La urgencia de ser santos. José Rivera Ramírez
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Ahora mismo estoy leyendo la biografía del obispo de Pasto; es curiosísimo, porque a este hombre, que es un santo, le parece normal –y le parece un disparate lo contrario– que se arme una guerra para convencer a la gente. No sois buenos... pues a tiros... Uno dice: pero bueno, a mí me parece que el evangelio deja bastante claro que esto no es sistema; él quería que invadieran el Ecuador –el gobierno ecuatoriano de aquel momento era anticatólico, muy radical– y los más lanzados querían entrar en el Ecuador y derrocar al gobierno y cambiarlo y al obispo le parecía que era lo que había que hacer y esto en el nombre de la fe... Que hubiera que hacerlo por razones políticas... soy bastante inclinado a pensar que muchas veces no hay más remedio que acabar a palos... pero esto son razones humanas... Pero que el evangelio no se impone a tiros esto me parece evidente, creo que está bastante claro; pues es una cosa bastante clara que no la han entendido bastantes santos... Falta de coherencia. Si nos falta y el Espíritu Santo no nos quiere iluminar... pues qué le vamos a hacer, El sabrá... pero que no nos falte porque nosotros no la buscamos.
Y esto supone toda una actitud. Y si esto no es coherente con lo demás, quiere decir que no viene del Espíritu Santo, por lo menos no viene tal como lo estoy entendiendo yo. Y hay cositas más pequeñas –que se preguntan muchas veces en el seminario–: el conflicto entre la obediencia y la caridad:
–“Es que es más caridad atender al compañero e irle a entretener porque sé que se aburre estudiando y resulta que el reglamento dice que no salga del cuarto en tiempo de estudio... ¿y la caridad?”
–¡Qué caridad ni qué niño muerto! La caridad ahora es más que la obediencia como virtud moral, pero precisamente la obediencia es la que te indica cuándo Dios te concede ejercitar la caridad... Si estas no son horas de salir del cuarto, quiere decir que Dios no te concede la gracia de ejercitar la caridad así... ¡deja al compañero que se aburra y que duerma tranquilo! En último término, tú obedece, que es lo que tienes que hacer, y así ejercitar la caridad.
La tendencia que tenemos hacia la incoherencia es algo curiosísimo. Lo que estoy hablando es ya una actitud de abnegación. Positivamente es recibir la acción del espíritu Santo, saber discernir que viene por ahí: por lo radical, por lo interior, por lo coherente, pero lo interior recibido personalmente, por tanto exteriorizado después; por lo coherente, que nos va formando personalmente. Pero además hay que negar la tendencia contraria que también la tenemos: tendencia a la superficialidad, tenemos tendencia a lo no radical, tenemos tendencia a lo incoherente. El caso es que a todos nos molesta, cuando hablamos con alguien, ver lo incoherente que es y a nosotros mismos nos molesta no ser coherentes y pensar de una manera y obrar de otra; tenemos que tener la humildad de reconocer que empezamos así. Cada uno vea: hay que examinarse un poco, en qué nivel me parece que, más o menos, estoy. Para saber cómo tengo que entender al Espíritu Santo. Pero hay que saber que tenemos que tender, en lo que dependa de nosotros, a ciertas actitudes y lo que no me hace tender hacia ahí no viene del Espíritu Santo.
Tenemos que ser coherentes también en la interpretación de los hechos. Y tenemos que tender a que haya coherencia entre nuestro pensamiento y nuestra realización. No el pensamiento que tengo yo pero en abstracto y las realizaciones que hago yo pero en abstracto, porque muchas veces mi pensamiento, precisamente porque le he recibido yo, va a obrar en mí y al obrar en mí va a obrar de unas maneras, porque tiene una coherencia en un nivel, en un grado, con unos matices distintos que la va a tener en otros. ¿Por qué? Porque soy yo el que lo hago, sencillamente.
