una y otra vez para mejorar sus propias técnicas quirúrgicas o para aprender de sus maestros. Sin embargo, lejos de constituir un material accesible solo para una elite de estudiantes y eruditos, estos filmes involuntariamente se convirtieron, aquí también, en un redituable espectáculo, trascendiendo los limitados círculos de especialistas para los que habían sido inicialmente concebidos e integrándose sin conflictos a los catálogos de actualidades que nutrieron las primeras proyecciones públicas del cinematógrafo en el país. Los primeros filmes quirúrgicos argentinos fueron mayoritariamente productos por encargo, que se rodaron en las mismas compañías que por entonces estaban dando forma al incipiente cine nacional y, por lo tanto, su comercialización se dio en este contexto de forma casi natural. No obstante, estos aspectos prácticos no alcanzan para explicar la atracción que despertaron estas cintas en el espectador común. A partir de un recorrido por algunas de las principales películas de esta temática producidas en el país durante el período silente, en este trabajo intentaremos mostrar que, así como el cine se convirtió en una parte fundamental del mundo médico-científico de la época, la ciencia fue un componente integral de la industria del entretenimiento desde los mismos orígenes del medio. Ubicaremos estos filmes en el marco de la estética del «cine de atracciones» que, como sugiere Tom Gunning, «se desarrolló en marcada y consciente oposición a una identificación ortodoxa del placer visual con la contemplación de la belleza» (1994, 124). La atracción a lo repulsivo fue frecuentemente racionalizada como apelación a la curiosidad intelectual, y el cine no tuvo más que incorporar algunos componentes esenciales de otros divertimentos populares y pseudocientíficos de la época para convertirse en uno de ellos. La cirugía (todavía en sus albores), los cuerpos desnudos, fragmentados o deformados (muy presentes por entonces en otros espectáculos masivos, como los freak shows, los gabinetes de curiosidades o las exposiciones mundiales), y el accionar del médico a cargo –ubicado entre la ciencia y la magia–, fueron algunos de los elementos que volvieron a estos filmes tan atractivos para el público masivo.

      El cine quirúrgico y su circulación comercial

      en los albores del siglo XX

      La película más antigua que hoy se conserva en Argentina es, sugerentemente, una película quirúrgica.9 El filme en cuestión, titulado Operaciones del Doctor Posadas (circa 1899, 9 min, b/n) es básicamente un registro documental de dos cirugías realizadas por el médico argentino Alejandro Posadas hacia 1900. En la primera de ellas se muestra una intervención de hernia inguinal, y en la segunda, Posadas practica uno de sus mayores logros médicos: la extirpación de un quiste hidatídico de pulmón, en la que utiliza una novedosa técnica de arponamiento pulmonar que luego llevaría su nombre. Además de un talentoso cirujano –que a pesar de su prematura muerte tuvo una destacada actuación en el campo médico local–, Posadas fue un notable docente, que incorporó tempranamente láminas ilustrativas y otros auxiliares visuales en sus clases magistrales. Hacia principios del siglo XX, entusiasmado por las novedosas vistas cinematográficas, le encargó a Eugenio Py, el camarógrafo estrella de la Casa Lepage –primera productora y distribuidora cinematográfica del país– que documentara dos de sus intervenciones quirúrgicas, con el único propósito de utilizarlas como material didáctico en sus conferencias médicas. Este tipo de filmes, rodados con extrema dificultad, constituían un verdadero desafío para la labor médica, ya que, por necesidades propias de la exposición, debían ser realizados al aire libre bajo la enceguecedora luz del mediodía y en menos de cuatro minutos –duración de la bobina de película– poniendo en riesgo la misma tarea quirúrgica en pos del afán educativo. Destinado originalmente a un público especializado, el filme pronto se incorporó armoniosamente a los catálogos de actualidades junto a las bodas, los funerales, los actos cívicos y las revistas militares, entre otras temáticas que abastecieron los primeros programas cinematográficos vernáculos.10 Por la misma época se exhibían con éxito en Europa las cirugías de Doyen, comercializadas por la firma Pathé Fréres de París. Enrique Lepage, que por entonces era distribuidor exclusivo de esta empresa francesa en Argentina, incluyó estas películas en su propio catálogo. Para junio de 1904, el empresario ofrecía cuatro de estas operaciones, que mostraban «una extirpación de un quiste en el vientre, una intersección abdominal, una trepanación del cráneo y la resección de una rodilla» (Revista Fotográfica Ilustrada del Río de la Plata, 130, junio de 1904). Seguramente alentado por el impacto y la buena recepción de este material, Lepage decidió agregar a su catálogo el filme de Posadas, que no solo demostraba la pericia y excelencia de los cirujanos locales, sino que, al estar filmado prácticamente en simultáneo con las operaciones de Doyen en Francia, ponía a Argentina a la vanguardia del cine científico y educativo mundial.

