Novelas completas. Jane Austen
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—¿Es muy conocido el señor Willoughby en su parte de Somersetshire? —preguntó Elinor.
—¡Oh, sí, mucho! Quiero decir, no creo que mucha gente lo frecuente, porque Combe Magna está tan lejos; pero le aseguro que todos lo creen sumamente agradable. Nadie es más apreciado que el señor Willoughby en cualquier lugar al que vaya. Y puede decírselo así a su hermana. Qué enorme buena suerte la suya al haberlo conquistado, palabra de honor; y no es que la suerte de él no sea mayor, porque su hermana es tan bien parecida y encantadora que nada puede ser lo bastante bueno para ella. Sin embargo, para nada creo que sea más guapa que usted, le aseguro; creo que las dos son extraordinariamente bonitas, y estoy segura de que lo mismo piensa el señor Palmer, aunque anoche no conseguimos que lo admitiera.
Las noticias de la señora Palmer sobre Willoughby no eran demasiado acabadas; pero cualquier testimonio en su favor, por pequeño que fuese, le era agradable a Elinor.
—Estoy tan contenta de que finalmente nos hayamos conocido —continuó Charlotte—. Y ahora espero que siempre seamos buenas amigas. ¡No puede imaginarse cuánto deseaba conocerla! ¡Es tan maravilloso que vivan en la cabaña! ¡Nada puede igualárselo, se lo aseguro! ¡Y me alegra tanto que su hermana vaya a casarse bien! Espero que pase mucho tiempo en Combe Magna. Es un sitio maravilloso, desde todos los puntos de vista.
—Hace mucho tiempo que se conocen con el coronel Brandon, ¿no es así?
—Sí, mucho; desde que mi hermana se casó. Era amigo de sir John. Creo —añadió en voz baja— que le habría gustado bastante tenerme como esposa, si hubiera podido. Sir John y lady Middleton también lo querían. Pero mamá no creyó que esa unión fuera bastante buena para mí; de no haber sido así, sir John habría hablado con el coronel y nos habríamos casado enseguida.
—¿El coronel Brandon no sabía de la proposición de sir John a su madre antes de que la hiciera? ¿Alguna vez le había manifestado a usted su afecto?
—¡Oh, no! Pero si mamá no se hubiera opuesto a ello, diría que a él nada le habría complacido más.
En ese entonces no me había visto más de dos veces, porque fue antes de que yo dejara el colegio. Pero soy mucho más feliz tal como estoy. El señor Palmer es exactamente la clase de hombre que me gusta.
Member of Parliament, Miembro del Parlamento.
Capítulo XXI
Los Palmer regresaron a Cleveland al día siguiente, y en Barton solo quedaron las dos familias para invitarse mutuamente. Pero esto no duró mucho; Elinor todavía no se había sacado de la cabeza a sus últimos visitantes —no terminaba de asombrarse de ver a Charlotte tan feliz sin mayor motivo; al señor Palmer actuando de manera tan ingenua, siendo un hombre capaz; y la extraña discordancia que a menudo existía entre marido y mujer—, antes de que el activo celo de sir John y de la señora Jennings en pro de la vida social le ofrecieran un nuevo grupo de conocidos de ellos a quienes ver y analizar.
Durante un paseo matutino a Exeter se habían encontrado con dos jovencitas a quienes la señora Jennings tuvo la alegría de reconocer como parientes, y esto fue suficiente para que sir John las invitara enseguida a ir a Barton Park tan pronto como hubieran cumplido con sus compromisos del momento en Exeter. Sus compromisos en Exeter fueron cancelados pronto ante tal invitación, y cuando sir John volvió a la casa indujo una no despreciable alarma en lady Middleton al decirle que pronto iba a recibir la visita de dos muchachas a las que no había visto en su vida, y de cuya elegancia… incluso de que su trato fuera aceptable, no tenía prueba alguna; porque las garantías que su esposo y su madre podían ofrecerle al respecto no eran útiles. Que fueran parientes empeoraba la situación; y los intentos de la señora Jennings de consolar a su hija con el argumento de que no se preocupara de si eran elegantes, porque eran primas y debían tolerarse mutuamente, no fueron entonces muy afortunados.
