Deseo. Flavia Dos Santos

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cerebro, en el hipotálamo. Es la parte del cerebro donde están nuestras emociones no racionales. El hipotálamo regula el pulso, la respiración y la actividad fisiológica en respuesta a circunstancias emocionales. En los animales, es el lugar de lo que llamamos ‘instintos’. De acuerdo con las últimas investigaciones, hoy se sabe que el sistema límbico interviene, junto con otras muchas estructuras, en el control de las emociones, la conducta y la voluntad; también parece ser importante para la memoria.

      El deseo tiene que ver con el placer, pero también está enmarcado en el dolor. El deseo insatisfecho es en sí mismo doloroso, pero también lo son el miedo y la ansiedad, que pueden entenderse en términos de deseos sobre el futuro, y la ira y la tristeza, que son deseos sobre el pasado. La crisis de la edad mediana no es más que una crisis del deseo, cuando una persona de mediana edad se da cuenta de que su realidad no corresponde a sus deseos juveniles, que se podrían llamar inmaduros.

      Si el deseo es doloroso, también lo son sus productos: por ejemplo, la acumulación de casas, automóviles y otras riquezas nos quita nuestro tiempo y nuestra tranquilidad, tanto para adquirirlas como para mantenerlos, y ni hablar de perderlas. Pero el deseo puede ser más sencillo que eso: podría tratarse de darte un simple regalo a ti mismo, de consentirte, mimarte, con pequeños detalles, como un automasaje, una salida a pasear, o de que le des una atención a tu pareja con un momento especial bajo la luz de las velas o en un lugar en que ambos alucinen. Leer un buen libro, escuchar música y hasta dedicarse a no hacer nada puede unirlos en un momento de relajación y placer, pues el placer y el deseo tienen muchas caras y no solo se refieren al momento de la relación sexual.

      Es encontrar nuesto ikigai, este término que en japonés alude a la “razón de vivir” o la “razón de ser” y que nos puede llevar a vivir una vida plena y placentera a través de encontrar una actividad o varias que nos llenen de motivos para disfrutar la existencia. Si estás conectado con el ikigai de tu vida podrás volver a encontrar el deseo de vivir plenamente en sus múltiples manifestaciones.

       ¿Qué es el deseo?

      “El deseo nos saca de nosotros mismos, nos desubica, nos dispara y proyecta, nos vuelve excesivos, hace que vivamos en la improvisación, el desorden y el capricho, máximas expresiones de la libertad llevada al paroxismo. El deseo reivindica la vida, el placer, la autorrealización, la libertad. Unos planifican su vida, mientras que otros la viven al ritmo que les marca el deseo. El deseo de vivir y de hacerlo a su manera. Por eso sus autobiografías son más descriptivas que explicativas, pues sus vidas no tanto se deben a los resultados u objetivos cumplidos, sino al sentido inherente al mismo proceso de vivir. Y este proceso, de uno u otro modo, lo establece siempre el deseo. Si bien el deseo rebosa incertidumbre acerca del itinerario, a muchas personas les garantiza la seguridad en cuanto a los pasos dados. Bien entendido, el deseo no es una voz oscura, confusa y estúpida, sino que —en una persona madura— es luminosa, clara e inteligente. Las emociones están en la base de los deseos y de la inteligencia se dice que es emocional. Visto de este modo, el deseo se convierte en el portavoz de uno mismo”.

      Edward Punset jurista, escritor, economista político y divulgador científico español.

      La formación del deseo

      Aceptemos, pues, que el deseo está íntimamente conectado al placer y al dolor. Los seres humanos sentimos placer con las cosas que, en el curso de la evolución, han tendido a promover la supervivencia y la reproducción; sentimos dolor con las cosas que han tendido a comprometer nuestros genes. Las cosas placenteras, como el azúcar, el sexo, el estatus social, son deseables, mientras que las cosas dolorosas son indeseables.

      Más aún, tan pronto como se satisface un deseo, dejamos de sentir placer por esa satisfacción y formulamos deseos nuevos, porque en el curso de la evolución, la satisfacción y la complacencia no tendían a promover la supervivencia y la reproducción.

