Somos luces abismales. Carolina Sanín
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Enternecerse es aplacarse por la blandura de un objeto. ¿En qué parte se siente la blandura del objeto? La ternura hace que uno sienta que en su duro pecho, donde late y respira, se hunde el dedo.
Lo recurrente y natural es que lo duro ablande: el martillo sobre la carne. Cuando algo me enternece es que lo blando ha ablandado: ese es el milagro.
La distracción y la concentración del otro me enternecen. Su intermitencia.
¿El enternecimiento es estremecimiento? ¿Lo que me ablanda hace que yo tiemble y vibre, que me mueva sin cambiar de lugar como el aliso en el viento?
¿Era poderoso el potro? ¿Nos llevaba, en el camino?
Lo contrario de tener poder es no tener poder. O es ser impotente. O sentirse impotente. Aunque sentirse impotente es lo contrario de sentirse poderoso, que no es lo mismo que tener poder, y quizá ser impotente es lo contrario de ser potente, que no es lo mismo que tener poder ni que ser poderoso. Quizá lo contrario de ser poderoso es ser desvalido. Aunque ser desvalido es más bien estar desvalido, y en ese caso quizá sea lo contrario de estar poderoso, que no creo que sea nada.
¿Lo contrario del poder es la debilidad?, ¿la sujeción?
Así como no existen en realidad los sinónimos (decir corcel no es decir caballo, ni decir caballo bebé es decir potro), tampoco existen los antónimos. Pero suponiendo que se pueda ver lo contrario de algo, ¿qué veo cuando digo “lo contrario”? ¿Me refiero a algo que está del otro lado de aquello de lo que es contrario, o a algo que está a su lado, pero patas arriba, o en negativo, o en sombra?
Si uno piensa en el contrario como el revés, como la otra cara, o lo contrario de la cara, quizás es porque imagina que todas las cosas son como monedas, o escudos, o medallas. Como cabezas sin cuerpo. Piensa que cada cosa es a su contrario como la cara es a la parte posterior de la cabeza. El contrario de todo es, entonces, lo contrario de la expresión; la inexpresividad, la cerrazón.
Aunque también, si uno piensa en cada cosa como una cabeza, puede pensar que lo contrario de cada cosa es una cola y entonces puede imaginar que entre cada cosa y su contrario se forma un animal: un potro, por ejemplo.
Puede haber otra manera de ser contrario. Puede haber otro contrario de cada cosa: no lo que está del otro lado, ni del mismo lado pero al revés, sino lo que está en otro lado. Lo contrario del poder no sería lo que está del otro lado del poder, sino lo que está más lejos del poder y es más ajeno a él.
Uno podría pensar que lo contrario de poder es estar perdido.
Era poderoso aquel potro del camino. Será que no estaba perdido para nada, sino que estaba en su misterio.
El pesebre
Los muertos acompañan a los muertos en el paso de este año al siguiente. El despojo de quien fue mi amiga está en una capilla, dentro de un ataúd que ya existía cuando ella estaba viva. En la funeraria hay otras tres capillas ocupadas. Por ser 31 de diciembre, cerraron las puertas para las visitas a las nueve de la noche y no a las doce como en las demás fechas. Mientras escribo, los cadáveres del día están en aquel edificio con las luces apagadas, cada uno en su caja de madera, en el día que ya no existe. Mañana es el año que no llega.
En vida, cada cuerpo tiene por dentro la tiniebla. Lleva su oscuridad y va cubriéndola. No sé si nos entra la luz por la boca abierta; si me alumbro al entreabrirme, cuando como o cuando hablo.
En la muerte, la oscuridad del cuerpo sale al mundo y en el cuerpo queda niebla gris.
Quizá lo que está allá solo, acompañado por los muertos de vivos a quienes nunca conoció, es mi amiga todavía.
Mientras la velábamos, la tapa del ataúd permaneció cerrada. No podíamos ver la cara. Yo sé por qué no se podía: daba miedo. La cara bella de mi amiga dio paso a su cara prohibida. La vi hace dos semanas, enferma y viviente, y era un rayón de la uña de la muerte.
No creo que las caras pertenezcan a la carne. La cara se va antes de acabarse.
El cuerpo de mi amiga yace en la capilla, el edificio, el tercer piso, la noche y el año moribundo, habiendo dejado mi futuro cuerpo solo, en mi casa, con la lámpara encendida.
Al cuerpo guardado le falta la pierna que le cortaron hace años para que no muriera de la enfermedad que lo mató. El paso que faltaba se había adelantado.
Está muerta, es una ruina, y desde aquí yo siento que su muerte me viene dedicada; que llega a pedirme y a dictarme.
Las ruinas sobreviven, y mi amiga no sobrevivió.
Durante la velación me acerqué a tocar la tapa de madera. ¿Qué arreglo le habrán hecho a la cara en las horas transcurridas desde que sacaron el cadáver de la casa hasta que comenzó la velación; entre la despedida y la última visita? ¿Habrán cerrado los ojos opacos, que antes daban la luz que recibían, y la boca por donde la luz habría entrado todavía, después de que callara?
¿Cómo acompañarla, si no sé dónde está su claridad? ¿Puedo enviar mi compañía en ninguna dirección? ¿Debí abrir la boca y hablarle a la caja, sacar hacia su oscuridad la mía, por si podía darle lumbre?
Su madre dijo que en la agonía ella preguntó qué hacer.
“Qué hago”.
Sobre la tapa habían puesto un lirio. Me puse a pensar en que la punta del pistilo era la cara de ella. Por un momento supe que las flores son las caras de los muertos. No las caras de los cadáveres, sino las caras vivas de los muertos. No las caras recordadas de quienes estuvieron vivos, sino las desconocidas caras de la vida de los muertos.
Tal vez los muertos nunca han vivido. Nacen en la muerte, y entonces no existen los muertos que creemos, sino otros, vivientes, nuevos, que no nos conocieron.
Cerré los ojos y en medio de la velación me adormecí. Por entre la nube del sueño me vino la idea de que las caras de las personas son las cimas del mundo.
Mi amiga no está, y me asombra que haya estado. Su cara es también esa tapa lisa que la cubre. Somos cáscaras complicadas, pienso, y la muerte nos resume. Quiero decírselo a alguien, pero no parece que haya nadie que busque ese consuelo. Me digo que la muerte es pulimento, que la verdad es la infinita simplificación, y que muertos nos libramos de la obnubilación de los consuelos.
También me digo que esa caja contiene otra caja que contiene otra, y así hasta no parar, y que esa, que hacia adentro no se topa con un fin, esa fue y será mi amiga.
Me confunde que haya estado toda viva y de repente toda muerta, y me confunde también que no sea así, sino que, mientras los velamos, los muertos estén pasando.
Es la amiga que más me ha durado y la que menos le duró al mundo.
Aunque los muertos no existan, esta noche, en el cambio del calendario, existe el edificio donde se acompañan, como una forma de decir.
Porque es primero de enero, no hay tráfico por la carrera trece. Voy en un taxi, con la ventanilla abajo: por un día se puede respirar el aire que en los otros días es puro humo de motores. Leo los nombres de los almacenes apiñados como nichos de un cementerio en las orillas de la calle. Las puertas están cerradas y las