Como ya era imposible frenar su venida, lady Middleton se resignó a la idea de la visita con toda la filosofía de una mujer bien educada, que se contenta simplemente con una amable reconvención al esposo cinco o seis veces al día sobre el mismo tema.
Llegaron las jovencitas, y su apariencia no resultó ser ni mucho menos poco distinguida o sin estilo. Su vestimenta era muy elegante, sus modales eran educados, se mostraron encantadas con la casa y extasiadas ante el mobiliario, y como ocurrió que los niños les gustaban hasta la saciedad, antes de una hora de su llegada a la finca ya contaban con la aprobación de lady Middleton. Afirmó que ciertamente eran unas muchachas muy simpáticas, lo que para su señoría implicaba una entusiasta admiración. Ante tan vivos elogios creció la confianza de sir John en su propio juicio, y partió enseguida a informar a las señoritas Dashwood sobre la llegada de las señoritas Steele y asegurarles que eran las muchachas más dulces del mundo. De opiniones de esta clase, sin embargo, no era mucho lo que se podía inferir; Elinor sabía que en todas partes de Inglaterra se podía encontrar a las chicas más dulces del mundo, bajo todos los diferentes aspectos, rostros, temperamentos e inteligencias posibles. Sir John quería que toda la familia se dirigiera de inmediato a la finca y echara una mirada a sus invitadas. ¡Qué hombre benévolo y filantrópico! Hasta una prima tercera le costaba guardarla solo para él.
—Vengan ahora —les decía—, se lo suplico; deben venir... no aceptaré una negativa: ustedes sí vendrán. No se imaginan cuánto les gustarán. Lucy es extraordinariamente guapa, ¡y tan alegre y de buen carácter! Los niños ya están apegados a ella como si fuera una antigua conocida. Y las dos se mueren de deseos de verlas a ustedes, porque en Exeter escucharon que eran las criaturas más hermosas del mundo; les he dicho que era totalmente cierto, y mucho más. Estoy seguro de que a ustedes les encantarán ellas. Han traído el coche lleno de juguetes para los niños. ¡Cómo pueden ser tan esquivas y pensar en no venir! Si de alguna manera son primas suyas, ¿verdad? Porque ustedes son primas mías y ellas lo son de mi esposa, así es que tienen que estar emparentadas.
Pero sir John no consiguió su objetivo. Tan solo pudo arrancarles la promesa de ir a la finca dentro de uno o dos días, y después marchó asombradísimo ante su indiferencia, para dirigirse a su casa y jactarse nuevamente de las cualidades de las Dashwood ante las señoritas Steele, tal como se había jactado de las señoritas Steele ante las Dashwood.
Cuando cumplieron con la prometida visita a la finca y les fueron presentadas las jovencitas, no encontraron en la apariencia de la mayor, que casi rozaba los treinta y tenía un rostro poco atractivo y para nada despierto, nada que admirar; pero en la otra, que no tenía más de veintidós o veintitrés años, encontraron sobrada belleza; sus facciones eran bonitas, tenía una mirada aguda y despierta y una cierta airosidad en su talante que, aunque no le daba auténtica elegancia, sí la hacía distinguirse. Los modales de ambas eran especialmente amables, y pronto Elinor tuvo que reconocer algo de buen juicio en ellas, al ver las constantes y oportunas atenciones con que se hacían agradables a lady Middleton. Con los niños se mostraban en continuo éxtasis, ensalzando su belleza, atrayendo su atención y complaciéndolos en todos sus caprichos; y el poco tiempo que podían quitarle a las inoportunas demandas a que su gentileza las exponía, lo dedicaban a admirar lo que fuera que estuviera haciendo su señoría, en caso de que estuviera haciendo algo, o a copiar el modelo de algún nuevo vestido elegante que, al verle usar el día antes, las había hecho caer en interminable arrobamiento. Por suerte para quienes buscan halagar tocando este tipo de puntos débiles, una madre cariñosa, aunque es el más voraz de los seres humanos cuando se trata de ir a la caza de halagos para sus hijos, también es el más crédulo; sus demandas son exorbitantes, pero