El libro de las mil noches y una noche. Anonimo

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El libro de las mil noches y una noche - Anonimo

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soldados que cercaran las montañas. Y los soldados así lo hicieron.

      Entonces el rey llamó a su visir. Porque este visir era hombre sabio, elocuente, versado en todas las ciencias. Cuando se presentó ante el rey, éste le dijo: "Tengo intención de hacer una cosa y voy a enterarte de ella. Deseo aislarme completamente esta noche y marchar yo solo a descubrir el misterio de este lago y sus peces. Por consiguiente, te quedarás a la puerta de mi tienda, y dirás a los emires, visires y chambelanes: "El sultán está indispuesto y me ha mandado que no deje pasar a nadie". Y a ninguno revelarás mi intención". De este modo el visir no podía desobedecer.

      Entonces el rey se disfrazó, y ciñéndose su espada, se escabulló de entre su gente sin que nadie lo viese. Y estuvo andando toda la noche sin detenerse hasta la mañana, en que el calor, demasiado excesivo, le obligó a descansar. Después anduvo durante todo el resto del día y durante la segunda noche hasta la mañana siguiente. Y he aquí que vió a lo lejos una cosa negra, y se alegró de ello y dijo: "Es probable que encuentre allí a alguien que me contará la historia del lago y sus peces". Y al acercarse a esta cosa negra vió que aquello era un palacio enteramente construido con piedras negras, reforzado con grandes chapas de hierro, y que una de las hojas de la puerta estaba abierta y la otra cerrada. Entonces se alegró mucho, y parándose ante la puerta, llamó suavemente, pero como no le contestasen llamó por segunda y por tercera vez. Después, y como seguían sin contestar, llamó por cuarta vez, pero con gran violencia, y nadie contestó tampoco. Entonces se dijo: "No hay duda, este palacio está desierto". Y en seguida, tomando ánimos, penetró por la puerta del palacio y llegó a un pasillo, y allí dijo en alta voz: "¡Ah del palacio! Soy un extranjero, un caminante que pide provisiones para continuar su viaje".

      Después reiteró su demanda por segunda y tercera vez, y como no le contestasen, afirmósu corazón y fortificó su alma, y siguió por aquel corredor hasta el centro del palacio.

      Y no encontró a nadie. Pero vió que todo el palacio estaba suntuosamente revestido de tapices y que en el centro de un patio interior había un estanque coronado por cuatro leones de oro rojo, de cuyas fauces brotaba un chorro de agua que semejaba perlas y pedrería. En torno veíanse numerosos pájaros, pero no podían volar fuera del palacio, por impedírselo una gran red tendida por encima de todo. Y el rey se maravilló al ver aquellas cosas, aunque afligiéndose por no encontrar a alguien que le pudiese revelar el enigma del lago, de los peces, de las montañas y del palacio. Después se sentó entre dos puertas, y meditó profundamente.

      Pero de pronto oyó una queja muy débil que parecía brotar de un corazón dolorido, y oyó una voz dulce que cantaba quedamente estos versos: ¡Mis sufrimientos ¡ay! no he podido ocultarlos, y mi mal de amores fué revelado…! ¡Y ahora el sueño se aparta de mis ojos para convertirse en insomnio constante! ¡Oh amor! ¡Viniste al oír mi voz pero cuánta tortura dejaste mis pensamientos ¡Ten piedad de mí! ¡Déjame gustar del reposo! ¡Y sobre todo, no vayáis a visitar a Aquella que es toda mi alma, para hacerla padecer! ¡Porque Ella es mi consuelo en las penas y peligros!

      Cuando el rey oyó estas quejas amargas se levantó y se dirigió hacia el lugar de donde procedían. Llegó hasta una puerta cubierta por un tapiz. Levantó el tapiz, y en un gran salón vió un joven que estaba reclinado en un gran lecho. Este joven era muy hermoso; su frente parecía una flor, sus mejillas igual que la rosa, y en medio de una de ellas tenía un lunar como una gota de ámbar negro.

      Ya lo dijo el poeta: ¡El joven es esbelto y gentil! ¡Sus cabellos de tinieblas son tan negros que forman la noche! ¡Su frente es tan blanca que ilumina la noche! ¡Nunca los ojos de los hombres presenciaron una fiesta como el espectáculo de sus gracias! ¡Le conocerás entre todos los jóvenes por el lunar que tiene en la rosa de su mejilla, precisamente debajo de uno de sus ojos!

