Historia de la República de Chile. Juan Eduardo Vargas Cariola
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Como se advierte de lo anterior, de un modo u otro el sistema de peonaje también estaba presente en el sistema agrario de la Frontera y del Chile austral. En el Biobío y en la Araucanía la explotación agraria del trigo había originado un estilo más cercano al tradicional, mientras que en Valdivia-Osorno y Llanquihue la naturaleza del trabajo parece haberse aproximado al de naturaleza doméstica.
LAS INNOVACIONES TECNOLÓGICAS
Resulta difícil referirse a innovación en el campo de la tecnología para la Frontera, ya que lo tardío de su inclusión en el mercado agrario de producción y exportación impidió el uso de algunas técnicas tradicionales practicadas en el centro y norte del país. Por ejemplo, la utilización del metal fue común entre los agricultores de la Frontera y de la zona austral, más en los de origen extranjero, pues varios de ellos traían herramientas como chuzos, rastrillos y picotas. Paralelamente, estos implementos modernos convivían con algunos tradicionales utilizados por algunos agricultores e indígenas212.
La producción triguera de la Frontera en los decenios de 1870 y 1880 significó desde un comienzo el empleo de cosechadoras y de máquinas para limpiar los granos. También el impulso experimentado por la ganadería llevó a la utilización de aparatos, como las decantadoras de leche, para la fabricación de mantequilla y queso.
La tecnología de la Frontera, a diferencia de lo ocurrido en las zonas del norte, hizo surgir a la agricultura, evitándose de esta manera la adaptación de sistemas tradicionales a otros modernos.
Un importante actor de la modernización del agro fue la molinería. Para los años 1830-1845 se contabilizaron en el subespacio Biobío aproximadamente 15 molinos de última tecnología, instalados por comerciantes norteamericanos, alemanes, ingleses y franceses, principalmente en las afueras de ciudades como Concepción o bien en la confluencia de ríos, como el Laja con el Biobío o el Itata con el Ñuble.
LA AGRICULTURA EN CHILOÉ
RODOLFO URBINA BURGOS
Las autoridades chilenas que llegaron a hacerse cargo de la provincia de Chiloé en 1826, después de la firma del Tratado de Tantauco, la hallaron pobre, mal explotada y subsistiendo con dificultad con un desventajoso comercio de trueque. A juicio de los nuevos funcionarios, el clima y los suelos improductivos hacían infructuoso cualquier adelanto en la agricultura, que también era entorpecido por el arcaísmo de la cultura campesina insular. Pedro José Barrientos apunta, sin embargo, que el gobierno central, fundado en esos primeros informes, omitió hacer esfuerzos por mejorar la agricultura chilota213.
Hasta 1859 no hubo cambios importantes en la actividad. La agricultura se reducía a cortas superficies cultivadas en los terrenos ondulados de la franja costera norte y este de la Isla Grande y adyacentes, las mismas tierras despejadas durante la colonia que describieron los cronistas del siglo XVIII. Allí vivían 45 mil habitantes en 1840 y 95 mil en 1880, y el esquema de utilización del espacio no varió, como tampoco el modo de vida asociado al bordemar, con la pesca, la recolección de mariscos, la tala del bosque para la construcción y la calefacción, y una agricultura trabajada con métodos rudimentarios y que, además, carecía de un mercado de cierta envergadura.
Las superficies agrícolas extendidas desde la península de Lacuy, por el norte, hasta el paraje de Huildad, en el área de Quellón, por el sur, estaban constituidas por pequeñas parcelas de dos a 10 cuadras destinadas principalmente al cultivo de la papa y, en menor escala, al trigo. Era una economía de mera subsistencia donde cada familia construía su minifundio haciendo claros en el bosque mediante el roce o a golpes de hacha, extendiendo lo ya despejado cuando crecía la familia, pero conservando un retazo de monte para proveerse de leña. Se seguía así con un modo de habitar que venía desde la colonia, que no se alejaba de la orilla del mar, valorada como despensa y camino. Un típico minifundio estaba formado por la casa familiar de madera con piso de tierra y techo de paja, el campanario para colgar las espigas de trigo, el establo y el chiquero de los cerdos. Junto a la casa, la huerta, y más allá el papal y el trigal. En la pampa contigua, el caballo, los bueyes y las ovejas. Semejante cuadro sintetiza el modo de vida rural de Chiloé en el siglo XIX.
