Contrafactuales. Richard Evans
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La frivolidad y el carácter caprichoso son dos de las principales razones por las que las historias alternativas no han sido tomadas en serio por los historiadores, incluso por algunos que han contribuido a ellas. Los historiadores siempre han considerado que su tarea primordial es averiguar qué pasó en realidad, no imaginar lo que podría haber pasado, y aunque la primera tarea entraña retos más o menos importantes, la última es prácticamente imposible, ya que la historia depende sobre todo de la aportación de pruebas, y en el último caso hay pocas o ninguna que aportar. Tradicionalmente los historiadores han desconfiado de la especulación, de modo que en general su reacción a los escenarios de “y si...” ha sido hostil o indiferente. Aviezer Tucker se ha preguntado con escepticismo: “¿Para qué sirve la historia contrafactual, aparte de para entretener nuestras facultades imaginativas?”. Tucker reconoce que los historiadores utilizan implícitamente un marco contrafactual cuando califican una causa de necesaria, con lo que dan a entender que si no hubiera estado presente, las cosas habrían acabado de otra manera. Pero añade acertadamente que en general los historiadores no son tan osados y, en cualquier caso, al calificar una causa de necesaria en lugar de posible o coadyuvante, casi nunca especulan sobre el curso alternativo que hubieran podido tomar los acontecimientos si esa circunstancia no hubiera estado presente.42
Y la pregunta de “¿y si...?” a menudo ha amenazado, por así decirlo, con dejar a los historiadores sin trabajo al reducirlo todo a una cuestión de azar. En efecto, algunos exponentes del género parecen deleitarse en atribuir pequeñas causas a grandes acontecimientos, en la línea de las especulaciones de Pascal sobre lo que habría ocurrido si Cleopatra hubiera tenido una nariz más pequeña; A. J. P. Taylor fue uno de los principales exponentes de esta aproximación, tanto en su explicación del estallido de la Primera Guerra Mundial en La guerra planeada (War by Timetable: How the First World War Began, Londres, 1969) como en su autobiografía A Personal History [Una historia personal], publicada en Londres en 1983. Pero si todo fuera producto del azar, sería imposible explicar nada, y de hecho el propio Taylor subrayó la inevitabilidad del nazismo en su libro The Course of German History [Los derroteros de la historia de Alemania], publicado en 1946. A ningún historiador se le ha ridiculizado más que a H. A. L. Fisher, que en su historia de Europa, escrita a principios de la década de 1930, concluyó con cierta desesperación que solo podía haber “una regla segura para el historiador: que debía reconocer el papel de lo contingente e imprevisto en el desarrollo de los destinos humanos” y admitir que “no puede haber generalizaciones”.43 El punto de vista de Fisher ha suscitado un amplio rechazo entre los historiadores porque la mayoría ven la generalización y la explicación como su principal cometido. Si los historiadores no explican las cosas, caen al nivel de cronistas.
Por otra parte, tal como hemos visto, la pregunta de “¿y si...” se ha vinculado a menudo a individuos, como en las especulaciones sobre qué habría cambiado si Hitler hubiera muerto antes o si Lenin hubiera muerto más tarde de cuando murió. Incluso E. H. Carr estaba dispuesto a admitir en sus últimos años que puede que la Rusia soviética se hubiera ahorrado los peores estragos de las grandes purgas de Stalin si Lenin hubiera vivido hasta la década de 1940, como era muy posible hasta que quedó gravemente herido después de un intento de asesinato durante la guerra civil rusa. Esta idea –otro ejemplo de grandes consecuencias derivadas de pequeños acontecimientos– delata una ingenua creencia en las capacidades extrahistóricas de los grandes hombres, o como mínimo los poderosos, que en sus primeros años Carr no hubiera aceptado. Puede considerarse la propia especulación de Carr sobre Lenin como un ejemplo de lo que el historiador criticó tan mordazmente en ¿Qué es la historia?: la expresión de un deseo. En el caso de Carr, delataba una tendencia quizá sorprendente a intentar salvaguardar la reputación y legitimidad históricas de la revolución bolchevique al sugerir que Stalin la había pervertido, y al culpar a un solo hombre y no al propio sistema soviético de la violencia, los asesinatos en masa y la hambruna intencionada de los años treinta.44 Al subrayar la importancia de individuos como Lenin y Stalin, Carr iba a contracorriente del alejamiento del enfoque centrado en los “grandes hombres” característico de la segunda mitad del siglo xx que tuvo lugar con el ascenso de la historia social y luego cultural, que, mucho antes del momento en que escribía Carr, proporcionó otra razón por la cual la pregunta de “¿y si...?” generaba desconfianza.
