Caco al rescate. Eloísa Pérez Krumenacker
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–Tu papá te quiere mucho… tu mamá te quiere mucho… yo te quiero mucho –hasta que oscureció.
Después de quitarle las zapatillas y el pantalón, acomodó las almohadas, besó sus mejillas tibias y le bendijo.
–Que Dios te proteja –dijo en voz baja con el corazón entristecido. Se había dormido sentada en el sillón y un fuerte tirón en su espalda terminó de despabilarla–, y cuide de mi salud para terminar de criarte.
Cerró la puerta con suavidad para no despertar a Mateo y masticando sus propios pesares, recorrió el largo y silencioso pasillo hasta la sala de estar.
–¡Cuida señor de mi patrón y permite que regrese pronto! –dejó escapar en un suspiro y encendió la televisión. Eran apenas las nueve, recién comenzaba el noticiero y aún quedaba un alto de ropa por planchar.
IV
El timbre sonó cuando faltaba un cuarto para las cuatro.
–¡Hola Rosa –dijo la joven con energía después de dar un abrazo al niño y entregarlo a su nana –aquí le traigo a su regalón!
–¡Gracias Paulina! –respondió sonriente y tomó la mochila de Mateo para aliviarlo de su enorme peso. Justo antes de cerrar la puerta recordó y salió aprisa para llamar a la muchacha–. ¡Paulina!... mi jefa te dejó el cheque de este mes.
–¡Gracias! –respondió la muchacha doblándolo con cuidado.
–¡Ahh! ¡Me olvidaba! Dile a don Marco que no traiga al niño tan tarde... Llega hambriento, malhumorado y sin ganas de estudiar.
–Es que con esto de los actos finales los niños se distraen. Esta semana he tenido que entrar a buscarlos sala por sala –se disculpó la joven.
–Dígale que la señora está pensando en cambiar a Mateo a otro furgón para el próximo año.
–Está bien Rosa yo le digo, pero usted explíquele a su jefa la situación. ¡Mañana prometo apurar el recorrido! –respondió la joven antes de subir al ascensor.
El timbre del teléfono la sobresaltó y corrió a la cocina a responder.
–¡Aló! –dijo al tiempo que revolvía una enorme y reluciente olla donde hervía una salsa que despedía un delicioso aroma a tomates frescos y hierbas–. ¡Si señora ya llegó! Se fue directo a su pieza… ¿quiere hablar con él? –sintiendo como si un enorme nudo comenzara a formarse en su garganta agregó muy seria–. Está bien señora Paula… ¡yo le digo!
–¡Rosa... Rosa...! –repetía con tristeza mientras caminaba por el largo pasillo. Al llegar a la habitación de Mateo, se detuvo un momento para observarlo en silencio por la puerta entreabierta. Sentado en el borde de la cama con el uniforme a medio sacar, miraba absorto por la ventana.
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