Sí sé por qué: Novela. Felipe Trigo

Чтение книги онлайн.

Читать онлайн книгу Sí sé por qué: Novela - Felipe Trigo страница 7

Автор:
Серия:
Издательство:
Sí sé por qué: Novela - Felipe Trigo

Скачать книгу

de la pulcra conviértese en guiñapo, y el pudor de la madre y de la virgen en rosa ajada por una lluvia de inmundicia en el estiércol. No lejos de la novia que mira triste en la estela que se pierde la endecha de su amor, van el ladrón y el asesino, que esquivan á la vez que añoran sus presidios torvamente, y el Sileno que grita sobre un tonel.

      Todas las concupiscencias, todas las confusiones, todos los apetitos..., toda la condensación del caldo hediondo y negro de la amasada y destripada Humanidad. En la caldera de horror, las inocencias se han fundido; y así por las sombras y el sueño del montón oye la casta el sordo rugir de una lujuria entre un sátiro y una bestia, y así, anteanoche, fueron llevados á la barra dos hombres cuyos cuerpos yacentes se buscaban con viscosas reptaciones de lombrices...

      El dolor se me clava en el corazón como una espada.

      No había podido nunca imaginarme semejante violación de la humana dignidad. Pensar que con este cosmopolitismo de la crápula, que con esta espuma que Europa le da á la emigración, van muchos inocentes desdichados, muchos engañados..., me acongoja. Pensar aún que á tres metros por encima, que á una baranda por en medio vamos nosotros en festín de lujos, de mágicos salones, de músicas, de flores, de pereza..., me atosiga y me destroza.

      ¿Por qué esta injusticia tremenda entre los hombres, esta inútil necesidad de la crueldad?

      No sé por qué.

      No lo comprendo.

      Con el espacio y los divanes y los manjares que nos sobran, esos infelices ahorraríanse la humillación de verse tratados de un modo tal por sus hermanos. Un pájaro, un lobo y hasta una hiena no están jamás así en su bandada, en su manada.

      ¡No lo comprendo! ¡No lo comprendo!... Y yo debería correr gritando por ahí: «¡Socorro! ¡Que se ahogan, que se asfixian aquí los decoros de la vida!»...

      Mas como nadie habría de secundarme y me juzgarían un mentecato; como son tan humildes é ignorantes estas gentes que no suben á escupirnos y á arrogarnos por las bordas..., soy yo el que suele bajar á ellos para sufrir siquiera un poco su tormento.

      Me conocen. Pero me rodean desaprensivos tal vez los menos acreedores de piedad, y les voy cobrando miedo. En pocos días les he repartido mil pesetas. Deben proceder de mi dinero el vino y las juergas en que les he advertido algunas veces...

      Y huyo, huyo por fin de ellos y de mi presentimiento de sandez repartiéndoles limosnas.

      Con una desorientación tremenda en punto á caridades y á filosófica moral, vuelvo á la cristiana indiferencia y á la estultez de mis congéneres. Allá los pobres, pues, con su penar, y los ricos á bailar y á reír en la molicie... hasta la hora del Infierno.

       Índice

      El oleaje de almas y de cosas, que dijérase que para jugar caprichosamente con las vidas salta á bordo desde el oleaje del mar que juega con el buque, me ha lanzado á limbos de ideal. Soy amigo de la rubia-ángel. Imposible habríale parecido ésto á mi afán, y sin embargo ha podido realizarse con la sencillez de una casual presentación á ellas par el teniente de fragata. Bendigo las expansivas hidalguías de este hombre que trata á todo el mundo.

      Fué hace cinco tardes. Salíamos del comedor, y los dos sacerdotes franceses, el P. Reims y el P. Ranelahg, uniéronse á nosotros. Nos sentamos, y al poco las dos personas en cuya aparición yo no cesaba de pensar se acercaban sonriéndonos..., ó, á mejor decir, sonriendo á sus antiguos conocidos, puesto que ambas, y la niña especialmente, no pudieron reprimir un cambio de la jovialidad á la contrariedad al advertirme; pero, como antes á los curas, mi presentación se hizo inevitable; Lambea (ajeno, por lo demás, á la emoción de las llegadas), formuló:

      —El señor Alvaro Adamar. La señora Leopolda Río Hoffmeyer, y su hija, la señorita Rocío.

