El libro de las mil noches y una noche. Anonimo

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El libro de las mil noches y una noche - Anonimo

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se marchó. En seguida me levanté yo también, y la fui siguiendo hasta que hubo salido del palacio. Y atravesó todos los zocos, y llegó por fin hasta las puertas de la ciudad, que estaban cerradas. Entonces habló a las puertas en un lenguaje que no entendí, y los cerrojos cayeron y las puertas se abrieron, y ella salió. Y yo eché a andar detrás de ella, sin que lo notase, hasta que llegó a unas colinas formadas por los amontonamientos de escombros, y a una torre coronada por una cúpula y construida de ladrillos. Ella entró por la puerta, y yo me subí a lo alto de la cúpula, donde había una terraza, y desde allí me puse a vigilarla. Y he aquí que ella entró en la habitación de un negro muy negro. Este negro era horrible, tenía el labio superior como la tapadera de una marmita y el inferior como la marmita misma, ambos tan colgantes, que podían escoger los guijarros entre la arena. Estaba podrido de enfermedades y tendido sobre un montón de cañas de azúcar.

      Al verle, la hija de mi tío besó la tierra entre sus manos, y él levantó la cabeza hacia ella, y le dijo: "¡Desdichas sobre ti!" ¿Cómo has tardado tanto? He convidado a los negros, que se han bebido el vino y se han entrelazado ya con sus queridas. Y yo no he querido beber por causa tuya". Ella contestó:

      "¡Oh dueño mío, querido de mi corazón! ¿no sabes que estoy casada con el hijo de mi tío, que detesto hasta su imagen y que me horroriza estar con él? Si no fuese por el temor de hacerte daño, hace tiempo que habría derruído toda la ciudad, en la que sólo se oiría la voz de la corneja y el mochuelo, y además habría transportado las ruinas al otro lado del Cáucaso".

      Y contestó el negro: "¡Mientes, infame!

      Juro por el honor y por las cualidades viriles de los negros, y por nuestra infinita superioridad sobre los blancos, que como vuelvas a retrasarte otra vez, a partir de este día, repudiaré tu trato y no pondré mi cuerpo encima del tuyo. ¡Oh pérfida traidora! De seguro que te has retrasado para saciar en otra parte tus deseos de hembra. ¡Qué basura! ¡Eres la más despreciable de las mujeres blancas!" Después la cogió debajo de él. Y llegó entre ellos aquello que llegó.

      Así narraba el príncipe dirigiéndose al rey.

      Y prosiguió de este modo:

      "Cuando oí toda aquella conversación y vi con mis propios ojos eso que siguió entre ambos, el mundo se convirtió en tinieblas para mí y no supe ni dónde estaba. En seguida la hija de mi tío rompió a llorar y a lamentarse humildemente entre las manos del negro, y le decía: "¡Oh, amante mío, orgullo de mi corazón! ¡No tengo a nadie más que a ti! ¡Si me despidieses me moriría! ¡Oh, amor mío! ¡Luz de mis ojos". Y no cesó en su llanto ni en sus súplicas hasta que la hubo perdonado. Entonces, llena de alegría, se levantó, se quitó todos los vestidos, incluso el calzón, y se quedó completamente desnuda.

      Y dijo después: "Amo mío, ¿tienes con qué alimentar a tu esclava?". Y contestó el negro:

      "Levanta la tapadera de la cacerola, allí encontrarás un guisado de huesos de ratones, que ha de satisfacerte. En este jarro que ves ahí hay buza (bebida fermentada de baja calidad muy apreciada por los negros) y la puedes beber".

      Y ella comió y bebió y fué a lavarse las manos. Después se acostó sobre el montón de cañas, y completamente desnuda se acurrucó contra el negro, cubriéndose con unos harapos infectos.

      Al ver todas estas cosas que hacía la hija de mi tío, no pude contenerme más, y bajando de la cúpula y precipitándome en la habitación, cogí la espada que llevaba la hija de mi tío, resuelto a matar a ambos.

      . Y comencé por herir primeramente al negro, dándole un tajo en el cuello, y creí que había perecido".