      No es tanto que formulemos deseos, sino que los deseos se forman en nosotros. Los deseos apenas son “nuestros”. Se puede decir que los resolvemos, si acaso, una vez que se han formulado completamente.

      El dolor, por ejemplo, siempre es algo que afecta la sexualidad: en las mujeres muchas veces se ve una enorme dificultad de tener sexo por cuenta de la resequedad vaginal. Hay una pareja a la que estuve tratando hace unos años. Cada vez que iban a tener sexo ella ya empezaba a sufrir o a llorar por el dolor a la hora de la penetración. Le molestaba de tal manera, que el pánico, el miedo y la anticipación, hacían que no pudiera estar con su pareja. Ningún lubricante o terapia la ayudaba a relajarse. El trabajo con ella y su pareja fue focalizarnos no en el principio sino en el final del encuentro sexual. Durante las sesiones hablábamos de cómo ella se sentía cada vez que tenía un orgasmo, cada vez que tenía placer, cómo era, cómo estaba en ese momento, y todo esto fue ayudándole a disminuir el pánico a la penetración porque el tema de la falta de lubricación era tan asustador que, por más preliminares, ella se bloqueaba. Con esta pareja se trató de que ella pensara en el final del encuentro: que asociara el sexo no con el momento inicial sino con el momento donde ella lograba la gratificación. Con mucha paciencia, y poco a poco, fuimos logrando que con sexo oral, caricias, lubricante, y otras ayudas para la penetración completa, ella pudiera relajarse a la hora del encuentro sexual. Sin embargo, aun así ella todavía prefiere tener orgasmos a través de la masturbación, pero es un gran avance que de nuevo haya regresado el deseo a su vida y disfrute de nuevo con su pareja.

       Estructura del aparato psíquico según Sigmund Freud

      Freud caracteriza la personalidad como si estuviera compuesta por tres instancias: el Yo, el Superyó y el Ello.

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      Estas tres instancias son representadas como entidades, no como si tuvieran una existencia tangible, no debemos considerarlas “aspectos’” del ser humano. Es importante que se entienda que el Yo, el Superyó y el Ello son una variedad de procesos, funciones y dinámicas diferentes de la persona, y no “pedazos” de la mente; aunque tengamos que darles nombres que parezcan “cosas’’ en lugar de procesos.

      • El Yo intenta satisfacer las demandas que provienen del Ello de un modo realista, teniendo en cuenta la realidad externa y no solo las propias necesidades. El Yo obedece al principio de realidad, que asegura más éxito en la integración al mundo social. El ideal del Yo es la imagen de sí misma que la persona aprueba para sí. Incluye todo lo que pensamos que deberíamos ser y cómo deberíamos alcanzarlo. El Yo es el consciente.

      • El Superyó es el ideal del inconsciente internalizado, represor, selecciona las experiencias, no permite pasar al Yo las que considera indeseables de recordar. La función del Superyó es filtrar lo que puede pasar del inconsciente al consciente. El Superyó es el preconsciente o subconsciente.

      • El Ello incluye los deseos y las necesidades básicas que nos motivan. Opera de acuerdo con el principio de placer, que dirige nuestro comportamiento al menos los primeros años de vida. El Ello se mueve a partir del principio del placer inmediato y por eso lucha por hacer que esas pulsiones primarias rijan la conducta de la persona, independientemente de las consecuencias a mediano o largo plazo. Se considera que el Ello es la parte “animal” o “instintiva” del ser humano. Esto es lo que subyace a los sueños y a las alucinaciones y delirios de los psicóticos, en los que pueden satisfacerse los deseos de un modo no realista. En el Ello está la pulsión sexual, que existe en el individuo desde siempre. El Ello es el inconsciente.

      La sociedad de consumo explota este proceso de formación de los deseos sembrando sus semillas en nuestro inconsciente, mediante anuncios y comerciales atractivos y pegajosos, y nos dan después frágiles razones para que conscientemente podamos justificar o racionalizar el deseo. Siempre nos están impulsando a tener más y más y a desechar lo que ya tenemos

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