      Contrariamente a lo que sucedió en Europa, donde el cine fue en un inicio rechazado por el público burgués, que lo consideró un espectáculo de feria apenas un poco más elevado que el circo o el vaudeville, en Argentina las élites locales celebraron la llegada del nuevo medio, valorándolo como otro símbolo de una modernidad más anhelada que real. Aquí, las filmaciones de Posadas no fueron objeto de los ataques de la comunidad médica, como sí sucedió con las de su contemporáneo Doyen, cuya utilización y defensa del cine le ganó el mote del «Barnum de la cirugía», en irónica referencia al célebre empresario circense norteamericano. Mucho tuvo que ver en esto el hecho de que Doyen protagonizara un escándalo que derivó en uno de los primeros juicios de copyright de la historia del cine, cuando su más famoso filme, Séparation des soeurs xiphopages Doodica et Radica (1902, 5 min, b/n) fue objeto de una distribución comercial como la ofrecida por la Casa Lepage. El médico francés había encargado esta y otras filmaciones a los operadores Clément Maurice y Ambroise Parnaland para exhibirlas en la Exposición Universal de París, donde se ganó la admiración de grandes personalidades de la época, como el zar de Rusia y el emperador de Alemania, y también el desprecio de muchos de sus colegas, que consideraban que sus cintas violaban la privacidad del paciente y la integridad médica. Sin embargo, el escándalo estalló cuando Parnaland secretamente copió algunos de estos filmes (entre ellos, el de la separación de las siamesas) y los vendió a la empresa Pathé, para que los distribuyera a nivel mundial entre públicos ávidos de emociones fuertes. Doyen inició acciones legales contra su operador y contra Pathé, quienes en 1905 fueron finalmente obligados a pagar una importante indemnización. A pesar del fallo favorable, la reputación del cirujano quedó definitivamente dañada. Doodica y Radica tenían una exitosa carrera en el ámbito circense y «la proximidad de su film al universo de los espectáculos de feria contribuyó a cristalizar muchos de los prejuicios preexistentes en la comunidad médica respecto al cine» (Gaycken 2008, 156).

      Aunque no existe demasiada información sobre el ámbito y la frecuencia de exhibición de estas cintas médico-científicas en Argentina, el hecho de que integraran los catálogos de venta de compañías comerciales como la Casa Lepage, junto a diversos tipos de actualidades locales e internacionales e incluso compartiendo su espacio con algunos de los incipientes filmes de ficción, sugiere que también fueron una parte integral de las primeras proyecciones cinematográficas locales11.

      El filme del Dr. Posadas no fue un ejemplo aislado, sino más bien el primer exponente de un cine quirúrgico que tuvo una sostenida continuidad, por lo menos durante las primeras tres décadas del período silente. Así, a los ya mencionados se agregan, en los años subsiguientes, otros interesantes ejemplos. Entre mayo y junio de 1920, las revistas cinematográficas incluyen en sus páginas varias noticias sobre la preparación y posterior estreno de un filme científico titulado Técnica general para las amputaciones cineplásticas, nuevo procedimiento del Dr. Guillermo Bosch Arana, realizado por la empresa editora F.I.F.A., propiedad del camarógrafo y productor Pío Quadro. Aunque el filme hoy se encuentra perdido, una breve reseña de la época da somera cuenta de su contenido:

      El Dr. Bosch Arana, mediante la colaboración del

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