Aventuras en familia 2. Sonia Krumm
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¿Recuerdas a otro niño que fue hallado en la iglesia luego de que sus padres los buscaran por tres días? Esa historia está en la Biblia, en Lucas 2:41 al 50.
Capítulo 2
¡Buuumm!
¿Te gusta participar en fogatas? ¿Qué tiene de particular el fuego, que nos atrae aún cuando puede hacernos daño? ¿Qué precauciones crees que debemos tener al encender un fuego? ¿Para qué es útil el fuego?
–¿Puedo hacer una fogatita con estos palitos? Yo creía que, si decía la palabra “fuego” en diminutivo, corría menos peligro y me iban a dar permiso. De hecho, a veces me dejaban hacer una fogata, pero siempre bajo la supervisión de un adulto.
¡Cómo me gustaba escuchar crepitar las llamas! Me gustaba ver cómo las brasas tostaban el maíz que mi abuelo me dejaba asar con la ayuda de un palo. También, me gustaba ayudar a mi papá a quemar papeles y cartones. En fin..., ¡buscaba cualquier excusa para encender una fogata!
–¿Puedo ir a jugar a lo de Javier? –pregunté en una tarde larga y aburrida.
Eran mis vecinos de la calle de atrás, y eran mayores que yo.
–Sí..., pero solo un rato. En cuanto te llame, vuelve por favor. Y recuerda no meterte en problemas, ¿sí?
¡Mi mamá me conocía! ¡Me gustaba sentirme grande y hacer lo mismo que los demás!
Al llegar a la casa de mis vecinos, percibí olor a humo y a leña quemada. Javier estaba tratando de encender un fuego en el calefón a leña que estaba detrás de la casa.
“¡Ah! ¡A mi juego me llamaron!”, pensé y ¡se me iluminaron los ojos!
–¿Te ayudo a hacer el fueguito? –me ofrecí.
–Mmmm..., mejor no, todavía no enciende bien. Cuando tenga el fuego bien armado, le puedes agregar palitos –me respondió Javier, que se sentía importante dándome órdenes.
Di la vuelta por el patio juntando pequeñas ramitas y hojas secas. Quería estar preparado para colaborar.
Javier renegaba porque el fuego se le apagaba. Parecía que la leña estaba húmeda.
–Mira, aquí tienes ramitas secas chicas para que lo enciendas más rápido –le dije, alcanzándole mi manojo.
Javier las puso justo debajo de la montaña de leña y volvió a encender un fósforo.
En un abrir y cerrar de ojos las hojas secas se quemaron junto con los palitos, pero así como se encendió, se apagó y solo conseguimos que nos picaran los ojos por el humo.
Javier desapareció por un minuto y regresó con una botella.
–Esto hará que se encienda el fuego de una vez por todas –dijo, convencido.
¿Era una buena idea? A mí nunca me dejaban jugar con combustibles. Me habían enseñado que era peligroso y esto que tenía Javier olía a nafta.
Pero bueno, él era más grande y estaba seguro, parecía saber lo que hacía. ¡Ahora sí tendríamos un fuego de verdad!
Me acerqué a la boca del fogón para ver mejor cómo arrancaba y Javier volvió a encender unos palitos pequeños debajo de la leña. Enseguida tomó la botella, tiró un chorro de combustible al fuego y... ¡¡¡Buuuuummmm!!!
Ya no recuerdo mucho los detalles. Solo conservo el sonido, la gran llamarada roja, y Javier y yo en el pasto, bastante confundidos.
Nos miramos. Javier no tenía ni cejas ni pestañas. Mi flequillo era una masa apelmazada de pelos y también habían desaparecido mis cejas y pestañas. Me ardían las mejillas y las rodillas.
El fuego del calefón no solamente estaba encendido, sino que había trozos de madera humeante desparramados por el patio. Los papás y los hermanos mayores de Javier llegaron corriendo.
–¡Andrés! ¡Javier! ¿Están bien? –alarmados, comenzaron a revisarnos.
¿Se podía decir que “estábamos bien”? No con sinceridad... Teníamos aspecto de espantapájaros. Nuestras camisetas estaban chamuscadas y teníamos mucho tizne en la cara. Además, realmente me ardían las quemaduras.
Cuando volví a mi casa, mis padres se asustaron. Habían escuchado la explosión, pero no se habían imaginado que tuviera que ver conmigo.
–Yo sabía que usar combustible para encender un fuego es peligroso –confesé–, pero pensé que, como Javier es más grande y sabe más de lo que hay qué hacer, no íbamos a tener problemas.
–Andrés, esto pudo haber sido peor. Gracias a Dios, no tienes quemaduras graves. Pero debes saber que tienes que pensar por ti mismo. Todas las personas nos equivocamos. Los niños, los papás, otros adultos..., todos podemos cometer errores. Por eso es necesario pensar y tomar decisiones por uno mismo. Si sabías que el combustible es peligroso, debiste mantenerte alejado –fue la respuesta de papá.
¿Saben por qué me acuerdo muy bien de este incidente? Porque ese fin de semana teníamos planeado un viaje a las Cataratas del Iguazú, Misiones, Rep. Argentina, y aparezco en todas las fotos con mis mejillas muy rojas y las rodillas vendadas. También, en la mayoría de las fotos, estoy sobre los hombros de mi papá, ya que me dolían las quemaduras al caminar. Sin embargo, eso no me impidió disfrutar de jugar con los coatíes (animales mamíferos parecidos a los mapaches, que viven en la selva misionera) ¡y tratar de defenderme de sus intentos de ver qué había debajo de las vendas de mis rodillas!
¿Los “grandes” siempre tienen razón? ¿Cómo puedes estar seguro de que estás tomando buenas decisiones?
¿De qué modo puedes saber qué está bien y qué está mal? ¿Qué dice Dios acerca de cómo tomar decisiones? Léelo en Proverbios 1:33.
¿Es prudente jugar al borde del peligro?
¿Qué entretenimientos crees que debes evitar por razones de seguridad?
“Pero el que me preste atención, vivirá en paz y sin temor de ningún peligro” (Prov. 1:33, DHH).
Capítulo 3
Atrapado en un disfraz
¿Te gusta disfrazarte? ¿Has participado de alguna fiesta o acto escolar usando un disfraz? ¿De qué era y quién te lo hizo? ¿Son cómodos los disfraces? Si pudieras conseguir el mejor disfraz del mundo ¿cuál sería?
¡Cuánto nos