Aventuras en familia 2. Sonia Krumm

Чтение книги онлайн.

Читать онлайн книгу Aventuras en familia 2 - Sonia Krumm страница 2

Aventuras en familia 2 - Sonia Krumm

Скачать книгу

       Mientras lee el relato, trate de transmitir sus propias emociones por medio de las inflexiones de su voz y de gestos. Recuerde que al hacerlo está estimulando la inteligencia emocional de su niño.

       Al finalizar la historia, dedique un tiempo a la conversación. Esta podría surgir espontáneamente o también se puede estimular con las preguntas que se sugieren. No desaproveche la oportunidad de hablar con su hijo de otros temas, aunque no tengan relación con el relato leído. Recuerde que este no es un ejercicio de comprensión de texto, sino que debe ser un punto de partida para el diálogo.

       Una última sugerencia: si su hijo lo desea, tómelo en su regazo mientras le lee. Usted le estará transmitiendo mucho más que los valores del relato. Estará dando un mensaje de amor junto con el placer de la lectura.

      ¿Conoces a mi familia? Quizá se parezca a la tuya… o tal vez sea muy diferente, porque existen distintos tipos de familias. Lo importante es que sus miembros se respeten, se quieran mucho y disfruten de la vida juntos.

      En mi casa, además de comportarnos como hermanos normales (que juegan y, a veces, se aburren de estar juntos; o que se disgustan y después se piden disculpas), siempre hemos tenido mascotas muy queridas. Es imposible recordar nuestra infancia sin pensar en ellas. ¡Cuánto hemos aprendido y qué lindas aventuras compartimos!

      Por eso, te invito a recordar tus propias aventuras mientras lees nuestras historias. Aprovecha las preguntas para dialogar, con alguien de tu familia, sobre sus recuerdos y vivencias.

      ¿Te gustaría registrar tus propias “aventuras en familia”? ¡Inicia tu libro de historias familiares!

      El pijama rojo

      ¿Has tenido alguna enfermedad eruptiva? ¿Qué molestias te produjo? ¿Cómo te ayudaron a pasar ese momento? ¿De qué modo te entretienes cuando estás enfermo? ¿Te gusta estar en la cama? ¿Qué es lo primero que quieres hacer cuando puedes levantarte?

      Volví de la escuela muy cansado. Me picaban los brazos, las piernas, la espalda... ¡todo el cuerpo!

      Mi mamá me examinó con cuidado y sacudió la cabeza.

      –Andrés, creo que tienes una enfermedad eruptiva. Un baño tibio y ¡a la cama! –dijo.

      Así fue como inauguré la temporada de varicela en casa.

      –Este talco mentolado te aliviará la comezón. No te rasques para que no te queden cicatrices permanentes –decía mi mamá mientras me dejaba el cuerpo como un pan enharinado.

      Al día siguiente, tuve dos compañeros de cuarto. Mis hermanos mellizos de tres años también habían comenzado a rascarse. ¡Los tres con varicela!

      Mi habitación se transformó en un hospital. Papá trasladó allí las camas de mis hermanos para que fuera más fácil entretenernos y cuidarnos. En esos días no peleamos. Parece que el estar los tres enfermos nos hizo más generosos con nuestros juguetes y nos dio más ganas de divertirnos juntos. En la cama pintábamos nuestros libros de colorear, armábamos casitas y camiones con ladrillitos, mirábamos algunas películas..., y así fue pasando la semana. Como nos habían vacunado años antes, la enfermedad fue leve. La varicela se despidió de nosotros y volvieron las ganas de jugar afuera.

      A mí y a mi hermana Sofía se nos secaron rápidamente las ampollitas y para el viernes nos sentíamos sanos. Pero Alex tuvo más ampollitas y se notaban principalmente en su cara.

      El sábado de mañana estábamos deseosos de ir a la iglesia. Era muy raro que faltáramos porque mi mamá era directora de la Escuela Sabática, así que, aunque lloviera o hubiera tormenta, íbamos a la iglesia. Pero, como Alex no había sanado totalmente, mis padres decidieron que mi papá iría con Sofía y conmigo a la iglesia, y mi mamá se quedaría en casa a cuidar a Alex.

      Mientras nos vestían y arreglaban para ir a la iglesia, Alex comenzó a reclamar:

      –¡Yo también quiero ir a mi escuelita sabática!

      –Tú y yo nos quedaremos en casa porque no es bueno que salgas todavía. Tus ampollitas no están curadas, hace frío y no te hará bien salir –le explicó la mamá.

      –¡Pero yo quiero ir, estoy aburrido! –protestó Alex.

      –Haremos una cosa: después de que tus hermanitos se vayan con papi a la iglesia, yo me voy a vestir y saldremos a dar una vuelta en auto. Así nos vamos a entretener un rato sin tomar fríos, ¿te parece bien?

      El trato le pareció bien a mi hermanito y se quedó mirando cómo salíamos de casa con mi papá.

      Mientras mi mamá se cambiaba de ropa y se arreglaba el cabello, percibió un gran silencio en la casa. Eso no era normal. Aún en pantuflas y con la mitad del cabello sin arreglar, salió del baño a buscar a Alex.

      –¡Alex, Alex! –lo llamó sin éxito en todos los cuartos–. ¿Te escondiste en algún ropero?

      Pero no lo encontró en la casa, así que mi mamá salió al patio y volvió a llamarlo. Nadie respondió. Entonces, ¡entró en pánico! Como estaba, salió por el vecindario buscando y llamando.

      “¿Estará en la casa de sus tíos?”, pensó y corrió tres casas más adelante, pero tampoco lo encontró. Entonces, decidió caminar hacia la iglesia que quedaba a tres cuadras de la casa. Iba mirando hacia ambos lados, hasta que llegó a la entrada grande de la iglesia blanca.

      Todo estaba en silencio pues el servicio había comenzado y toda la gente estaba adentro porque, además, hacía frío. Caminó por uno de los laterales del templo en donde estaban las aulas de la Escuela Sabática. Fue entonces cuando vio que un diácono caminaba con un niño de pijama rojo en sus brazos.

      –¡Alex! –exclamó mamá.

      –Me parece que este niño no estaba listo para venir a la Escuela Sabática –dijo el hombre riéndose. Y mientras lo dejaba en brazos de mamá, agregó–: ¡Y me parece que usted tampoco estaba lista para venir!

      –Yo quiero ir a mi escuelita sabática –insistió Alex señalando, con su manito regordeta, el aula de la que había estado tan cerca.

      Mamá le dio un gran beso y le prometió que el próximo sábado estaría allí, pero que ahora iban a terminar de vestirse los dos y saldrían a pasear.

      Así, muy apurada y con mi hermanito en los brazos, caminó otra vez hasta la casa, esperando que nadie más los viera en pijamas. Cuando estuvieron listos, dieron un lindo paseo en auto por los alrededores, y vieron terneros, caballos y vacas en el campo.

      Cuando regresamos de la iglesia, mamá tenía para contarnos una historia simpática de lo que había ocurrido esa mañana, y terminó diciendo: “¡Ojalá toda la vida, si un hijo se me pierde, lo pueda encontrar en la iglesia!”

       ¿Te

Скачать книгу