      Al verle, el rey, muy complacido, le dijo:

      "¡La paz sea contigo!". Y el joven siguió echado en la cama, vistiendo un traje de seda bordado de oro. Con un acento de tristeza que parecía extenderse por to da su persona, devolvió el saludo del rey y le dijo: "¡Oh señor! ¡Perdona que no me pueda levantar!".

      Pero el rey contestó: "¡Oh joven! Entérame de la historia de ese lago y de sus peces de colores, así como del misterio de este palacio y de la causa de su soledad y de tus lágrimas".

      Al oírlo, el joven derramó nuevas lágrimas, que corrían a lo largo de sus mejillas, y el rey se asombró y le dijo: "¡Oh joven! ¿qué es lo que te hace llorar?" Y el joven respondió:

      "¿Cómo no he de llorar, si me veo en este estado?" Y el joven, alargando las manos hacia el borde de su túnica, la levantó. Y entonces el rey vió que toda la mitad inferior del joven era de mármol, y la otra mitad, desde el ombligo hasta el cabello de la cabeza, era de un hombre. Y el joven dijo al rey: "Sabe, ¡oh señor! que la historia de los peces es una cosa tan extraordinaria, que si se escribiera con una aguja en el ángulo interior del ojo, a fin de que todo el mundo la viera, sería una gran lección para el observador cuidadoso".

      Y el joven contó la historia que sigue:

       HISTORIA DEL JOVEN ENCANTADO Y DE LOS PECES

      Sabe, ¡oh señor! que mi padre era rey de esta ciudad. Se llamaba Mahmud, y era rey de las Islas Negras y de estas cuatro montañas. Mi padre reinó setenta años, y después se extinguió en la misericordia del Retribuidor. Después de su muerte, fui yo sultán y me casé con la hija de mi tía. Me quería con amor tan poderoso, que si por casualidad tenía que separarme de ella, no comía ni bebía hasta mi regreso. Y así siguió bajo mi protección durante cinco años, hasta que fue un día al hammam, después de haber mandado al cocinero que preparase los manjares para nuestra cena. Entré en el palacio y reclinándome en el lugar de costumbre, mandé a dos esclavas que me hicieran aire con los abanicos. Una se puso a mi cabeza y otra a mis pies. Pero pensando en la ausencia de mi esposa, se apoderó de mí el insomnio, y no pude conciliar el sueño, porque ¡si mis ojos se cerraban, mi alma permanecía en vela! Oí entonces a la esclava que estaba detrás de mi cabeza hablar de este modo a la que estaba a mis pies: "¡Oh Masauda! ¡Qué desventurada juventud la de nuestro dueño! ¡Qué tristeza para él tener una esposa como nuestra ama, tan pérfida y tan criminal!". Y la otra respondió: ¡Maldiga Alah a las mujeres adúlteras! Porque esa infame nunca podrá tener un hombre mejor que nuestro dueño, y sin embargo, se pasa las noches en el lecho de unos y otros". Y la primera esclava dijo: "Nuestro dueño debe de ser muy impasible cuando no hace caso de las acciones de esa mujer". Y repuso la otra:

      "¿Pero qué dices? ¿Puede sospechar siquiera nuestro amo lo que hace ella? ¿Crees que la dejaría en libertad de obrar así? Has de saber que esa pérfida pone siempre algo en la copa en que bebe nuestro amo todas las noches antes de acostarse. Le echa banj (Bang o Bani. Haschis, mariguana o cualquier droga como el extracto de beleño) y le hace dormir con eso. En tal estado, no puede saber lo que ocurre, ni a dónde va ella, ni lo qué hace.

      Entonces, después de darle a beber el banj, se viste y se va, dejándole solo, y no vuelve hasta el amanecer. Cuando regresa, le quema una cosa debajo de la nariz para que la huela, y así despierta nuestro amo de su sueño".

      En el momento que oí ¡oh señor! lo que decían las esclavas, se cambió en tinieblas la luz de mis ojos. Y deseaba ardientemente que viniera la noche para encontrarme de nuevo con la hija de mi tío. Por fin volvió del hammam. Y entonces se puso la mesa, y estuvimos comiendo durante una hora, dándonos mutuamente de beber, como de costumbre, después pedí el vino que solía beber todas las noches antes de acostarme, y ella me acercó la copa. Pero yo me guardé muy bien de beber, y fingí que la llevaba a los labios, como de costumbre, pero la derramé rápidamente por la abertura de mi túnica, y en la misma hora y en el mismo instante me eché en la cama, haciéndome el dormido. Y ella dijo entonces: "¡Duerme! ¡Y así

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