Y finalmente, después de esta radicalidad, de esta coherencia y de esta interioridad, hay otro aspecto, que va íntimamente unido, que es el aspecto de totalidad, que podemos verle también como coherencia: ver todos los aspectos, cómo se iluminan los aspectos unos a otros, porque se iluminan unos a otros. La Palabra de Dios recibida coherentemente nos hace conocer a Cristo de verdad y, si no, no nos hace conocer a Cristo, nos hace conocer tal o cual palabra. La radicalidad precisamente es ser consciente de que cuando estamos recibiendo la Palabra de Dios, es Palabra de Dios. Es simplemente el llegar hasta el final en las cosas; vamos, por lo tajante.
La tendencia que tenemos nosotros, por todas las razones anteriores, es un poco a quedarnos en los medios, mientras que el evangelio va siempre hasta el final. El final en cuanto a que vamos, aspiramos a, esperamos, la perfección de la santidad, para nosotros y para los demás. Vuelvo a repetir: la perfección de la santidad de esta persona que, como es una persona humana progresiva y falible, y como además puede tener condicionamientos inculpables, puede suceder perfectamente estar en plena coherencia, que obliga a reconocer que somos incoherentes, porque la personalidad total no se va a realizar más que en la resurrección y la resurrección no se va a dar aquí en la tierra y, por tanto, no podemos pretenderla aquí en la tierra... Pero tenemos que tender siempre. Esto no es más que lo que expresa santo Tomás hablando de un religioso, vamos de los religiosos en general: al religioso se le podría reprochar siempre que no tienda a la perfección, pero no se le puede reprochar nunca que no sea santo en este momento, porque no se ha comprometido a ser santo en el año veintitantos, se ha comprometido a tender a la perfección; mientras se ve que tiende no hay nada que decirle. “Usted tiene muchísimos defectos todavía...” Pues sí, no he dicho que no voy a tener defectos, he dicho que voy a tender continuamente a la perfección, que son dos cosas distintas.
Aquí es igual: nosotros hemos de tender a la coherencia, la coherencia total, con nosotros mismos, que por nada en la tierra la vamos a conseguir, pero el Espíritu Santo nos mueve hacia una tendencia que incluye la humildad de reconocer que, en ciertos aspectos ya, que no dependan de nuestra voluntad, el Espíritu Santo puede dejarlos en absoluta incoherencia. Bueno pues, lo tajante en cuanto a cualquier situación; prudentemente tendremos que tener paciencia con mucha gente, irle dando cuerda, hasta que le propongamos la aplicación de lo tajante, pero tenemos que empezar, para nosotros mismos, por supuesto, y también tenemos que tener paciencia y ver que todavía no lo podemos realizar. Las cosas tienen que ser totales y por tanto tajantes; aquí una de las frases más fuertes es esa: que si tu ojo te escandaliza te lo saques y que si tu mano te escandaliza te la cortes; parece un poco difícil, no creo que la izquierda tenga fuerza para cortar... Esto no lo aplicamos casi nunca y, en cambio, lee uno la vida de los santos y son... Ahí tendríamos que ver que, como el evangelio es así, no digo que en tal o cual momento, pero ¿la gente es capaz de hacerlo siempre? No digo siempre en cada momento; acabo de decir que no. Digo que todo el mundo es capaz de hacerlo, es decir, que el evangelio crea las fuerzas.
En un momento determinado no podremos exigir –porque sería una exigencias nuestra, que no tiene sentido siquiera– a tal o cual persona que “ahora mismo tiene usted que dejar a esta persona con la que está liada”, cosa que nos vamos a encontrar continuamente, lo estamos encontrando ya; yo no se lo puedo exigir porque no tiene fuerzas en ese momento; pero desde luego, el andar con paños calientes o el ir pensando que como es tan duro... Pues mire usted, ni duro ni blando, depende de las energías que tenga él; y siempre tenemos que contar que para muchas personas, en un momento determinado, la única forma de solucionar las cosas es romperlas ya; y que lo que tenemos que discernir es si es esto lo que tenemos que aconsejar –o lo que tenemos que hacer nosotros mismos–. Porque, así como hay casos en que la prudencia aconseja tener más paciencia, en cambio me parece que muchas veces faltamos a la prudencia porque no somos capaces de proponer las soluciones drásticas.
12 Célebre jesuita español que se fue a vivir a El Pozo de tío Raimundo, un barrio marginal de Madrid, llegando a militar políticamente en el Partido comunista español.