La Red. Sara Allegrini
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La cita de Pinocho, de Carlo Collodi, presente en la página 7, fue traducida a partir de la edición en italiano de Mondadori (Oscar Junior Classici, Milán 2015).
La cita de la Biblia presente en la página 153, corresponde a Salmos 8:3-5.
Título original: LA RETE, de Sara Allegrini.
ISBN Edición Impresa: 978-956-12-3411-6
ISBN Edición Digital: 978-956-12-3451-2
1ª edición: octubre de 2019
Editora General: Camila Domínguez Ureta.
Editora Asistente: Camila Bralic Muñoz.
Director de Arte: Juan Manuel Neira Lorca.
Diseñadora: Mirela Tomicic Petric.
© 2019 por Mondadori Libri S.P.A., Milano.
Derechos negociados a través de Ute Körner Literary Agent - www.uklitag.com
© 2019 de la presente traducción por Empresa Editora Zig-Zag, S.A.
Editado por Empresa Editora Zig-Zag, S.A.
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Índice
Seeing the beauty through the...
Pain
You made me a, you made me a believer, believer
Pain!
You break me down, you build me up, believer, believer
Pain!
Imagine Dragons, Believer
Lo sé: y es por esto que te he perdonado. La sinceridad de tu dolor me dice que tu corazón es bueno: y de jóvenes de buen corazón, aun si son algo traviesos y malcriados, siempre se puede esperar una cosa: a saber, siempre se puede esperar que vuelvan sobre el buen camino. Es por eso que vine a buscarte hasta aquí.
Carlo Collodi, Pinocho
Daniel
–Sube.
Nunca había visto a su padre así de serio y determinado. No se movía. Le respondió con una sonrisita sarcástica, solo por llevarle la contra, por no darle a entender que este cambio de actitud lo desconcertaba.
–¡Súbete! –alzó la voz, por toda respuesta.
Ok, no era broma.
Se subió al auto, ofuscado. Su padre dejó el teléfono sobre el tablero del auto, lejos de él. Daniel no tenía intención alguna de ponerse a conversar; sacó de su bolsillo su celular y empezó a golpetear la pantalla.
–Puedes cortarla con el teléfono, por favor –le pidió su padre después de unos buenos diez minutos.
Daniel ni siquiera levantó la vista de la pantalla. Ya no hacía lo que le decía su padre. Ya no hacía lo que le decían otros.
El hombre apretó los dientes y no habló más. A Daniel no le gustaba nada esa especie de mueca que detectaba en su cara con el rabillo del ojo: en serio nunca lo había visto comportarse así, pero se encogió de hombros y siguió ignorándolo.
Su padre condujo en perfecto silencio por al menos una hora. Salieron de la ciudad y recorrieron caminos de tierra que nunca antes había conocido.
–¿Se puede saber adónde cresta vamos? –preguntó Daniel al final, cansado de estar sentado. La batería del teléfono se estaba agotando y sus amigos lo estaban esperando en la estación. Además, tenía asuntos que atender.
Su padre le pagó con la misma moneda, ignorándolo.
“Mi viejo está loco”, le escribió al Chepa. “Si mañana no voy al colegio, ¡llamen a la policía!”, y agregó una serie de emojis y cosas: un cuchillo, sangre, una calavera, un ataúd.
Su amigo le contestó con uno al que le salen lágrimas de los ojos.
Después de otra media hora, sin embargo, ya no tenía ganas de bromear y empezó a ponerse nervioso.
–¿Me puedes decir adónde chucha estamos yendo?
–Habla bien –le contestó su padre mecánicamente.
–Yo hablo como chucha se me canta –contraargumentó Daniel.
Su padre calló una vez más, pero la mueca volvió a aparecer en su cara y Daniel estaba a punto de sacársela de un puñetazo. Se contuvo solo porque le volvió a la mente lo que había pasado en su casa.
El auto dejó la carretera y después de andar un rato a campo traviesa, no por lo que se llama propiamente un camino, se estacionó en una especie de claro en medio del bosque. Daniel miró hacia fuera de la ventanilla: había estado todo este rato jugando con su teléfono sin prestar atención a nada, por lo que no tenía la menor idea de dónde estaban. Mucho menos de por qué estaban ahí.
–Dame el teléfono –le dijo su padre de una manera que no le gustó ni un poquito.
–Se dice “por favor” –lo provocó remedándolo.
–Por favor –agregó él, tranquilo.
–¡No! –estalló en una carcajada Daniel y, por toda respuesta, volvió a sumergirse en el juego