Episodios Nacionales: Napoleón en Chamartín. Benito Pérez Galdós
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– Gracias a Dios – dijo entonces Amaranta, – que encuentro entre esta garrulería una obra de reconocida utilidad durante los tiempos de guerra. Vea Su Reverencia: Arte universal de la guerra del príncipe Raimundo de Montecuculi.
– En efecto, señora: yo daría un par de abrazos y otros tantos apretones de manos a Quiroga y Burguillos, que son impresores y editores de esta gran obra. Y aquí veo otra a cuyo autor le pondría yo en los cuernos de la luna, pues no conozco hoy por hoy tarea más meritoria que escribir un Prontuario en que se hallan reunidas las obligaciones del soldado, cabo y sargento para la pronta metódica instrucción de las compañías. Vea mi señora condesa, cómo también sacamos pepitas de oro puro del escorial de este montón que tenemos delante. Aquí veo la Higiene militar o arte de conservar la salud del soldado en guarniciones, marchas, campamentos, hospitales, etc. Queden a un lado, para que no se confundan con lo demás; y en su compañía vaya El buen soldado de Dios y del Rey, libro donde se asocian las máximas militares con las cristianas. Esto me parece muy del caso, pues será mejor soldado aquel que lleve en su corazón la fe, única fuente de toda heroica acción y de la humildad y obediencia, que mantienen la disciplina, remedo mundano del divino orden puesto por Dios a la autoridad religiosa.
– Pues hagamos aquí un apartado de los buenos libros – dijo la condesa graciosamente, reuniendo los que el fraile le indicaba.
– Pero tate, señora mía – dijo este, – que me parece que en ese departamento de las cosas buenas se ha colado El laurel de Andalucía y sepulcro de Dupont, que, aunque muy patriótica, es de las más necias y enfadosas comedias que se han impreso en estos tiempos. Vaya fuera, y lléveselo Salmón si quiere leerlo, y en su lugar póngase esta Colección de proclamas, bandos, diversos estados del ejército y relaciones de batallas, que por ser un conjunto de documentos fehacientes, será en día no lejano de grande interés para la historia, que en tales tesoros se alimenta y bebe la verdad, sin la cual no puede vivir. ¿Pero qué libro es ése que con tanta atención vuecencia lee?
– Leo – repuso la condesa – las Poesías patrióticas de D. Manuel Josef Quintana, que ahora salen por segunda vez a luz. Este tomo contiene la Expedición de la Vacuna, las odas a Juan de Padilla, a España libre, al panteón del Escorial y a la Invención de la imprenta.
– ¡Oh! – exclamó el padre Castillo. – Bien lo decía yo: no pepitas de oro, sino perlas orientales habían de aparecer entre esta balumba. Póngame vuecencia a ese poeta sobre las niñas de mis ojos, pues no me canso nunca de leerlo, y es tan grande el encanto que en mí producen su fogosa entonación, su grave estilo, su arrebatado estro, su numerosa cadencia, la gallardía de las imágenes, la verdad de los pensamientos, la elegancia de los símiles, la escogida casta de todas las voces y frases, que me olvido del apasionamiento y saña con que ataca institutos y personas que yo a causa de mi estado no puedo menos de reverenciar. Pero tal es el privilegio del arte cuando da en buenas manos; y es que enamora con la forma aun a aquellos ánimos a quienes no puede conquistar con las ideas.
– Quítenmelo de delante – dijo Salmón, – y no pongan a ese autor ni a cien leguas del de esta composición que ahora tengo en la mano: Godoy, sátira por D. José Mor de Fuentes.
