Alicia en el país de las maravillas. Льюис Кэрролл

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Alicia en el país de las maravillas - Льюис Кэрролл Básica de Bolsillo

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luego que así es, señoría; pero a pesar de todo, es un brazo.

      –Bueno, en cualquier caso, no tiene por qué estar ahí; ¡ve y quítalo!

      Hubo un largo silencio después de esto, y Alicia sólo pudo oír susurros de vez en cuando; algo así como: «Desde luego, no me hace ninguna gracia, señoría; ninguna gracia». «¡Haz lo que te digo, cobarde!»; finalmente, Alicia extendió la mano otra vez y dio otro manotazo en el aire. Ahora sonaron dos grititos, y nuevos ruidos de cristales rotos. «¡Cuántas cajoneras debe de haber!», pensó Alicia. «¡Me pregunto qué van a hacer ahora! ¡En cuanto a quitarme de la ventana, ojalá lo consiguieran! ¡Desde luego, no me apetece seguir aquí más tiempo!»

      Aguardó un rato sin oír nada más; por último le llegó un ruidito de ruedas de carro, y muchas voces que hablaban a la vez; distinguió las palabras: «¿Dónde está la otra escala?... Cómo, yo no tenía que traer más que una. La otra la tiene Bill; ¡Bill! ¡Tráela aquí, muchacho!; vamos, ponedlas en esta esquina. No, atadlas primero; no llegan a la mitad de la altura todavía. ¡Bah!, aguantarán de sobra; no seas tan escrupuloso; ¡Aquí, Bill! Sujeta esta cuerda; ¿resistirá el tejado? ¡Cuidado con esa teja suelta! ¡Ah, se va a caer! ¡Cuidado con las cabezas! (un sonoro estrépito). ¡Vaya!, ¿quién ha sido? Ha sido Bill, creo. ¿Quién va a bajar por la chimenea? ¡Yo no, ni hablar! ¡Baja tú! ¡No quiero! El que tiene que bajar es Bill... ¡Ven aquí, Bill! ¡El amo dice que tienes que bajar por la chimenea!».

      –¡Ah!, conque es Bill quien tiene que bajar por la chimenea, ¿eh? –se dijo Alicia–. ¡Parece que se lo encargan todo a Bill! No quisiera estar en la piel de Bill durante un buen rato; esta chimenea es estrecha, desde luego; ¡creo que voy a poder dar un puntapié!

      Bajó el pie lo más que pudo en el hogar de la chimenea, y esperó hasta que oyó a un animalito (no tenía ni idea de qué clase de bicho era) arañar y gatear por el interior, muy cerca de ella; entonces se dijo a sí misma: «Éste es Bill»; largó un fuerte puntapié, y esperó a ver qué ocurría a continuación.

      Lo primero que oyó fue un coro general que exclamó: «¡Allá va Bill!»; luego, la voz del Conejo: «¡Los del seto, cogedle!». Después silencio; y a continuación, otro tumulto de voces: «¡Levantadle la cabeza... Un poco de coñac... No le atragantéis... ¿Cómo estás, muchacho? ¿Qué te ha pasado? ¡Cuéntanoslo todo!».

      Por último, se oyó una voz desfallecida y chillona («Ése es Bill», pensó Alicia): «Bueno, pues no lo sé... Más no, gracias; ya estoy mejor... pero me encuentro demasiado nervioso para hablar... todo lo que sé es que me ha golpeado una especie de matasuegras, ¡y que he salido disparado como un cohete!».

      –¡Así has salido, muchacho! –dijeron los demás.

      –¡Hay que quemar la casa! –dijo la voz del Conejo; y Alicia gritó lo más fuerte que pudo:

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      –¡Como la queméis os azuzaré a Dinah!

      Instantáneamente se hizo un silencio mortal; y Alicia pensó para sus adentros: «¡Veremos qué hacen ahora! Si tuvieran sentido común, quitarían el tejado». Un minuto o dos después, empezaron a andar otra vez de aquí para allá, y Alicia oyó al Conejo que decía: «Con una carretilla llena habrá suficiente para empezar».

      «¿Una carretilla llena de qué ?», pensó Alicia. Pero la duda no le duró mucho tiempo, ya que, un momento después, repiqueteó una rociada de guijarros en la ventana, y algunos de ellos le dieron en la cara. «Voy a acabar con todo esto», se dijo; y gritó:

      –¡Será mejor que no lo volváis a hacer! –lo cual provocó un nuevo silencio.

