La urgencia de ser santos. José Rivera Ramírez

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La urgencia de ser santos - José Rivera Ramírez Espiritualidad

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filantropía, una cosa buena, digna de alabanza, pero no es cristiana; si lo hacemos por eso, todavía no estamos actuando cristianamente. Y por tanto estamos todavía “en la carne” y, por consiguiente, “la carne no aprovecha para nada”, “el que siembra de la carne cosecha corrupción”, etc.

      Uno puede decirme: “es que Jesucristo lo hizo”. Ya estamos en otro terreno. De todas maneras se puede preguntar: ¿y por qué lo hizo Jesucristo? Jesucristo lo hizo porque es el hijo de Dios. Y usted lo hace porque es hijo de Dios también. Yo estoy en la intimidad de Cristo cuando estoy viviendo, conviviendo, su vida de Hijo de Dios. Entonces me es válida la expresión: lo hago porque Jesucristo lo hizo. Si decimos “porque es el Hijo de Dios” ya no hay más, porque más allá de Dios ya no existe nada. Y entonces ya estamos en la raíz. La raíz de todo es el Padre; quiere decir que es el origen de todo.

      Acostumbrarnos a hacer esto –de una manera u otra, con la técnica que use cada uno– es esencial, porque, si no, vamos teniendo unos planteamientos que radicalmente deben estar bien, pero resulta que, momento tras momento, vamos viviendo de una manera muy carnal. Vamos haciendo unas mezclas que, en resumidas cuentas, resulta que son inoperantes, no producen fruto o, por lo menos, no producen el que tenían que producir.

      La radicalidad en cuanto a mí

      Ahora la radicalidad, en un segundo término, que ya no es la última radicalidad sino que es consecuencia de la anterior, será esta expresión o consideración de Cristo mismo y del Espíritu Santo. Pero la radicalidad también tiene que ver, después, con nosotros mismos: tenemos que bajar a la última raíz nuestra; la última raíz nuestra es mucho más complicada. El Padre eterno es muy misterioso, pero de complicado nada: es la simplicidad absoluta. Nosotros no somos tan misteriosos, pero somos de una complicación impresionante; de manera que es dificilísimo conocernos. [Es necesario] que vayamos también procurando que las cosas broten de nuestra personalidad, que es lo que podemos llamar radical, esas cosas que los místicos llaman “el hondón”, “el ápice”, el centro, lo profundo... del alma; que broten de ahí. Porque es facilísimo que nos pongamos como una especie de vestido, una serie de hábitos, de costumbres, de modos de operación, de maneras de ser, que muchas veces son incluso meramente biológicas o meramente sociológicas, de costumbres. Por eso cambiamos con tantísima facilidad. En resumidas cuentas, quiero decir que o no tenemos el centro y la raíz en la Santísima Trinidad, en Cristo o que nosotros no estamos agarrados a ella a pesar de que nos creamos que sí. Esto no es más que lo que dice Jesucristo: “el que recibe mis palabras y las oye es como la casa que está hecha en piedra y viene las lluvias y los vientos y lo que venga y la casa no se hunde”; y el que no está arraigado en la Palabra de Dios, no la recibe, vienen las lluvias o lo que sea y se cae.

      –“¿Y cómo han pasado todas estas cosas en España? En España éramos todos tan buenos... Y resulta que rezábamos unos rosarios, que se organizaban en el Retiro, donde iba un montón de gente...”

      –Bueno, para lo que es Madrid no iba nadie, en resumidas cuentas;

      –Pero bueno, el Retiro se llenaba...

      –También se llena cuando traen un animal nuevo y lo exponen allí... Por supuesto, si viene el Papa o si viene Eisenhower... es igual... La gente no sabe qué hacer... Ya hasta celebramos en Toledo los comuneros... de los cuales no sabe casi nadie ni quiénes son... Yo contesto: porque aquello no tenía raíz, sencillamente. Y cuando vinieron las aguas se hundió.

      –¿Por qué no me secularicé yo ni el otro o el otro?

      –Bueno, no voy a decir que ningún español tenía nada de raíz en Cristo, pero la sustancia de ese deterioro tan absoluto del catolicismo español es sencillamente que no estaba arraigado en Cristo ¡y no hay más historias! ¡no hay más razones! Luego se pueden ver montones de señales... pero la razón es esta y es que, además, está en el evangelio.