– Pues si Su Paternidad es tan entusiasta de Mor de Fuentes, nosotros se lo regalamos, para que lo disfrute por los siglos de los siglos. ¿No es verdad, señora condesa? ¿A ver qué otro volumen es este, que parece recién publicado? Poesías líricas o rimas juveniles por don Juan Bautista Arriaza. Este no debe ser despreciado, pero tampoco agasajado. El aprecio que conquista con su gracia y primorosa frivolidad, lo pierde por maldiciente, sin que tenga como Juvenal el mérito de reprender los vicios y malas costumbres. Sus mejores obras son las que podríamos llamar Vejámenes, dirigidas contra cómicos y poetas; y estas Rimas juveniles son finas, pulcras, bonitas, pasajeras; pero carecen de aquella sal de la inspiración, sin cuyo ingrediente no hay manjar poético que se pueda traspalear. ¿Qué hacemos, señora condesa? ¿Se lo damos a Salmón o se queda en el departamento escogido?
– Quédese aquí – dijo Amaranta, – aunque no sea sino porque me ha dedicado casi todos sus versos llamándome Clori, Belisa, Dorila, Mirta, Dafne, Febea y Floridiana. Y para que el reverendo Salmón no se enfade, le daremos el Napoleón rabiando, casi-comedia; el Bonaparte sin máscara, y la Descomunal batalla de los invencibles gabachos contra los ratones del Retiro, que aquí están pidiendo que Vuestra Reverencia les de su dictamen.
– Pues vengan – dijo Salmón, – y no creo que vuestra grandeza me niegue este saladísimo papel, cuyo solo título hace desternillar de risa, y es: El juego de Fernando VII con Napoleón y Murat al tresillo, libro en el que baxo las voces propias del tresillo se da una idea de lo acaecido con nuestro augusto soberano, del orgullo de Napoleón, y concluye con las exclamaciones más tiernas de nuestro oprimido Monarca.
– Esto de decir en términos de tresillo lo que se puede expresar en castellano seco, me enamora – indicó Castillo.
– Precisamente en lo intrincado está el mérito de la invención – observó el otro fraile. – La prosa llana se cae de las manos, y así no comprendo cómo Vuestra Paternidad está ahora tan embebecido en la lectura de ese folleto, Gobierno pronto y reformas necesarias.
– Más que por lo que dice, me interesa por lo que todos los papeles de esta clase indican de alteraciones y disputas para lo por venir.
– Los españoles – dijo la condesa – no se cuidan ahora de lo porvenir.
– Permítame usía que la diga que está muy equivocada – repuso Castillo. – Observando atentamente todos los impresos que salen a luz (y los papeles impresos son quien más que otra cosa alguna da a conocer lo que piensa y anhela un pueblo cualquiera); observando, digo, esto que aquí tenemos, se ve que los españoles, bajo la aparente conformidad que nos da la guerra, estamos muy divididos, y eso se conocerá cuando con las paces venga el deseo de establecer las nuevas leyes que nos han de regir. Aquí tengo unas Reflexiones de un español, y modo de organizar un gobierno que concluya la grande obra de la eterna libertad y prosperidad de la nación. No parece mal escrito, y apunta con timidez la idea que creo desarrolla atrevidamente este cuaderno que se intitula Política popular acomodada a las circunstancias del día: propone la Constitución que la España necesita para cortar de raíz el despotismo. Por el mismo estilo y con igual tendencia está hecho este otro que dice Reflexiones de un viejo activo a un amigo suyo sobre el modo de establecer una Constitución.
– Y por lo que veo – dijo Amaranta leyendo la portada de otro libro, – este trata del mismo asunto: Manifiesto del español, ciudadano y soldado, donde se da conocimiento de nuestros anteriores padeceres y esperanzas en nosotros mismos, respecto al mundo individual.
– Por San Buenaventura y los cuatro doctores, que no sé lo que ha querido decir ese buen hombre con lo del mundo individual: pero lo apartaremos para leerlo después.
– ¿Y cree Vuestra Paternidad que hay divergencia de pareceres entre los diversos autores que tratan de política y de Constitución? – preguntó Amaranta.
– ¡Oh! – exclamó Castillo, – por aquí aparece la punta de un impreso, en quien desde luego conozco la opinión contraria. Sí, señora condesa: no hay más que leer este título, Higiene del cuerpo político de España, o medicina preservativa de los males con que la quiere contagiar la Francia, para comprender