Una cita contigo misma. Maritere Lee
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“Lo veo venir”… el apocalipsis de una relación
El aplazamiento es el asesino de la oportunidad.
PABLO NERUDA
¡No da para más!
Generalmente cuando una pareja está llegando al fin de su relación, ambas partes lo intuyen mucho antes de que algunos de los dos decida poner un punto final. Es como si en el interior de cada uno de ellos aquello que los unía de pronto se quiebra, se lastima y no hay forma de repararlo. La rajadura, aunque le pongamos cualquier tipo de pegamento, seguirá estando allí. Quizás tratamos de estirarlo lo más que podamos pero tarde o temprano el desgaste, el desamor se apodera de uno de los miembros de la pareja. Lo más sano es decir “stop” a tiempo, ser sabios y amarse lo suficientemente bien a uno mismo como para no seguir lastimándose ni lastimar al otro. Como lo explica claramente el Dr. Gottman, quien habló del “apocalipisis de la relación” cuando esta llega al final. Veamos el análisis que él hace de esta etapa de la vida en una pareja:
Esta metáfora fue desarrollada por el Dr. Gottman, profesor de psicología en la Universidad de Washington y director del Instituto Gottman. Los cuatro jinetes apocalípticos permiten observar y analizar de forma puntual distintos estilos de comunicación que predicen con gran exactitud si las parejas se mantendrán unidas o no.
Crítica: a diferencia de una queja que va apuntado hacia una situación o una cosa que incomoda a la persona misma, la crítica, sobre todo cuando no es constructiva, consiste en descalificaciones y ataques personales dirigidos hacia la otra persona. Por ejemplo, una queja sería: “Siento que ya no me quieres”, mientras que una crítica sería: “Eres un odioso”. Si se fijan, implica mucho más que una simple protesta por una conducta específica, es un atentado en contra de la otra persona y su integridad, todo el juicio de valor va dirigido hacia su carácter y no hacia sus actos puntuales. Este jinete apocalíptico incluye las acciones de culpar y difamar, así como el uso del nunca y del siempre. Cabe recalcar que muchas veces puede incluso caer en el maltrato psicológico.
Defensiva: se define como una actitud rígida de autoprotección automática ante lo que es percibido como un ataque, eludiendo cualquier cuota de responsabilidad en la construcción del conflicto, en la interacción o situación de pareja, y así anulando toda percepción u opinión del otro. Es típico en este estilo de comunicación recurrir a tácticas de negación, que una o ambas partes no admitan su error o equivocación, la búsqueda constante de excusas o la puntualización de causas externas, responder con otra queja y/o contraatacar. Con estas estrategias de comunicación, lo que ocurre es que se está indirectamente culpando a la pareja y a la vez invalidando su queja o anulando su voz. El mensaje que se emite es: “Yo no soy el o la del problema, lo eres tú”.
Desprecio: se refiere a mirar con menosprecio al otro, en ocasiones hasta sentir aversión, no tenerle respeto. En la comunicación se manifiesta con el excesivo uso del sarcasmo, el humor hostil, la burla y el insulto directo. Existen señales de lenguaje no verbal que denotan esta postura, por ejemplo: poner cara de asco, ira, torcer la boca, voltear los ojos con gesto de resignación y la ridiculización de los gestos del otro, dando a entender que uno es superior al otro mostrándose en ocasiones condescendiente, y en otras indigno.
Indiferencia: postura evasiva de distanciamiento y/o desconexión en la que se ignora al otro como si no importara. Se recurre a las maniobras de poner cara inexpresiva, apartar la mirada, responder lacónicamente o mantenerse en total silencio. Con ello se manda el mensaje de condena en contra de la pareja, desvirtuando y anulando su queja. Se aplica la insensibilidad como única salida, pensando que es la menos destructiva. Pero cuando se aplica como una costumbre, más que una táctica de contención, termina siendo una táctica de defensa, un muro de frialdad y distanciamiento.
Se necesita ser valiente para poner punto final a una relación que va directamente al fracaso y al caos. Se necesita saber que uno no puede conformarse con “lo que hay”, “lo que pinte”, y no con nada menos de “lo mejor”, “lo que merecemos”, “lo que soñamos”. No es verdad que al amor hay que padecerlo, soportarlo o tolerarlo; al amor hay que vivirlo, disfrutarlo, gozarlo. Hay momentos en los que no hay más qué decir, más qué hacer sino reconocer que lo vivido tal vez fue bueno, fue rico, pero lo mejor todavía está por venir.
La mente en sí, y solo por sí, puede hacer del paraíso un infierno y del infierno un paraíso.5
Reconocer el fin de una relación también es ser maduro, es haber crecido, es respetarse uno mismo como también al otro.
Muchos enamorados no decodifican lo que su pareja piensa o siente, no lo comprenden o lo ignoran como si no existiera. Están tan ensimismados en su mundo afectivo, que no reconocen las motivaciones ajenas. No son capaces de descentrarse y meterse en los zapatos del otro. Cuando su media naranja les dice: “Ya no te quiero, lo siento”, el dolor y la angustia se procesa solamente de manera autorreferencial: “¡Pero si yo te quiero!”. Como si el hecho de querer a alguien fuera suficiente razón para que lo quisieran a uno. Aunque sea difícil de digerir para los egocéntricos, las personas tienen el derecho y no el “deber” de amarnos. No podemos subordinar lo posible a nuestras necesidades. Si no se puede, no se puede.6
Los comportamientos, no las palabras, reflejan nuestro pasado y predicen nuestro futuro.7
Se necesita coraje y determinación para saber que nadie nos debe nada y nosotros no le debemos nada a nadie. Aunque no queramos enfrentarlo, cuando el amor se termina, lo más sano es reconocerlo. Evitarlo, eludirlo no hará que la situación cambie simplemente porque no estamos dispuestos a verla ni reconocerla. Negar una situación nunca es la solución.
Afrontar el ocaso de una relación es enfrentar los miedos comunes de “¿qué haré ahora sin él?”, “¿con quién saldré?”, “¿cómo me arreglaré?”, “¿qué le diré a la gente?”… explicaciones que tendremos que dar (¡si vale la pena darlas!).
“Cambiar significa siempre un desafío. Por eso el salto nos da miedo, esa sensación de pánico y fascinación de una experiencia cuya consecuencia no conocemos. Acorazarse ante cualquier clase de cambio equivale a correr el riesgo de que se nos fosilice la vida”.8
Asumir el miedo a lo desconocido, a lo que vendrá, a empezar de nuevo es todo un desafío. Pero no nos resistamos al cambio. No hagamos caso al refrán que dice: “Mejor malo conocido que bueno por conocer”. ¡No es así! Si tu sueño es vivir un gran amor, no te conformes con menos. Pablo Neruda escribió: Muere lentamente quien no arriesga lo cierto por lo incierto para ir detrás de un sueño.
La soledad no es un objeto, ni una cosa. Tampoco es un bien que podamos vender o comprar.