7 mejores cuentos de Bram Stoker. August Nemo

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7 mejores cuentos de Bram Stoker - August Nemo 7 mejores cuentos

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haré caso —contestó ya medio inconsciente mientras el sueño se adueñaba de él.

      Me volví para marcharme y él me siguió con la mirada. Toqué el cerrojo de la puerta, lo solté y me dirigí de nuevo a la cama. Le tendí la mano; él la estrechó entre las suyas mientras se incorporaba. Entonces, le di las buenas noches e, intentando animarle, le dije:

      —Valor, hombre, valor. Quedan muchas cosas por hacer en este mundo, Jacob Settle. Algún día podrá vestir esa túnica blanca y atravesará la puerta de acero.

      A continuación, le dejé solo. Una semana después me encontré su cabaña vacía. Pregunté en la fábrica y me dijeron que se había marchado al Norte, aunque nadie supo decirme exactamente a dónde.

      Dos años más tarde, disfrutaba yo de unos días en Glasgow en compañía de mi amigo el doctor Munro. El doctor era un hombre muy ocupado y no disponía de mucho tiempo libre para estar conmigo, así que yo me pasaba el día haciendo excursiones a los Trossachs, a Loch Katrine y a El Clyde.

      El segundo día de estar allí, regresé un poco más tarde de lo habitual, pero mi anfitrión tampoco estaba en casa. La criada me dijo que le habían llamado del hospital por un accidente ocurrido en las obras de la conducción del gas y que la cena se posponía una hora. Le dije que daría un paseo y que iba a buscar a su señor. Ambos regresaríamos juntos. Me encontré con él en el hospital lavándose las manos para regresar a casa.

      Le pregunté cuál había sido el motivo del accidente.

      —¡Lo de siempre! Una cuerda podrida y, sin más explicación, unos hombres pierden la vida. Dos hombres estaban trabajando en el gasómetro, cuando la cuerda que sostenía el andamiaje se partió. Debió de ocurrir justo antes de la hora de la cena, porque nadie se dio cuenta de que faltaban hasta que volvieron al trabajo. En el gasómetro había más de siete pies de agua. Tuvo que ser muy duro, pobre gente. Uno de ellos estaba vivo, pero nos costó mucho sacarlo. Parecía como si le debiera la vida a su compañero, nunca he visto nada tan heroico. Nadaron juntos mientras les quedaban fuerzas pero, al final, estaban tan agotados que, a pesar de las luces que tenían por encima y de los hombres que bajaron con cuerdas, no pudieron salvarse. Uno de ellos se puso de pie sobre el fondo y alzó a su compañero por encima de su cabeza. Ese esfuerzo le llevó a la muerte. Fue horrible cuando los sacaron. El agua, mezclada con el gas y el alquitrán, tenía el aspecto de un tinte de color morado. Parecía como si el hombre que estaba más arriba estuviera bañado en sangre. ¡Puuag!

      —¿Y el otro?

      —Ese estaba aún peor, pero debió de ser un gran compañero. La lucha bajo el agua tuvo que ser espantosa. No había más que ver cómo le chorreaba la sangre por las extremidades. Al mirarle, parecía como si tuviera estigmas. Estoy seguro de que el valor de ese hombre podría haber cambiado el mundo por completo. Con él se abrirían las puertas del Cielo. Mira esto. No es que sea muy agradable, sobre todo antes de cenar, pero eres escritor y se trata de un caso extraño. Hay algo que no puedes perderte, casi seguro que nunca vas a ver algo parecido.

      Mientras hablaba, me llevó hacia el depósito de cadáveres del hospital. En el ataúd había un cuerpo cubierto con una sábana blanca, que lo envolvía.

      —Parece una crisálida, ¿verdad? Jack, si alguna vez el alma del ser humano se ha representado como una mariposa, la que ha salido de esta crisálida debe de ser muy hermosa y sus alas deben de tener todos los colores del arco iris. ¡Mira!

      Y descubrió el rostro del cadáver. Era horrible, parecía como si estuviera teñido de sangre. Pero le reconocí enseguida. ¡Era Jacob Settle!

      Mi amigo tiró de la sábana hacia atrás. Tenía las manos cruzadas sobre el pecho púrpura, como si alguien de buen corazón se hubiera preocupado en colocárselas así. Cuando las vi, mi corazón empezó a latir con fuerza y se me vino a la mente aquel sueño suyo tan terrible. Aquellas valientes manos estaban inmaculadas, no tenían ni el más mínimo rastro de tinte.

      De alguna manera, mientras le miraba, supe que el maldito sueño había terminado para siempre. Aquella alma noble había encontrado la forma de cruzar la puerta. Las manos, apoyadas en la túnica blanca que le cubría, estaban limpias de culpa.

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