Deseo. Flavia Dos Santos
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El software es de aprendizaje. La mente tiende a buscar categorías, más que cosas específicas. A la mayoría de los hombres heterosexuales de la generación de los Baby Boomers (los nacidos entre 1946 y 1964) les gusta que las mujeres tengan vello púbico, mientras que muchos, si no la mayoría de los hombres de la generación del milenio, prefieren una compañera que esté afeitada o se haya depilado. Los dos deseos son el resultado del mismo software, que simplemente busca las vulvas. Pero como es software de aprendizaje, aprende las costumbres y los modos de la sociedad y la generación propias.
El mundo como voluntad
Una de las más inspiradas teorías sobre el deseo es la del filósofo del siglo XIX Arthur Schopenhauer. En su obra El mundo como voluntad y representación, Schopenhauer sostiene que bajo el mundo de las apariencias está el de la voluntad, un proceso fundamentalmente ciego para alcanzar la sobrevivencia y la reproducción. Para Schopenhauer, el mundo entero es una manifestación de la voluntad (el deseo), incluso el cuerpo humano: los genitales son el impulso sexual objetivado, la boca y el tracto digestivo son el hambre objetivada, y así sucesivamente. Todo en nosotros, incluso las facultades cognitivas evolucionaron con el único propósito de alcanzar las exigencias de la voluntad. Aunque puede percibir, juzgar y razonar, nuestro intelecto no está diseñado ni equipado para rasgar el velo de la ilusión y comprender la verdadera naturaleza de la voluntad, que nos lleva sin saberlo a una vida de frustración, lucha y dolor, en la medida en que la voluntad se expresa en la vida espiritual del hombre en la forma de un deseo insatisfecho.
Schopenhauer compara nuestra conciencia o intelecto con un cojo que puede ver montado sobre los hombros de un gigante ciego. Se anticipa a Freud al igualar al gigante ciego de la voluntad con nuestros impulsos y miedo inconscientes, los cuales nuestro intelecto consciente apenas conoce. Para Schopenhauer, la manifestación más poderosa de la voluntad es el impulso sexual. Según él, la voluntad de vivir del descendiente que todavía no se ha concebido es lo que hace que un hombre y una mujer se unan en una ilusión de lujuria y amor. Pero cuando se ha logrado lo que deseaban, su ilusión compartida desaparece y vuelven a su “estrechez y necesidad original”.
Es por eso que el deseo se debe lograr a través de distintas bases, teniendo en cuenta las necesidades propias y del otro, y movilizando un deseo perpetuo y duradero a través de fantasías, sueños, proyectos, placeres. Nosotros deseamos lo que no tenemos, pero esto viene cargado del “no” porque desde niños nos dicen que no se puede, no se puede consentir, no se puede mal educar, vamos aprendiendo que desear es malo y por eso tantas personas ahogan el deseo, por miedo, por muchos “no”.
En redes sociales, por ejemplo, me llegan muchas preguntas sobre si se pierde el deseo en ciertos contextos. Como el caso de una chica que llevaba un año y medio con su novio. Antes su apetito sexual era bueno, tenían sexo frecuente en la semana, y se sentía muy bien con él, pero con el tiempo fue perdiendo el deseo. Aunque decía sentir “fascinación” por él, dejó de sentir ganas y se puso “fría”. Podía pasar un mes y ella no tenía deseos, pero se sentía mal porque él deseaba estar más con ella, y a veces lo hacía por “cumplirle”. Cuando lo hacía de esta manera quedaba incómoda y obligada, esto produjo una situación de hastiamiento. Es un caso para detectar por qué ya no lo desea de igual manera o si es su libido la que se está viendo afectada directamente por otras razones de su emocionalidad o cuerpo. Esto para dar un contexto de que no siempre la razón de perdida de deseo está envuelta en una rutina de convivencia, hijos, o votos matrimoniales. A veces puede suceder de manera inesperada.