CARACTERÍSTICAS DE LA PROPIEDAD AGRÍCOLA
Aunque la agricultura siguió estacionaria hasta mediados de siglo, hubo cambios importantes en la tenencia de la tierra. Durante el gobierno de Ramón Freire se consolidó la estructura agraria de pequeña propiedad. Por decreto de 10 de junio de 1823 se ordenó el remate de tierras fiscales en porciones de seis a 10 cuadras, para facilitar el acceso a la propiedad territorial214. La medida comenzó a aplicarse en Chiloé en 1828, al hacerse una mensura parcial que, por lo mismo, no permitió conocer la extensión precisa de los terrenos fiscales hasta principios del siglo siguiente. La idea era transformar en propietarios el mayor número posible de campesinos. El intendente decía en 1827 que
en las islas más pobladas y cultivadas, una porción de 6 a 10 cuadras, como lo designa la ley, es de alguna consideración y bastante para mantener al labrador, y en otras partes donde no hay terreno limpio, sino bosques, un número aumentado de cuadras ha de suplir la falta […] siempre observando el principio de dividir en lo más posible las porciones215.
En la práctica, cada familia recibió gratuitamente seis cuadras y 12 los caciques a elección del paraje. Como era natural, los favorecidos prefirieron los terrenos más cercanos a la costa por ser también más fáciles de cultivar216. El mismo beneficio tuvieron los no indígenas. Para estos se mensuraron las tierras, se tasaron y se pusieron en pública subasta o se vendieron directamente a sus ocupantes o se revalidaron sus títulos antiguos. Fue un proceso muy complejo por la inexistencia de documentos coloniales, desaparecidos tal vez en el incendio de Ancud de 1797 o perdidos más tarde en el desorden que siguió a la ocupación chilena en 1826.
Con el aumento de la población se hizo visible la falta de tierras despejadas. Cuando Darwin visitó Chiloé en 1834, advirtió ese problema y llamó la atención sobre la negligencia de los propios pobladores en abrir nuevos terrenos, en las limitaciones impuestas por el Estado y en el excesivo cobro de los agrimensores:
Hace falta, en efecto, antes de adquirir una pieza de tierra, por pequeña que esta sea, pagar al geómetra dos chelines por cada cuadra (150 metros cuadrados) que mide, además, el premio que le place fijar como valor de la tierra217.
En 1835 los propietarios reconocidos eran cuatro mil 500, cuando la población adulta de la provincia alcanzaba a 15 mil 256 individuos de ambos sexos entre 25 y 70 años, según numeración de 1832. En 1856 los propietarios habían aumentado a seis mil 259 con posesiones inventariadas, de los cuales mil 648 estaban en el departamento de Ancud, dos mil 579 en el de Castro, mil 138 en el de Quinchao y 894 en el de Carelmapu.
Los favorecidos con mercedes anteriores a 1826 quedaron en posesión de sus tierras. Pero muchos de estos las extendieron, apropiándose de retazos fiscales. En los remates se adjudicaban lotes que después ponían en arriendo, y tanto los rematantes como los arrendatarios se apropiaban de más terreno que el que les correspondía. En 1853 Antonio Varas decretó que —reconociendo que era indispensable tener conocimiento de los terrenos pertenecientes al Estado, y que lo indeterminado de sus límites había dado origen al abuso de ser ocupados por los particulares sin título alguno— las autoridades debían proceder a hacer los deslindes de todos los terrenos fiscales “con signos bien manifiestos y que no sean fáciles de quitar, y que se levantara un plano general de ellos, como también de las hijuelas de que se habían hecho concesiones”218.
Pero