Alicia en el país de las maravillas. Льюис Кэрролл

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Alicia en el país de las maravillas - Льюис Кэрролл Básica de Bolsillo

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Oruga y Alicia se miraron durante un rato en silencio: por último, la Oruga se quitó el narguile de la boca, y le habló con voz lánguida y soñolienta.

      –¿Quién eres tú ? –dijo la Oruga.

      No era ésta una forma alentadora de iniciar una conversación. Alicia replicó con cierta timidez: «Pues... pues creo que en este momento no lo sé, señora... sí sé quién era cuando me levanté esta mañana; pero he debido de cambiar varias veces desde entonces».

      –¿Qué quieres decir? –dijo la Oruga con severidad–. ¡Explícate!

      –Me temo que no me puedo explicar, señora –dijo Alicia–; porque, como ve, no soy yo misma.

      –Pues no lo veo –dijo la Oruga.

      –Me temo que no se lo puedo explicar con más claridad –replicó Alicia muy cortésmente–; porque para empezar, yo misma no consigo entenderlo; y el cambiar de tamaño tantas veces en un día es muy desconcertante.

      –No lo es –dijo la Oruga.

      –Bueno, quizá no lo encuentre usted desconcertante –dijo Alicia–; pero cuando se convierta en crisálida, como le ocurrirá algún día, y después en mariposa, creo que le parecerá un poquito raro, ¿no?

      –De ninguna manera –dijo la Oruga.

      –Bueno, tal vez sus sensaciones sean diferentes –dijo Alicia–; lo que sí puedo decirle es que yo me sentiría muy rara.

      –¡Tú! –dijo la Oruga con desprecio–. ¿Quién eres tú ?

      Lo que les devolvió al principio de la conversación. Alicia se sintió un poco irritada ante los comentarios tan secos de la Oruga; así que se acercó y dijo muy seria:

      –Creo que debería decirme quién es usted, primero.

      –¿Por qué? –dijo la Oruga.

      Ésta era otra pregunta desconcertante; y como a Alicia no se le ocurrió una buena razón, y la Oruga parecía estar de muy mal talante, dio media vuelta.

      –¡Vuelve aquí! –llamó la Oruga–. ¡Tengo algo importante que decir!

      Esto parecía prometedor, desde luego. Alicia dio media vuelta y regresó.

      –Domina tu mal genio –dijo la Oruga.

      –¿Eso es todo? –dijo Alicia, tragándose su enfado lo mejor que podía.

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      –No –dijo la Oruga.

      Alicia decidió esperar, ya que no tenía otra cosa que hacer; a lo mejor le decía algo que valiese la pena escuchar. Durante unos minutos, la Oruga estuvo soltando bocanadas de humo sin hablar; finalmente, desplegó los brazos, volvió a quitarse el narguile de la boca y dijo: «Conque crees que has cambiado, ¿eh?».

      –Me temo que sí, señora –dijo Alicia–. No recuerdo las cosas como solía... ¡y no conservo el mismo tamaño diez minutos seguidos!

      –¿No puedes recordar el qué ? –dijo la Oruga.

      –Pues, he intentado recitar Cómo la hacendosa abejita, ¡pero me salía todo distinto!

      –Recítame Sois viejo, padre William –dijo la Oruga.

      Alicia entrelazó las manos, y empezó:

      «Sois viejo, padre William», dijo el joven, «el cabello se os ha vuelto blanco;

      sin embargo, siempre andáis de cabeza: ¿os parece sensato, a vuestra edad?».

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      «En mi juventud», replicó el padre William al hijo, «temía lastimarme el cerebro;

      hoy, en cambio, sé seguro que no tengo, y ando así a cada momento».

      «Sois viejo», dijo el joven, «como digo, y habéis engordado por demás;

      pero habéis dado una voltereta al entrar: ¿Me podéis decir por qué?».

      «En mi juventud», dijo sacudiendo el pelo gris, «conservé muy ágiles mis miembros

      con este ungüento, de un chelín la caja. ¿Queréis comprarme un par?».

      «Sois viejo, tenéis flojas las quijadas para lo que es más duro que la grasa;

      sin embargo, os habéis zampado el ganso, huesos y pico incluidos; ¿me podéis decir cómo es eso?»

      «En mi juventud», dijo el padre, «me dediqué a las leyes; cada pleito lo discutía con mi mujer;

      y la fuerza que dio eso a mis quijadas me ha durado el resto de mi vida».

      «Sois viejo», dijo el joven, «y se supone

      que no tenéis la vista de antes; sin embargo, mantenéis una anguila

      en la punta de la nariz: ¿Qué os ha hecho tan habilidoso?».

      «He contestado a tres preguntas, ya es bastante», dijo el padre. «¡No te des esos aires!

      ¿Crees que voy a aguantar tus tonterías? ¡Largo, o te hago bajar de una patada la escalera!»

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      –No la has dicho bien –dijo la Oruga.

      –Me temo que no del todo bien –dijo Alicia con timidez–; algunas palabras están cambiadas.

      –Está mal de cabo a rabo –dijo la Oruga tajante; y guardó silencio unos minutos.

      La Oruga fue la primera en hablar.

      –¿De qué tamaño quieres ser? –preguntó.

      –Bueno, no soy muy exigente en cuanto a tamaño –se apresuró a replicar Alicia–; lo único, que no me gusta andar cambiando tan a menudo, ¿sabe?

      –¡Yo no sé! –dijo la Oruga.

      Alicia no dijo nada: jamás en toda su vida le habían llevado tanto la contraria, y se sentía como si fuera a reventar.

      –¿Estás contenta con el que tienes ahora? –dijo la Oruga.

      –Bueno, me gustaría ser un poco más grande, si no le importa a usted, señora –dijo Alicia–; tener tres pulgadas de estatura es una desgracia.

      –¡Es una estatura muy buena! –dijo la Oruga irritada, enderezándose (ella medía exactamente tres pulgadas).

      –¡Pero yo no estoy acostumbrada a medir eso! –alegó la pobre Alicia en tono

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