Control del deseo
Hemos visto cómo el deseo está en la raíz de la vida misma, es lo que nos hace estar vivos. Repitamos la pregunta: ¿Por qué entonces queremos controlarlo? En el intento de descubrir cuáles son nuestros deseos, no hay que tratar de controlar el pensamiento y la emoción. Más bien, hay que permitir a la mente estar despierta de tal manera que todas las trabas que abruman el pensamiento se revelen a sí mismas. Es algo que la psicología reciente llama awareness: estar consciente.
Awareness es una palabra inglesa que indica el acto de una persona darse cuenta o tomar conciencia sobre algo.
Awareness se traduce al español como sensibilización o concientización.
En psicología, el awareness es el darse cuenta de lo que una persona siente y percibe de la realidad para entrar en contacto consigo misma y es fundamental en nuestra tarea de mantener o rescatar el deseo. Se habla de tres zonas de awareness:
• Awareness exterior: conocimiento sensorial de los objetos y el ambiente.
• Awareness interior: contacto de los sentidos con nuestro mecanismo interior como respiración, tensión muscular y temblores.
• Awareness de la fantasía o zona intermedia (ZIM): conciencia de toda la actividad mental que transcurre más allá del presente. Y que podríamos entablar contando nuestras propias fantasías y escuchando las del otro, en un contexto de respeto e inclusión, sin que eso sea una amenaza o despierte miedos de abandono. Compartir deseos, fantasías es parte de una comunicación cómplice, excitante y no todos se la permiten, de nuevo por tantos “no” inculcados desde temprano.
El awareness tiene como finalidad la búsqueda del presente, del aquí y ahora a través de una autoconciencia. En este sentido, se relaciona con la meditación.
El deseo no se debe detener, esto sería igual a estar muertos. Pero hemos visto que el deseo está ligado al dolor, y por eso, muchas veces queremos suprimir o controlar el deseo. Las personas religiosas, los monjes de todo el mundo, nos dicen: “Permanece sin deseo, controla el deseo, reprime el deseo. Si no puedes hacerlo, transfiérelo a algo valioso, a Dios, a la iluminación, a la santidad, a lo que sea”.
Pero la respuesta para nuestro deseo es la libertad de este, sin que amenace nuestro equilibrio interior. Por lo general las personas temen a la libertad, se asustan con la falta de control, pero, ¿cómo desear controladamente? Buscando un balance, pues el deseo descontrolado es la adicción, una patología como las otras adicciones, que deben ser tratadas por un especialista.
Según la mayoría de las religiones hay que detener el deseo porque se necesita la energía para servir a Dios. Por tanto, hay que evitar las tentaciones y estas vienen a través de los sentidos: ver, tocar, oler, saborear, escuchar. Hay comunidades de monjes que no miran la belleza del cielo, ni la luz sobre los montes y la hierba, ni los pájaros ni el agua que corre. Por eso pasan la mayor parte de su tiempo en oración y por eso hay comunidades de clausura donde monjes y monjas se torturan, se autoflagelan, para castigar la carne, dicen, para no sentir deseos. Hay conventos de monjes donde usan cinturones de espinas alrededor de su cuerpo. Eso, según sus creencias, los va a conducir a la verdad: a otra vida donde el ser humano gozará perpetuamente de la presencia de Dios y nunca va a desear nada más.
Estos son actos tremendamente represivos, limitantes. Son formas de reprimir y controlar el deseo, ya sea por creencias religiosas o sectarias, o por disciplina. La disciplina se basa sobre el control. La sociedad y la cultura controlan. La religión controla. Pero el consumismo dice: “No controles, disfruta, compra, vende”. Y la mente humana dice: “Todo eso está muy bien. Mi propio instinto es tener placer, así que lo voy a buscar. Pero el sábado, o el domingo o el día que sea, lo dedicaré a Dios”. Esto ha sido así desde siempre. Entonces, ¿por qué ha de ser controlado el placer? ¿Y por qué no buscarlo de manera libre y espontánea trabajando en un área que nos va a ayudar en todos los otros aspectos de nuestra