Sueño contigo, una pala y cloroformo. Patricia Castro
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Júlia me lo contaba todo. Como cuando la secretaria de Javier Bertrán, senador del partido en el que militaba Júlia, un chulo prepotente versión charnega, le arreglaba las citas con sus ligues para que su mujer no se enterara. Alguna vez Júlia también había hablado con su secretaria para ir a un hotel un domingo por la tarde para follar con aquel anormal, mientras su mujer creía que estaba concediendo entrevistas. El mamonazo utilizaba su cargo para tirarse a todas las chavalas de las juventudes del partido. La estrella indepe al que todas las nenas iban detrás ¿Esperabais que un tío rechazaría aquello? Aún no nos tienen el suficiente miedo.
Tiempo después vino otro imbécil, un pijo que iba de hippie, director de una productora de documentales que denunciaban la corrupción del país, lo único que hacía con algo de decencia y estilo. