Homo sapiens. Antonio Vélez
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Con solo agitar sus blancas mantas
O soñar con pájaros no vistos.
O convocar a la noche en pleno día
Con solo esconderse
En lo profundo de un armario
Juan Manuel Roca
Todos los mandatos programados en el genoma poseen una característica que les otorga gran fuerza, aunque sean intrínsecamente débiles: pueden actuar como preceptores sobre el sujeto, de manera permanente, hora tras hora, día y noche, impartiendo sus enseñanzas sin descanso ni vacaciones. No dan reposo ni tregua. Contrasta lo anterior con los mandatos de origen cultural, que, aunque sean enseñados con tesón e intensidad, presentan el inconveniente de ser trasmitidos de forma intermitente e irregular y, a veces, muchas veces, en abierta contradicción con la conducta exhibida por los mismos maestros.
Universales humanos
Se entiende por “universales humanos” aquellas formas de conducta observadas, a veces con pequeñas variaciones, en todas las culturas estudiadas por los antropólogos; en otras palabras, el conjunto de todos los universales constituye la llamada “naturaleza humana”. Su estudio, tal vez el tema más importante para el hombre, ha sido un tabú insuperable para la mayoría de los antropólogos. Hasta se ha propuesto que la antropología debe dedicarse solo a estudiar la cultura, no la naturaleza humana: error imperdonable, porque la antropología, por su misma definición, trata de estudiar y entender al hombre. Y son justamente los universales los mejores argumentos para probar, de modo incontestable, la tesis que propone la existencia de un componente genético notable en muchas formas de comportamiento humano. Es claro que si un rasgo de conducta se presenta en culturas que por razones históricas y geográficas no han podido tener contacto alguno, entonces dicho rasgo debe tener un importante componente genético.
Son universales la lucha por ganar prestigio y estatus, el establecimiento de categorías sociales, la tendencia a formar jerarquías, la facilidad para cooperar y reconocer obligaciones recíprocas, la urgencia inaplazable por hacer lo mismo que los vecinos, es decir, copiar conductas, la tendencia a obedecer e imitar a los famosos (más destacada entre los niños y en los adultos de mente infantil), la adicción a la estima social, para lo cual somos excelentes autopromotores y trepadores sociales, el sentir aprecio desmedido por el afecto de gente de alto estatus social (con la disposición a pagar más por ello y a esperar menos de ellos) y la lucha por el poder y la riqueza.
Nuestra naturaleza humana, diseñada para maximizar la eficacia reproductiva, nos conduce necesariamente al nepotismo, a la territorialidad, al concepto de propiedad privada inviolable y al manejo nepótico de la herencia. Obsérvese que la práctica universal de legar los bienes a los hijos se constituye en un serio impedimento para lograr una sociedad económicamente igualitaria, pues tiende a prolongar los desequilibrios de la fortuna. En todas partes se observan, tal vez por ser adaptativos, la avaricia, el acaparamiento y la acumulación desmedida de bienes. También son universales la hostilidad hacia grupos extraños o xenofobia, el altruismo recíproco y el favoritismo hacia los parientes más cercanos. Rita Levi (2000) señala otros universales: “El apego a la tierra natal, el sentimiento nostálgico que nos une a ella, las ceremonias litúrgicas y rituales, comunes a todas las religiones y mitologías, la obediencia ciega a un jefe reconocido”.
En todas las sociedades estudiadas las madres son más maternales que paternales los padres. Son también universales el hablarles a los niños pequeños usando un lenguaje infantil, y el gusto de estos por las historias y por la repetición (tal vez sea una estrategia para facilitar la transmisión de la cultura), sumado al comportamiento interrogativo, bases del aprendizaje y una manera sencilla de aprovechar la experiencia de los mayores. También, quizá con el fin de prepararse para la edad adulta, es universal el gusto de los niños por los juguetes, y la propensión a imitar a los mayores y a los compañeros de mayor jerarquía. De la misma naturaleza es la tendencia a enseñar lo que sabemos al que no lo sabe, y el placer que se siente al ver en acción la habilidad para la ejecución de alguna tarea, lo que explica la atracción de los espectáculos donde se exhibe el virtuosismo: pianistas, violinistas, artistas de circo, ilusionistas, deportistas...
