En mi principio está mi fin. José Rivera Ramírez

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En mi principio está mi fin - José Rivera Ramírez Ensayo

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y no pasa. Como el hombre actúa... y no actúa. Como la rueda se mueve fija...

      Sacerdote 2º.- “¿Hoy? ¿Y qué es hoy? Porque el día casi ha transcurrido.

      Sacerdote 1º.- ¿Hoy? ¿Y qué es hoy? Una noche distinta y un alba distinta.

      Sacerdote 3º.- ¿Qué es el día que ya conocemos? ¿Aquel cuya llegada se teme o quizá se desea?

      Cada día es el día que habríamos de temer o tal vez desear. Un momento

      Pesa igual que otro. Sólo por la retrospección, por la selección

      Podemos decir que aquel era el día. El crítico instante

      Que siempre es ahora, y siempre está aquí. Incluso ahora

      El eterno designio podría aparecer.

      Es la misma idea. Incluso el tiempo no tiene sentido, sino porque en él se puede manifestar el designio de Dios. Releer las ideas de Van der Leeuw, p. 369, sobre el Tiempo sagrado.

      Tomás.- “Me creéis temerario, desesperado y loco.

      Y como el mundo hace discutís por efectos.

      Para afirmar si un hecho ha sido bueno o malo.

      Pero en cualquier acción y en cualquier existencia

      De lo bueno y lo malo aparece evidencia.

      De distintas acciones los efectos se mezclan

      A lo largo del tiempo, y también de igual forma

      Se confunden al fin lo perverso y lo bueno.

      Mi muerte no proviene de estos hechos de ahora

      Fuera del tiempo ha sido mi decisión tomada;

      Si llamáis decisión

      A la que mi ser todo da completa anuencia.

      Porque entrego mi vida

      Por la Ley de mi Dios sobre la ley del hombre.

      ¡Desatrancad la puerta! ¡Dejad el paso franco!

      No vamos a vencer luchando o resistiendo,

      Ni tampoco empleando astuta estratagema.

      No hay que luchar con bestias como si fueran hombres.

      Con la Bestia luchamos y ya fue conquistada.

      Sufriendo es como ahora hemos de conquistar.

      No puede caber duda que es victoria más fácil.

      Ahora es cuando llega el triunfo de la Cruz.

      ¡La puerta abrid! ¡Lo mando! ¡ABRID LA PUERTA!

      Así el martirio mismo ‒luego lo veremos expresamente dicho‒ es un designio de Dios, que deja actuar al demonio; los hombres en cuanto obran impulsados por él, son bestias (No hay que decir la raigambre de estas ideas, basta con recorrer toda la literatura martirial de los tres primeros siglos, para encontrar las mismas ideas. Recordar, por ejemplo, a San Ignacio, que va acompañado de aquellos “leopardos” que se tornan más feroces, cuanto más manso se muestra con ellos).

      La lucha ya ha tenido lugar definitivamente en las Cabezas: Cristo-Satanás, y Satanás, la Bestia ha sido ya vencida. El hombre no tiene más que recibir este sacramento. Y recibir es dejarse.

      Es algo pasivo, lo cual siempre supone cierta actividad para disponerse: abrir la puerta, y cierta negación de movimiento: aquí no huir, “mi decisión” ha sido tomada por Dios. Y esto fuera del tiempo. La primera lucha ocurrió antes del tiempo, entre Dios y Satanás. Luego, el Hombre Cristo, lleva esta lucha al tiempo, cuando el designio de Dios se sensibiliza. En cuanto a la idea del martirio, como sacramento que se ha de recibir, basta con recordar las prohibiciones de presentarse espontáneamente, y la equivalencia con el bautismo: bautismo de sangre. Y la asimilación a Cristo. V.gr. martirio de Policarpo.

      Esta recepción no significa que no haya actividad interna, participación de la actividad de Cristo: es decir, la disposición al martirio encierra abundante dosis de fortaleza:

      Tomás.- “El justo debe ser

      Cual león denodado. Sin que nada le asuste.

      Heme aquí.

      Nunca al Rey traicioné. Sólo soy sacerdote.

      Un cristiano salvado por la sangre de Cristo,

      A quien nada le importa la suya derramar.

      En todo instante ha sido de la Iglesia la marca,

      La marca de la sangre. Una sangre por otra.

      La suya Él derramó para comprar mi vida,

      Yo derramo la mía para pagar su muerte.

      Mi muerte por la suya.”

      En la declaración de los Caballeros ‒los asesinos‒ ellos declaran que Tomás debería haber huido, y así habría evitado el asesinato, una vez que ellos se habrían calmado. Le culpan, porque les ha provocado con su pasividad. Es exactamente la misma acusación de los primeros paganos. Recordar las primeras páginas de la Apología de San Justino.

      Donde se expresa con toda nitidez la esencia pasiva del martirio, y su sentido de designio de Dios, en el Sermón de Santo Tomás el día de Navidad: “Un martirio cristiano no es nunca casualidad, porque no nace un Santo por casualidad. Y todavía menos, un Martirio cristiano es el resultado de la voluntad de un hombre, que quiere convertirse en Santo, como podría ocurrir con aquel que quiere gobernar en el Mundo. Un martirio depende de la voluntad de Dios, de su amor a los hombres, para aconsejarles y conducirles, para volverlos a traer a sus caminos. Nunca depende de la voluntad humana; porque el verdadero mártir es aquel que ha llegado a ser instrumento de Dios, que ha perdido su voluntad en la voluntad de Dios, y que ya nada desea para sí mismo, ni tan siquiera la gloria del martirio. Así es como en la tierra la Iglesia llora y se regocija a la vez, de una forma que el mundo no puede entender. Así en el cielo los Santos ocupan un elevado lugar, porque se humillaron tanto en la tierra, y se les ve no como nosotros los vemos, sino a la luz de Dios, de donde deriva su mismo ser”.

      Por eso Tomás, ante la proximidad de los asesinos, responde a los sacerdotes que le incitan a la huida:

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