El libro de las mil noches y una noche. Anonimo

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El libro de las mil noches y una noche - Anonimo

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sólo así podré perder mis temores". Entonces el médico imploró otra vez: "Consérvame la vida para que Alah te la conserve; y no me mates, para que no te mate Alah".

      Pero ¡oh efrit! cuando el médico se convenció de que el rey lo iba a hacer matar sin remedio, dijo: "¡Oh rey! Si mi muerte es realmente necesaria, déjame ir a casa para despachar mis asuntos, encargar a mis parientes y vecinos que cuiden de enterrarme, y sobre todo para regalar mis libros de medicina. A fe que tengo un libro que es verdaderamente el extracto de los extractos y la rareza de las rarezas, que quiero legarte como un obsequio para que lo conserves cuidadosamente en tu armario".

      Entonces el rey preguntó al médico: "¿Qué libro es ese?" Y contestó el médico: "Contiene cosas inestimables; el menor de los secretos que revela es el siguiente: Cuando me corten la cabeza, abre el libro, cuenta tres hojas y vuélvelas; lee en seguida tres renglones de la página de la izquierda; y entonces la cabeza cortada te hablará y contestará a todas las preguntas que le dirijas".

      Al oír estas palabras el rey se asombró hasta el límite del asombro, y estremeciéndose de alegría y de emoción, dijo: "¡Oh médico! ¿Hasta cortándote la cabeza hablarás?" Y el médico respondió: "Sí, en verdad, ¡oh rey! Es, efectivamente, una cosa prodigiosa". Entonces el rey le permitió que saliera, aunque escoltado por guardianes, y el médico llegó a su casa, y despachó sus asuntos aquel día, y al siguiente día también. Y el rey subió al diwán, y acudieron los emires, los visires, los chambelanes, los nawabs (lugartenientes o representantes del rey) y todos los jefes del reino, y el diwán parecía un jardín lleno de flores.

      Entonces entró el médico en el diwán y se colocó de pie ante el rey, con un libro muy viejo y una cajita de colirio llena de unos polvos. Después se sentó y dijo: "Que me traigan una bandeja". Le llevaron una bandeja, y vertió los polvos, y los extendió por la superficie. Y dijo entonces: "¡Oh rey! coge ese libro, pero no lo abras antes de cortarme la cabeza. Cuando la hayas cortado colócala en la bandeja y manda que la aprieten bien contra los polvos para restañar la sangre. Después abrirás el libro".

      Pero el rey, lleno de impaciencia no le escuchaba ya; cogió el libro y lo abrió, pero encontró las hojas pegadas unas a otras.

      Entonces metiendo su dedo en la boca, lo mojó con su saliva y logró despegar la primera hoja. Lo mismo tuvo que hacer con la segunda y la tercera hoja, y cada vez se abrían las hojas con más dificultad. De ese modo abrió el rey seis hojas, y trató de leerlas, pero no pudo encontrar ninguna clase de escritura. Y el rey dijo: "¡Oh médico, no hay nada escrito!"

      Y el médico respondió: "Sigue volviendo más hojas del mismo modo". Y el rey siguió volviendo más hojas. Pero apenas habían pasado algunos instantes circuló el veneno por el organismo del rey en el momento y en la hora misma, pues el libro estaba envenenado. Y entonces sufrió el rey horribles convulsiones, y exclamó: "¡El veneno circula!"

      Y después el médico Ruyán comenzó a improvisar versos diciendo: ¡Esos jueces! ¡Han juzgado, pero excediéndose en sus derechos y contra toda justicia! ¡Y sin embargo, oh Señor, la justicia existe! ¡A su vez fueron juzgados! ¡Si hubieran sido íntegros y buenos, se les habría perdonado! ¡Pero oprimieron y la suerte los ha oprimido y les ha abrumado con las peores tribulaciones! ¡Ahora son motivo de burla y de piedad para el transeúnte! ¡Esa es la ley! ¡Esto a cambio de aquello! ¡Y el Destino se ha cumplido con toda lógica!

      Cuando Ruyán el médico acababa su recitado, cayó muerto el rey. Sabe ahora, ¡oh efritl, que si el rey Yunán hubiera conservado al médico Ruyán, Alah a su vez le habría conservado. Pero al negarse, decidió su propia muerte.