      En este momento de su narración,

      Schehrazada vio aproximarse la mañana, y se calló discretamente. Y cuando lució la mañana, Schahriar entró en la sala de justicia, y el diwán estuvo lleno hasta el fin del día. Después el rey volvió a palacio, y Doniazada dijo a su hermana: "Te ruego que prosigas tu relato". Y ella respondió: "De todo corazón, y como homenaje debido".

       Y CUANDO LLEGO LA OCTAVA NOCHE

      Schehrazada dijo:

      He llegado a saber, ¡oh rey afortunado! que el joven encantado dijo al rey:

      "Al herir al negro para cortarle la cabeza, corté efectivamente su piel y su carne, y creí que lo había matado, porque lanzó un estertor horrible. Y a partir de ese momento, nada sé sobre lo que ocurrió. Pero al día siguiente, vi que la hija de mi tío se había cortado el pelo y se había vestido de luto.

      Después me dijo: "¡Oh hijo de mi tío! No censures lo que hago, porque acabo de saber que se ha muerto mi madre, que a mi padre lo han matado en la guerra santa, que uno de mis hermanos ha fallecido de picadura de escorpión y que el otro ha quedado enterrado bajo las ruinas de un edificio; de modo que tengo motivos para llorar y afligirme".

      Fingiendo que la creía, le dije: "Haz lo que creas conveniente, pues no he de prohibírtelo". Y permaneció encerrada con su luto, con sus lágrimas y sus accesos de dolor durante todo un año, desde su comienzo hasta el otro comienzo.

      Y transcurrido el año, me dijo: "Deseo construir para mí una tumba en este palacio; allí podré aislarme con mi soledad y mis lágrimas, y la llamaré la Casa de los Duelos".

      Yo le dije: "Haz lo que tengas por conveniente". Y se mandó construir esta Casa de los Duelos, coronada por una cúpula, y conteniendo un subterráneo como una tumba. Después transportó allí al negro, que no había muerto, pues sólo había quedado muy enfermo y muy débil, aunque en realidad ya no le podía servir de nada a la hija de mi tío. Pero esto no le impedía estar bebiendo a todas horas vino y buza. Y desde el día en que le herí no podía hablar y seguía viviendo, pues no le había llegado todavía su hora.

      Ella iba a verlo todos los días, entrando en la cúpula, y sentía a su lado accesos de llanto y de locura, y le daba bebidas y condimentos.

      Así hizo, por la mañana y por la noche, durante todo otro año. Yo tuve paciencia durante este tiempo; pero un día, entrando de improviso en su habitación, la oí llorar y arañarse la cara y decir amargamente estos versos: ¡Partiste, ¡oh muy amado mío! y he abandonado a los hombres y vivo en la soledad, porque mi corazón no puede amar nada desde que partiste, ¡oh muy amado mío! ¡Si vuelves a pasar cerca de tu muy amada, recoge por favor sus despojos mortales, en recuerdo de su vida terrena, y dales el reposo en la tumba donde tú quieras, pero cerca de ti, si vuelves a pasar cerca de tu muy amada! ¡Que tu voz se acuerde de mi nombre de otro tiempo para hablarme en la tumba! ¡Oh, pero en mi tumba sólo oirás el triste sonido de mis huesos al chocar unos con otros!

      Cuando hubo terminado su lamentación, desenvainé la espada, y le dije: "¡Oh traidora! sólo hablan así las infames que reniegan de sus amores y pisotean el cariño".

      Y levantando el brazo, me disponía a herirla, cuando ella, descubriendo entonces que había sido yo quien hirió al negro, se puso de pie, pronunciando unas palabras misteriosas, y dijo: "Por la virtud de mi magia, que Alah te convierta mitad piedra y mitad hombre". E inmediatamente, señor, quedé como me ves.

      Y ya no puedo valerme ni hacer un movimiento, de suerte que no estoy ni muerto ni vivo. Después de ponerme en tal estado, encantó las cuatro islas de mi reino, convirtiéndolas en montañas, con ese lago en medio de ellas, y a mis súbditos los transformó en peces. Pero hay más. Todos los días me tortura azotándome con una correa, dándome cien latigazos, hasta que me hace sangrar. Y después me pone sobre las carnes una camisa de crin, cubriéndola

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