      Decía: “ver si estamos nosotros arraigados” ¡Que nos conozcamos!... Que nos demos cuenta ¿Es mi raíz, es mi personalidad la que va creciendo a partir de mi filiación divina o simplemente voy plantándome una serie de costumbres, de costumbres mentales incluso, de hábitos que se deterioran con otros hábitos u otras costumbres y otras maneras? Por eso cambia la moda y cambian las personas también. Y ahí, darnos cuenta de lo fácil que nos es el sustituirnos a nosotros mismos por razonamientos o por lo que sea. El vernos como una unidad. Por ejemplo: uno dice: – “Pues yo estoy predicando y, sin embargo, la gente no me hace caso...” Yo le contesto: –“¿Y a qué llama usted predicar?... El decir palabras no es predicar sin más.

      Jesucristo nos ha enviado a dar testimonio, no a hablar. He puesto siempre este ejemplo: “la verdad es la adecuación moral de la palabra con el hecho” ¡mentira y gorda...! La palabra siempre es un puro signo de la persona que habla. Cuando mi padre estaba escondido y venían los rojos y preguntaban “¿está D. José?” Mi madre para decir la “verdad” ¿tenía que haberles dicho: “está escondido, búsquenle”; luego jugamos como en el lago: frío, frío, coger agua del río, caliente, caliente...? Se dice que no está; ¿se miente? En absoluto; ¿por qué? Porque esa pregunta no tiene... Sencillamente, habla la persona, y la persona habla en su contexto y situación... Entonces, para que yo predique de verdad hace falta que yo sea yo y que yo sea un predicador. Y no basta con decir que lo que digo es verdad y que la gente no me hace caso, porque la gente no tiene por qué hacerme caso, porque [Jesucristo] no me ha enviado a hablar, a razonar, me ha enviado a dar testimonio.

      En la medida que la palabra que estoy diciendo es un testimonio, porque forma parte de la expresión de un testigo, en esta medida, si me rechazan estarán rechazando un testimonio de Jesucristo; pero si están rechazando simplemente una serie de cosas que diga yo, aunque estén muy bien dichas, no están rechazando nada porque [lo que digo] no me está expresando.

      Pues ver este aspecto de radicalidad. Para eso hace falta que me vaya conociendo a mí. Conocimiento propio no es una consecuencia de la tendencia psicologista moderna, es una cosa muy vieja en los autores espirituales: conocer a Dios y conocerse a sí mismo; san Agustín ya lo decía –sólo que lo decía en latín– “Señor que te conozca y que me conozca”. Se trata de conocernos, estar examinando: ¿lo radical de mi personalidad está arraigado en Dios? Radicalidad en cuanto a Dios y radicalidad en cuanto a mí.

      La radicalidad en cuanto a las cosas

      Pero además otra cosa, radicalidad en cuanto a las cosas: en cuanto a qué sentido tienen las cosas en sí, las tareas que vamos a hacer; lo cual naturalmente supone una actitud de acogida, de entendimiento, y partiendo de ese conocimiento, y como consecuencia, una actividad desbordante realmente. Estar atento a las cosas, ver cuál es su realidad y ver qué hay dentro y ver de dónde salen... Hay esta costumbre, ¿por qué la hay? Quiere decir que tenemos que conocer también a las demás personas en su realidad personal, por tanto en su radicalidad. Por una parte, ciertamente, tenemos tendencia a esto, porque tenemos raíz sencillamente, porque realmente nuestra raíz está en el Padre eterno porque nos está engendrando en última hora en el Verbo. Pero también tenemos tendencia a lo otro... Tenemos tendencia a esto porque somos unas personas y tenemos tendencia a la superficialidad porque empezamos de chiquititos a conocer por los sentidos y seguimos conociendo por los sentidos y porque, como nos hemos criado –sin meterme con los padres ni las madres de nadie, ni con los maestros y curas que nos hayan tratado– viendo, oyendo y sorbiendo un ambiente en el cual, lo sensible, aunque no se dijera nunca que era más importante que lo que no se ve, pero de hecho se le estaba dando más importancia en ciertos momentos determinados, pues nos hemos criado con una tendencia a dar importancia a las cosas... superficialidad sencillamente.

      Gracias a Dios, muchas veces hay más hondura de la que parece pero estamos viviendo muy en la superficie, lo cual quiere decir que no estamos viviendo, que nos estamos desgastando. Por eso, la gente, cuando llegan casos que manifiestan, descubren, la radicalidad o

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