puesto al servicio de la ciencia y al alcance de todo el público», su distribuidora Sola Films la estrenó «con mucho éxito» en el Empire Theatre de la calle Corrientes. Esta casa alquiladora anunciaba, además, otras cuatro películas quirúrgicas de inminente estreno que, de acuerdo a las publicidades, habían sido filmadas con «la última maravilla de la ciencia en cuestión de máquinas cinematográficas, […] un aparato […] especial que reproduce, hasta cien veces el tamaño de la vista tomada» y cuya exclusividad tenían para toda Sudamérica. De acuerdo a lo descrito en los avisos, estos filmes probablemente incluían escenas fotomicrográficas o cinemicrográficas, dos técnicas que tuvieron una operatividad didáctica indudable en el temprano cine científico que, sin embargo, se vio rápidamente opacada por su evidente potencial espectacular. En efecto, este cine de lo invisible, con sus sorprendentes vistas microscópicas, promovía también «una ‘estética del asombro’ en la que el placer giraba en torno a la fascinación por ver imágenes previamente inconcebibles» (Ostherr 2002, 4). La primera de estas cintas se titulaba Parto Normal (por el Prof. Mikuliez Redecki) y estaba filmada «en la Clínica Ginecológica de la Universidad de Berlín que dirige el Prof. Dr. Stockal». La segunda, Resección del colon por cáncer (por el Prof. Hermann Küttner), había sido rodada en la clínica quirúrgica de la Universidad de Breslau y consistía en «una operación realizada según el método de antiposición en dos tiempos». La tercera, Gastrotomia (por el Prof. E. Garbant), estaba filmada en la clínica universitaria del prestigioso Hospital Charité de Berlín, entonces dirigido por el Dr. Hildebrent, y mostraba «la extirpación de un cuerpo extraño del estómago». La última, titulada Riñón Quístico (por el Prof. Payr), consistía en una «operación realizada en la clínica quirúrgica de la Universidad de Leipzig» (La Película, 589, 5 de enero de 1928, p. 16). Se desconoce si dichos filmes finalmente se estrenaron. Sin embargo, durante ese mismo año una serie de artículos y noticias comenzaron a evidenciar inequívocos signos de un agotamiento, e incluso de un cierto fastidio, hacia los filmes de esta temática. En enero de 1928, el diario La Nación publicó un editorial en el que se exhortaba a las autoridades a ejercer un control respecto a esta clase de espectáculos que «comenzó medrosamente, pero que ante la impunidad está en vías de convertirse en amenaza positiva» (La Nación, 9 de enero de 1928). En apoyo a estas ideas, y con el título «Lo previsto», la revista Excelsior publicó ese mismo año una extensa nota en la que se quejaba de «ciertos cinematografistas profanadores de pantalla con interés de lucro en nombre de las películas pseudo-científicas, con vistas al industrialismo grosero, al vil metal con films a base de trucos y añagazas que ningún contacto tienen con los altos estudios profesionales de la Medicina, de la Cirugía, ni de la técnica anatómica» (Excelsior, 722, 12 de enero de 1928, p. 9). El cronista de Excelsior recuerda con admiración los trabajos de Doyen a principios de siglo, y anima a exhibidores y distribuidores a poner freno a la profusión de «imitadores, plagiarios, negociantes que hallan su fuente de recursos en artificiosas visiones preparadas con el afán puramente comercial, sin control científico alguno». A la vez, varios filmes científicos y de vulgarización científica de la época comenzaron a separarse de este cine quirúrgico y de su apelación a lo morboso. Por ejemplo, la película La higiene en el matrimonio (Luis Moglia Barth, 1928) declaraba en sus avisos «no contener operaciones» (La Película, 602, 5 de abril de 1928, p. 26), dando cuenta de un novedoso rechazo del público respecto de esta temática. En el mismo sentido, la cinta norteamericana de carácter higienista Lo que las hijas ocultan a sus padres (New York Film, 1928), realizada con la colaboración del Dr. Juan Bandt, aseguraba no ser «un film científico de esos que están llenos de escabrosidades, sino un film de carácter social, altamente moralizador y que puede ser visto por todos los públicos» (Excelsior, 758, 20 de septiembre de 1928, p. 37).
Conclusiones
Como sostiene José Van Dijck, los filmes quirúrgicos
[…] sirvieron por lo menos a cuatro diferentes objetivos. En primer lugar, fueron utilizados como herramienta para entrenar a los especialistas. En el caso de cirugías raras, sobre todo, el cine probó ser un valioso medio para familiarizar a los futuros profesionales con los detalles más sutiles de intervenciones quirúrgicas específicas. En segundo lugar, funcionaron como un mecanismo de verificación. Al filmar antes, durante y después de la operación, se podía exponer visualmente los resultados a aquellos que estuvieron ausentes. En tercer lugar, sirvieron para informar o entretener a audiencias no especializadas. Por último, tuvieron una función promocional; ya que fueron producidos para popularizar la pericia o tecnología médica e impresionar a los espectadores con ejemplos extraordinarios de destreza quirúrgica (2002, 542).
Como vimos, estos objetivos convivieron y se mezclaron en gran parte de la producción del período, volviendo a estos filmes parte del mundo médico tanto como del entretenimiento popular de la época, productos híbridos ubicados entre el espectáculo y la ciencia. En el contexto latinoamericano, que atravesaba en ese periodo por un tardío pero acelerado proceso de modernización, esta hibridación fue clave para introducir a una población ampliada y crecientemente heterogénea en el universo simbólico de la práctica científica. Así, ciencia y espectáculo funcionaron como dos polos complementarios que se retroalimentaron para atraer a un nuevo espectador de masas, tan ávido de conocimiento como de experiencias sensacionalistas.
Bibliografía
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