Más allá del invierno. Kiran Millwood Hargrave
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Читать онлайн книгу Más allá del invierno - Kiran Millwood Hargrave страница 6
—Qué bien —respondió Mila, temblando, mientras trataba de taparse con las mantas.
Sanna soltó una risa amarga.
—Nuestro hermano también.
Mila sintió una punzada de terror en el pecho.
—¿Oskar se ha ido? —chilló Pípa.
Mila se frotó los ojos para espabilarse más deprisa.
—A lo mejor los ha seguido hasta la frontera de Stavgar para asegurarse de que se marchaban. O ha ido al árbol corazón…
Sanna la miró fijamente.
—¿Por qué iba a ir allí?
—El hombre —balbució Mila, dudosa—. Ayer nos preguntó por nuestro padre y me hizo pensar en él. A lo mejor le ha pasado lo mismo a Oskar y por eso ha ido hasta allí.
—Nos dijo que no fuéramos nunca —advirtió Pípa, muy seria.
—Ya sabes cómo es, no escucha los consejos de nadie, ni siquiera los suyos —comentó Mila—. A lo mejor ha salido temprano a comprobar las trampas.
Sanna puso los ojos en blanco y el dolor que Mila sentía en el pecho se convirtió en fastidio. ¿Por qué su hermana no estaba más preocupada?
—¿Deberíamos ir a comprobarlo? —preguntó mientras corría hacia el fuego, donde colgaba su túnica para protegerse del frío de la mañana. Se la puso por la cabeza, le dio tres vueltas al cinturón y lo anudó por los extremos antes de ponerse las mallas de lana. Estaban calientes y humeantes. Respiró hondo, más tranquila—. Puedo llevarme a Dusha con el trineo y…
Sanna soltó otra risa extraña y entrecortada. Mila se acercó a ella.
—¿Qué te hace tanta gracia?
—Nada, no tiene ninguna gracia —respondió su hermana con un largo suspiro y echó los hombros hacia atrás. «Es muy guapa», pensó Mila a pesar del enfado, algo distante—. Pero deberíamos haberlo visto venir.
—¿El qué? —preguntó Pípa, pero Sanna se dio la vuelta y descolgó el cubo para la nieve del gancho que había junto a la chimenea.
—Voy a por nieve fresca. Poned más juncos aquí, se están esparciendo.
—¿Qué deberíamos haber visto venir? —volvió a preguntar Pípa, pero Mila se limitó a negar con la cabeza. La mención de los juncos le recordó la sensación de caminar descalza sobre el suelo helado y la extraña conversación con Oskar.
—Anoche vi algo —dijo—. Oskar estaba junto a la ventana. Hablaba con alguien de fuera, creo que…
Sanna se tensó y dedicó una mirada indescriptible a su hermana.
—El hielo tiene un palmo de grosor. No se oye nada a través de él.
—Bueno, pues miraba a alguien y ese alguien lo miraba a él.
Sanna se dio la vuelta rápidamente, pero Mila estaba segura de que había fruncido el ceño.
—Ve a por los juncos.
—¿No puedo ir a buscar a Oskar? Estaba raro, parecía…
—Creo que solo fue un sueño —espetó su hermana—. Haz lo que te digo.
Se puso la capa sobre la cabeza y salió de la cocina. Al rato, escucharon el aullido del viento y una ráfaga de aire invernal se coló en la casa e hizo titilar el fuego antes de que Sanna cerrara la puerta.
Mila conocía ese tono de voz: replicar era inútil. Abrió la puerta de la despensa y descolgó los juncos del gancho donde los secaban. Se le subió una manga al levantar el brazo y dejó a la vista un moratón azulado en la muñeca. «No ha sido ningún sueño», pensó. Oyó un ruido detrás de ella y se volvió. Era Pípa, todavía en pijama y con las zapatillas de piel puestas.
—Ven, Pípa. Vístete y luego me ayudas a cubrir el suelo.
Sanna entró con la nieve fresca cuando salían de la despensa y se frotó los ojos despacio.
—¿Por qué lloras? —preguntó Pípa.
Sanna hizo una mueca.
—No lloro. —Cerró de un portazo. Tenía las mejillas sonrojadas por el frío y la mirada ausente—. Pípa, deja de mirarme.
—¿Había algún rastro? ¿Has visto hacia dónde…? —empezó a preguntar Mila, pero Sanna negó con la cabeza.
—Solo de un animal —dijo con sequedad—. El resto de la nieve estaba lisa como si nunca hubieran estado aquí.
Entró en la cocina pisando fuerte y colgó el cubo junto al fuego para derretir la nieve. Mila se acercó a la puerta principal y, al abrirla, se oyó un crujido. Su hermana no mentía. Aparte de las huellas de Sanna, el suelo estaba inmaculado. También había huellas que parecían de un alce o un lobo, demasiado grandes para ser de cualquiera de los dos, que rodeaban la parcela y desaparecían por un lateral de la casa…, hacia el norte.
—¿Se han ido todos? —preguntó Pípa, que intentaba asomarse desde detrás de su hermana. Mila asintió y tragó saliva. No entendía por qué Sanna no le dejaba ir en busca de Oskar. Pípa se apoyó en su cintura—. ¿Puedo vestirme más tarde? ¿Cuando vuelva Oskar?
Mila asintió.
—Empezaremos por la despensa. Nos pondremos con la cocina después de desayunar, cuando haya vuelto.
Pero, después de dejar los juncos en la despensa, la cocina y el pasillo, Oskar seguía sin haber vuelto.
—Se habrá ido a comprobar las trampas —dijo Mila, más para consolarse a sí misma que a Pípa.
—¿Sin desayunar?
—Pues a la frontera y…
—¿Sin Danya? —la interrumpió Sanna—. Nunca va al bosque sin ese perro. Se ha marchado con ellos.
A Mila le dieron ganas de zarandearla.
—¿Qué? ¿Acaso no es evidente? —dijo Sanna, hablándole como si fuera una niñita estúpida—. Se ha marchado con ellos.
—¿Por qué haría eso? No, no lo haría —replicó Mila, que de pronto tenía mucho calor.
—¿Por qué no? ¿Quién no elegiría vivir aventuras en lugar de cuidar de tres hermanas? En lugar de… ¿cómo dijo que nos había llamado aquel hombre? Un castigo.
—Oskar nos quiere —protestó Pípa, a quien le temblaba el labio inferior—. Nunca se marcharía.
Sanna soltó una carcajada.
—Sí, claro que nos quiere, igual que nos querían papá y mamá.
—¡Sí que nos querían! —gritó Mila al sentirse