      Extremé mi corrección para borrar el mal efecto. Me quedé un poco aparte en la tertulia. La dama, los sacerdotes y el teniente de fragata hablaban en francés. Rocío (¡diáfano nombre!), también callada, turbadísima por lo que juzgaría en mí amaño de tenorio, mirábase los pies y me arrojaba ojeadas de recelo; estaba pálida; era tanta su emoción... que yo, incapaz de compaginarla con el simple temor de la libertad de una chicuela amenazada por un impertinente, incurrí un segundo (lo debo confesar) en la sospecha de que fuese lo contrario: el recóndito vibrar de una niña que por primera vez se siente galanteada por un hombre.

      Pero deseché mi petulancia. Se hallaba ella junto á mí, ambos aislados de la conversación de los demás, y todavía ante la sorpresa de los nombres españoles y del español empleado en la presentación por el marino, no obstante encontrarnos hablando con franceses, á una pregunta mía respondió que era española, de Barcelona, aunque había vivido en Nueva Orleans casi siempre.

      Toda despreocupación é ingenuidad, la coquetería no asomaba á su gesto ni á sus ojos; quise hacerla hablar de los teatros y de la vida elegante de Nueva Orleans, y me respondió del colegio y de juegos infantiles: monjas, las madres; y ella patinaba en el parque del convento. Pasó en seguida un gato junto á nosotros, y le llamó con un rápido gui-rí, gui-rí gui-rí, del cual hubo de explicarme que es el modo con que en Nueva Orleans se sustituye nuestro clásico mis, mis...; le cogió, le acarició; luego un gran papel que cruzó volando, tirado sin duda desde el puente, hízola correr á la borda para verle flotar sobre las aguas... Allí permaneció. Maldito si yo parecía importarla lo que el gato ó el papel—y ello, en final de cuentas, prodújome alegría, porque en la fraternal amistad con esta niña, no busca mi alma, no debe buscar absurdas intrigas imposibles...

      Un momento más de atención de la mamá al notarme por la chiquilla abandonado; preguntas sobre si voy al Uruguay ó la Argentina; lamentaciones acerca de las sales disipadas de un pomito roto que sacó de la escarcela, porque sufre mucho de los nervios y no podría reponerlo en el vapor..., y, ¡ah!, preciosa coyuntura para acercarme al camarote y volver ofreciéndola otro pomito de los que yo embarqué con mi antineurasténica provisión de morfinas y bromuros... Y como el marino, cuya inquietud no le deja pasar diez minutos en un sitio, se levantó y se despedía, juzgué discreto acompañarle...

      Me completó las noticias. Las nobles pasajeras no son parientes ni tienen nada que ver con el P. Reims y el P. Ranelahg; conociéronse de haber vivido algunos días esperando el embarque en el mismo hotel de Barcelona; muy religiosas las dos, simpatizaron con los dignos sacerdotes. Leopolda es de origen francés-argentino y viuda de un negociante catalán que murió en Nueva Orleans hace tres años; ella y la hija han vuelto á Barcelona para arreglar asuntos familiares, y piensan fijar la residencia en Buenos Aires, donde tienen intereses.

      ¡Bravo!... Al día siguiente Leopolda se apresuró á agradecerme el tranquilo sueño logrado con mis sales; me habló extensamente de sus nervios; y yo, picado en la manía que iba ya casi olvidando, la hablé de mi neurastenia.

      Sus nervios, mi neurastenia y mis sales de Labanda han sido, pues, el nexo de nuestros egoísmos necesarios á toda intimidad; y, ahora, en la blanca gloria de nuestro despertar de las mañanas, puedo unas veces dejar que la voz melodiosa y lenta de la madre apacigüe mis angustias, y puedo otras con la hija vagar por la cubierta, mirando como á través de su inocencia las crestas de ámbar de las olas y contemplando el candor de su inocencia misma cuando ella observa á través de mis gemelos los buques que nos cruzan.

      A las seis suena diariamente una campana; mi niña amiga despídese

Скачать книгу