Todas las cárceles. Cecilia Azzolina
Чтение книги онлайн.
Читать онлайн книгу Todas las cárceles - Cecilia Azzolina страница 6
De pronto caí, caí como caí muchas veces antes de diversas maneras, me era innato, una cualidad patética y tormentosa para quien la sufre. ¿Cuántas veces más tengo que caerme?
Nunca se cae lo suficiente, siempre podemos arrastrarnos más en la humillante condición de nuestro ser. Y caí tontamente sin poder evitarlo. Cuando mis reflejos respondieron ya estaba en el suelo desparramada con la mitad de mi cuerpo dentro de una alcantarilla.
Dios se estaba riendo de mí, placentero, sentí una vergüenza que me hizo llorar miserablemente. Se complacía de verme rota, tirada bajo la lluvia y la oscuridad de la noche. Se contentaba con la vergüenza que me acribillaba.
Trataba de salir de la fosa en la que había caído, una especie de pozo que parecía mucho más profundo de lo que era, y además soy tan petiza que mi altura es proporcional a dos brazos estirados. Tenía la imperiosa necesidad de sacarme toda la mugre que traía encima. Y mientras hacía fuerzas para sacar mis piernas del pozo, pensaba en Dios.
Yo había creído en Dios. Antes.
Cuando escucho que Dios está en todas partes me parece gracioso.
No lo veo cerca ni lejos, no lo veo paseando haciéndole bien a nadie en ninguna esquina, no lo siento dentro de mí.
Dios está ausente en este mundo, eso me queda claro. Nos mintieron durante mucho tiempo. Somos engañados desde tiempos remotos, mucho antes de que las cucarachas existieran, y las cucarachas son tan prehistóricas como inmundas. Fue pautado por no sé quién.
Es la invención de los que pecan y buscan redimir sus errores a través de un camino barato, Dios es un atajo ridículo. Un atajo para quienes no quieren aceptar sus miserias. Un atajo más corto y más barato es hacerse cargo.
Es burdo el contraste que veo los domingos cuando paso por la iglesia a la hora de la misa. Por un lado la gente pobre durmiendo en la calle con cartones para paliar el frío, y por el otro, los curas dando su misa y tomando su petit verdot en cáliz de oro.
Los miran con asco y les escupen barbaridades para que se vayan, y hasta he visto que algunos los echan a patadas para que no ensucien las escalinatas con su vino en tetra y sus hijos andrajosos pidiendo limosna. Los pobres en nuestra sociedad siempre sobraron, son los excluidos del sistema, y son lamentablemente la gran mayoría aunque corramos la vista. Entonces al ver esa desidia pude confirmar que si esa gente representa la figura de Dios, solo puedo creer que Dios es criminal, malvado y sobre todo injusto. Estoy dolida y avergonzada. Estoy furiosa.
Dios no se deja querer por mí, quizás estoy siendo demasiado dura pero veo la necesidad de manifestar mis pensamientos en palabras.
La única convicción que tengo es que si hay un Dios en este mundo no es en el que cree la mayoría de la gente. Si algo me da vida y es la razón de que hoy esté acá, caminando por la calle desvaída pero todavía cuerda, entonces, mi dios es la tierra, el agua, el fuego. Y lo creo porque el agua al menos me da algo, la puedo ver ahora cayendo sobre mi cara con la lluvia. Finalmente vuelvo al dios convencional porque no puedo evitarlo. Quisiera cerrar mis ojos y olvidarlo.
Конец ознакомительного фрагмента.
Текст предоставлен ООО «ЛитРес».
Прочитайте эту книгу целиком, купив полную легальную версию на ЛитРес.
Безопасно оплатить книгу можно банковской картой Visa, MasterCard, Maestro, со счета мобильного телефона, с платежного терминала, в салоне МТС или Связной, через PayPal, WebMoney, Яндекс.Деньги, QIWI Кошелек, бонусными картами или другим удобным Вам способом.