      Y si tú, ¡oh efritl, hubieses querido conservarme, Alah te habría conservado.

      En este momento de su narración,

      Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente. Y su hermana Doniazada le dijo: "¡Qué deliciosas son tus palabras!" Y Schehrazada contestó:

      "Nada es eso comparado con lo que os contaré la noche próxima, si vivo todavía y el rey tiene a bien conservarme". Y pasaron aquella noche en la dicha completa y en la felicidad hasta por la mañana. Después el rey se dirigió al diwán. Y cuando terminó el diwán, volvió a su palacio y se reunió con los suyos.

       Y CUANDO LLEGO LA SEXTA NOCHE

      Schehrazada dijo:

      He llegado a saber, ¡oh rey afortunado! que cuando el pescador dijo al efrit: "Si me hubieras conservado, yo te habría conservado, pero no has querido más que mi muerte, y te haré morir prisionero en este jarrón y te arrojaré a ese mar", entonces el efrit clamó y dijo:

      "¡Por Alah sobre ti! ¡oh pescador, no lo hagas! y consérvame generosamente, sin reconvenirme por mi acción, pues si yo fui criminal tú debes ser benéfico, y los proverbios conocidos dicen: "¡Oh tú, que haces bien a quien mal hizo; perdona sin restricciones el crimen del malhechor!"

      Y tú, ¡oh pescador!, no hagas conmigo lo que hizo Umama con Atika". El pescador dijo:

      "¿Y qué caso fué ese?" Y respondió el efrit:

      "No es ocasión para contarlo estando encarcelado. Cuando tú me dejes salir, yo te contaré ese caso". Pero el pescador dijo:

      "¡Oh, eso nunca! Es absolutamente necesario que yo te eche al mar, sin que tengas medio de salir. Cuando yo supliqué y te imploraba, tú deseabas mi muerte, sin que hubiera cometido ninguna falta contra ti, ni bajeza alguna, sino únicamente favorecerte, sacándote de ese calabozo. He comprendido, por tu conducta conmigo, que eres de mala raza. Pero has de saber que voy a echarte al mar, y enteraré de lo ocurrido a todos los que intenten sacarte, y así te arrojarán de nuevo, y entonces permanecerás en ese mar hasta el fin de los tiempos para disfrutar todos los suplicios". El efrit le contestó: "Suéltame, que ha llegado el momento de contarte la historia. Además, te prometo no hacerte jamás ningún daño, y te seré muy útil en un asunto que te enriquecerá para siempre".

      Entonces el pescador se fijó bien en esta promesa de que si libertaba al efrit, no sólo no le haría jamás daño, sino que le favorecería en un buen negocio. Y cuando se aseguró firmemente de su fe y de su promesa, y le tomó juramento por el nombre de Alah Todopoderoso, el pescador abrió el jarrón. Entonces el humo empezó a subir, hasta que salió completamente, y se convirtió en un efrit, cuyo rostro era espantosamente horrible. El efrit dió un puntapié al jarrón y lo tiró al mar. Cuando el pescador vió que el jarrón iba camino del mar, dió por segura su propia perdición, y orinándose encima, dijo:

      "Verdaderamente, no es esto una buena señal". Después intentó tranquilizarse y dijo:

      "¡Oh efrit! Alah Todopoderoso ha dicho: "Hay que cumplir los juramentos, porque se os exigirá cuenta de ellos". Y tú prometiste y juraste que no me harías traición. Y si me la hicieses, Alah te castigará, porque es celoso, es paciente y no olvida. Y yo te digo lo que el médico Ruyán al rey Yunán: "Consérvame, y Alah te conservará".

      Al oír estas palabras, el efrit rompió a reír y echando a andar delante de él, dijo: "¡Oh pescador, sígueme!" Y el pescador echó a andar detrás de él, aunque sin mucha confianza en su salvación. Y así salieron completamente de la ciudad, y se perdieron de vista, y subieron a una montaña, y bajaron a una vasta llanura, en medio de la cual había un lago. Entonces el efrit se detuvo, y mandó al pescador que echara la red y pescase. Y el pescador miró a través del agua, y vió peces blancos y peces rojos, azules y amarillos. Al verlos se maravilló el pescador; después echó su red y cuando la hubo sacado encontró en ella cuatro peces, cada uno de color distinto.

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