Todas las culturas consideran repugnantes en alto grado las heces humanas y las de los carnívoros (no así las de los herbívoros), e igualmente repugnantes resultan los productos orgánicos descompuestos —la carne en especial— y algunas sustancias expulsadas por el propio cuerpo como el vómito, el sudor, la saliva, los mocos, la pus y los fluidos sexuales. Existe cierta repugnancia natural por ciertos animales: ratas, cucarachas, piojos y moscas. No por las abejas ni avispas.
Por ser el lenguaje la característica que más nos separa de los otros primates, es normal que abunden los universales relacionados con él: el uso de metáforas, sinécdoques y metonimias, la polisemia, los trabalenguas, la elaboración de proverbios. Es curioso que en todas las lenguas en que existe una palabra para “bueno” su opuesto puede decirse de dos maneras: “no bueno” o “malo”. En unas lenguas se usa una de las dos anteriores, en otras ambas, pero en ninguna lengua existen las palabras “malo” y “no malo”, sin que exista “bueno”.
Las respuestas al humor son universales en todas las culturas estudiadas y los chistes son de naturaleza parecida. También son universales la tendencia a simplificar y a extrapolar, el humor verbal y el humor por medio de la burla, las formas poéticas en el uso del lenguaje y la narración de historias. En los argumentos, el uso de la lógica y el silogismo, así como el manejo del método de contradicción, son también de ocurrencia universal.
La clasificación de los colores en categorías fijas es igual en todas las culturas, aunque algunas de ellas no tengan nombres para ciertos colores poco comunes en sus entornos. En lenguaje simple, las áreas cerebrales destinadas a la visión tienen un diseño único, para todos los humanos, del cual nace la clasificación de los colores en once categorías discretas básicas, a pesar de que el espectro luminoso es continuo (durante buena parte del siglo xx, algunos antropólogos sostuvieron la idea absurda de que existía daltonismo cultural: la forma de percibir los colores y sus fronteras era un asunto puramente cultural).
Todos los humanos portamos sentimientos morales ligados a la reciprocidad, y nos sentimos culpables en circunstancias parecidas, porque tenemos un profundo sentido de justicia, de tal modo que el dicho “ojo por ojo” es algo en que todos los humanos coincidimos. Todas las culturas distinguen el bien del mal, imponen derechos y obligaciones, reconocen que el mal debe ser castigado y el bien debe ser recompensado, amén de poseer un conjunto explícito de normas morales. El gusto por los rituales, en especial los de la muerte, se da en todos los rincones del planeta, e igual ocurre con los sentimientos de compasión con el débil y el caído, el respeto por los viejos, el remordimiento tras las malas acciones, la envidia y la doble moral.
En todos los grupos humanos se observan las mismas diferencias relacionadas con el sexo y la reproducción: mayor sexualidad y dominación entre los varones; mayor recato y selectividad entre las hembras. La evitación del incesto es universal, sobre todo el de madre e hijo. Los celos son diferentes entre los sexos: los varones cuidan con mayor celo que sus parejas no se apareen con otros; las hembras cuidan que sus parejas no se involucren sentimentalmente con otras. Cualesquiera sean las reglas del matrimonio y sin importar lo severas que sean las sanciones, la infidelidad y los celos sexuales parecen ser elementos universales del comportamiento humano. Es universal que la infidelidad femenina sea castigada con mayor intensidad que la masculina, y hasta hay sociedades en las que la masculina es estimulada.
Es común que el matrimonio se encuentre institucionalizado, en el sentido de ser reconocido públicamente el derecho sexual a la mujer elegida para tener con ella la familia. Lo más común en todas las sociedades