      Alicia observó con cierta sorpresa que, una vez en el suelo, los guijarros se transformaban en pastelitos; y le vino una idea luminosa a la cabeza. «Si me como uno de esos pasteles», pensó, «seguro que me vendrá algún cambio de tamaño; y como sin duda no me puedo hacer más grande, a lo mejor me hago más pequeña».

      Así que se tragó uno de los pasteles, y descubrió encantada que empezaba a disminuir enseguida. Tan pronto como fue lo bastante pequeña como para pasar por la puerta, salió corriendo de la casa, y se encontró con que había una multitud de animalitos y pajarillos esperando en el exterior. El pobre lagartito, Bill, estaba en medio, sostenido por dos conejillos de Indias, los cuales le daban de beber de una botella. En el instante en que apareció Alicia, se lanzaron todos hacia ella; pero Alicia echó a correr con todas sus fuerzas, y no tardó en encontrarse a salvo en un espeso bosque.

      «Lo primero que tengo que hacer», se dijo Alicia, mientras vagaba por el bosque, «es recobrar mi tamaño normal; y lo segundo, encontrar el modo de llegar a mi maravilloso jardín. Creo que ése es el mejor plan».

      Parecía un buen plan, en efecto; y muy cuidadosa y sencillamente trazado: la única dificultad estaba en que no tenía la menor idea de cómo ponerlo en práctica; y mientras miraba inquieta entre los árboles, un pequeño ladrido justo encima de su cabeza le hizo alzar los ojos hacia arriba con viveza.

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      Un enorme cachorrillo la observaba con sus ojazos redondos, y alargaba débilmente una zarpa, tratando de tocarla. «¡Pobrecillo!», dijo Alicia en tono mimoso, y trató de silbarle con fuerza; pero le asustaba terriblemente la idea de que pudiese tener hambre, en cuyo caso lo más probable es que se la zampase a pesar de sus palabras halagadoras.

      Sin saber apenas lo que hacía, cogió un palito, y se lo mostró al cachorrillo; a lo cual, el perrito dio un brinco en el aire con las cuatro patas a la vez, dando un ladrido de alegría, y se abalanzó hacia el palo, como acosándolo; entonces Alicia se escondió detrás de un gran cardo, a fin de evitar que la atropellase; en el momento en que se asomó por el otro lado, el perrito volvió a abalanzarse hacia el palo, cayéndose patas arriba en su apresuramiento por cogerlo: Alicia, considerando que era como jugar con un caballo percherón, y temiendo a cada momento que la pisase con sus patas, corrió al cardo otra vez; y el cachorrillo inició una serie de breves cometidas al palo, dando carreritas hacia delante y largas cabalgadas hacia atrás, y ladrando roncamente sin parar, hasta que finalmente se sentó a bastante distancia, jadeando, con la lengua colgándole de la boca, y sus ojazos medio cerrados.

      Ésta le pareció a Alicia una buena ocasión para escapar: así que echó a correr, y siguió corriendo hasta que se sintió completamente agotada y sin aliento, y los ladridos del perrito sonaron muy débiles a lo lejos.

      –¡Pero qué perrito más precioso era! –se dijo Alicia, mientras se apoyaba en un ranúnculo a descansar, y se abanicaba con una de sus hojas –Me habría gustado enseñarle a hacer monerías... ¡si hubiese tenido yo el tamaño normal! ¡Ay, Dios mío! ¡Casi se me había olvidado que tengo que crecer otra vez! Veamos, ¿cómo se hace? Supongo que debo comer o beber algo; pero el gran enigma es: ¿qué?

      El gran enigma era, desde luego, «¿qué?». Alicia miró en torno suyo, observó las flores y las hojas de yerba; pero no conseguía ver nada con pinta de comerse o de beberse en esta situación. Había un seta enorme cerca de ella, casi de su misma altura; y después de mirar debajo, a uno y otro lado, y detrás, se le ocurrió que también podía mirar encima, a ver si había algo.

      Se estiró de puntillas, y atisbó por el borde de la seta: y sus ojos se encontraron instantáneamente con los de una oruga azul que estaba sentada en lo alto, con los brazos cruzados, fumando tranquilamente un narguile, y sin hacer el menor caso de ella ni de nada.

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