Por estas razones, por tanto, los historiadores han tendido en general a evitar la especulación sobre lo que podría haber pasado y se han centrado mayoritariamente en intentar averiguar y explicar lo que pasó. Como señaló el gran historiador alemán Friedrich Meinecke: “En la historiografía, uno suele evitar dar una respuesta explícita a la pregunta de qué habría pasado si un acontecimiento concreto hubiera terminado de forma distinta, o si una personalidad concreta no hubiera estado presente en la acción. Estas consideraciones se tachan de vanas y lo son”.45 Sin embargo, en las dos últimas décadas ha habido síntomas de cambio. Ha llegado de dos ámbitos. En primer lugar, de la historia económica cuantitativa o historia econométrica, y en este caso en especial del estadounidense Robert Fogel, cuya primera publicación importante planteó lo que él llamó una suposición “contrafactual”, es decir, construyó un modelo estadístico sobre qué le habría pasado a la economía de Estados Unidos si no se hubiera construido el ferrocarril, como hipótesis “contrafactual”, para mostrar estadísticamente cuál fue la contribución del ferrocarril al crecimiento económico estadounidense, o, en otras palabras, su importancia en la economía estadounidense. Se trataba de un ejercicio estadístico, en realidad no era un intento de imaginar unos Estados Unidos sin ferrocarril, o de caer en la nostalgia del oeste de Estados Unidos de los años anteriores a que el caballo de hierro atravesara las Grandes Llanuras, ni tampoco se trataba de sostener que había habido alguna posibilidad, por muy remota que fuera, de que no se hubiera construido el ferrocarril. No tenía nada que ver con lo que hubiera podido ser. El concepto de “contrafactual” correspondía en este caso a la literalidad de la palabra, a saber, desarrollar un elemento que no ocurrió para explicar mejor las consecuencias de lo que ocurrió. La fuerza de este tipo de análisis derivaba justamente de la imposibilidad de imaginar que el acontecimiento hubiera podido convertirse en, por así decirlo, factual.46
El análisis de Fogel era esencialmente estadístico: el ferrocarril aparecía, o más bien desaparecía, como un elemento de una serie de ecuaciones que producían a grandes rasgos el mismo resultado que si se incluía el ferrocarril; en otras palabras, Fogel mostró que el ferrocarril no fue tan determinante para el crecimiento económico de Estados Unidos. Se han utilizado métodos similares en otros ámbitos de la historia económica o econométrica, aunque se les ha criticado por aplicar a frágiles estadísticas del siglo xix un peso de procesamiento de datos numéricos que sencillamente no pueden aguantar, y por establecer una serie de supuestos no probados y quizá imposibles de probar sobre la vinculación o no de la construcción del ferrocarril a otros sectores de la economía, supuestos que al fin y al cabo acaban demostrando la tesis que se sostiene. Finalmente, cualesquiera que sean sus méritos o deméritos, la utilización de escenarios contrafactuales por parte de los econometristas no tiene nada que ver con el azar y la contingencia en la historia, sino más bien al contrario.47 En realidad, en este caso no estamos ante una pregunta del tipo “¿y si...?”, ya que no se plantea una verdadera alternativa a lo que pasó.
Hasta los años noventa, pues, las especulaciones contrafactuales se mantuvieron fundamentalmente en un nivel de entretenimiento, aparecieron de forma intermitente y no pretendían que las tomaran en serio. Sin embargo, en ese momento llegó un cambio desde otro ámbito. Apareció un caudal de