Memorias de Idhún. Saga. Laura Gallego

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Memorias de Idhún. Saga - Laura  Gallego Memorias de Idhún

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a buscarla. Se estremeció y se puso en pie de un salto. Tenía que escapar de allí cuanto antes.

      Salió de la estación de metro, en la Puerta del Sol, y entonces se dio cuenta de que se había dejado el paraguas en alguna parte. De todas formas, pensó, mojarse por culpa de la lluvia era ahora la menor de sus preocupaciones.

      Se internó por las calles de la zona en busca de un taxi.

      Victoria entró en casa y se arrojó en brazos de su abuela, temblando de miedo.

      —¡Niña! –exclamó ella, sorprendida–. ¿Qué te pasa?

      —En el metro... Me... perseguía...

      —¿Quién?

      Victoria era incapaz de hablar. Allegra se separó de ella y la miró fijamente.

      —¿Quién, Victoria? –repitió, muy seria.

      Algo en su mirada tranquilizó a Victoria. Su abuela era severa y fuerte como una roca, y la muchacha se sintió a salvo por primera vez desde su encuentro con Kirtash.

      —Un... hombre –mintió–. No sé qué quería, quizá robarme... me ha dado mucho miedo.

      Un destello de comprensión brilló en las pupilas de la anciana.

      —¿Ha sido muy lejos de aquí?

      —¿Qué...?

      —Que si ha sido muy lejos de aquí, Victoria. Que si podría averiguar dónde vives. O haberte seguido hasta aquí.

      —No, yo... no lo creo, abuela. Fue en la estación de metro de Sol. Pero...

      No pudo terminar la frase, porque su abuela la estrechó de pronto entre sus brazos, con fuerza. La muchacha se sintió mucho mejor.

      —Hay mucha gente rara por ahí –musitó–. No te preocupes, hija. Ya ha pasado, ¿de acuerdo? Ya estás en casa. Aquí no va a pasarte nada malo.

      Victoria asintió, reconfortada. Su abuela no solía abrazarla. Ella sabía que la quería, aunque no fuera muy dada a demostrar su afecto. Quizá por esta razón aquel abrazo la consoló profundamente.

      Una vez en su habitación, Victoria bajó la persiana, se quitó los zapatos y se tumbó sobre la cama, aún con el uniforme puesto.

      Sabía que nadie la molestaría. Su abuela respetaba su intimidad. Jamás entraba en su habitación sin llamar a la puerta primero. Nunca se le habría ocurrido ir a verla después del «toque de queda». Esto era no solo porque la anciana tuviese sus normas, sino también, sobre todo, porque confiaba en ella.

      Victoria suspiró, se giró para dar la espalda a la puerta y dejó vagar sus pensamientos.

      «Alma...», llamó mentalmente.

      Aquel cosquilleo familiar la recorrió de nuevo de arriba abajo. Sintió algo en un rincón de sus pensamientos, algo parecido a un mudo asentimiento. El Alma la había escuchado.

      «Llévame a Limbhad», musitó ella sin palabras.

      Pero, cuando ya sentía al Alma acogiéndola en su seno y envolviéndola como una madre para transportarla a su refugio secreto, sonaron golpes en la puerta.

      Victoria vaciló. Por lo general, si su abuela llamaba a la puerta y ella no respondía, la mujer daba por hecho que estaba dormida y no la molestaba. Pero no hacía ni cinco minutos que se habían separado y, además, ella estaría preocupada. De modo que le pidió al Alma que aguardara un momento y, lentamente, su cuerpo volvió a tomar consistencia sobre la cama.

      —¿Sí? –dijo de mala gana.

      Su abuela abrió la puerta.

      —Espero no molestar. ¿Estabas durmiendo?

      —Estaba a punto –sonrió ella–. No pasa nada.

      —Estaba pensando... que podemos ir a la policía a poner una denuncia. ¿Recuerdas cómo era ese hombre?

      La imagen de Kirtash acudió de nuevo, nítida, a la mente de Victoria. Un joven ligero, rápido y sutil como un felino, vestido de negro, de cabello castaño claro, muy liso, que enmarcaba un rostro de facciones finas pero de expresión impenetrable, y unos ojos fríos como un puñal de hielo. Jamás podría olvidarlo. Sabía que poblaría sus peores pesadillas durante mucho tiempo.

      —No –dijo finalmente–. No lo recuerdo. Todo ha sido muy rápido.

      Jack lanzó una estocada que no dio en el blanco, pero se apresuró a corregir su error girando el cuerpo y bajando los brazos para detener el contraataque. Las espadas chocaron. Jack giró de nuevo y asestó un golpe semicircular, pero falló otra vez. Perdió el equilibrio y sintió enseguida el filo del acero acariciando su cuello.

      —Estás muerto –oyó junto a su oído.

      Por un momento no se movió. Respiraba entrecortadamente y tenía la frente cubierta de sudor. Entonces, con lentitud, arrojó el arma al suelo y levantó las manos.

      —Está bien, tú ganas otra vez –admitió a regañadientes.

      La hoja de la espada se retiró.

      —No seas impaciente, chico –repuso Alsan, sonriendo–. Cuatro meses de prácticas no te hacen tan bueno como para poder derrotar a un caballero de Nurgon.

      Jack reprimió una mueca. Alsan le había hablado con orgullo de la Orden de Caballería de Nurgon, la comunidad de caballeros más poderosa e influyente de todo Idhún, a la que solo pertenecían guerreros de la más alta nobleza, y dentro de la cual él mismo ocupaba un puesto destacado, a pesar de su juventud. El honor, el valor y la rectitud eran los tres pilares sobre los que se sustentaba la ideología de la Orden, pero tampoco había que olvidar que sus caballeros estaban bien entrenados y pocos guerreros podían vencerlos en un combate leal.

      —Claro –masculló Jack–. Pero he mejorado, ¿no? Reconócelo. Al principio apenas podía levantar la espada.

      Se miró los brazos, orgulloso de la fuerza que se adivinaba en ellos.

      —Engreído –se burló Alsan.

      Jack se volvió hacia él.

      —¿Y tú, qué? Te lo tienes muy creído, pero te advierto que no tardaré mucho en derrotarte.

      Alsan sonrió.

      En los últimos meses, Jack se había esforzado mucho por aprender a manejar la espada, tras el fracaso de sus lecciones de magia con Shail. En realidad, el chico encontraba aquello mucho más útil y real que cualquier cosa que pudiera enseñarle el mago. No podía dejar de recordar que, ante Kirtash, Alsan había dado la cara, mientras que Shail había empleado su poder para salir huyendo.

      En todo aquel tiempo no había conseguido averiguar nada acerca de su origen o sus supuestos «poderes». Se había acercado a la historia de Idhún, pero pronto se había dado cuenta, con desesperación, de que todo le resultaba muy extraño y no lograba encontrar nada que justificase, o al menos explicase, el despiadado asesinato de sus padres. Con

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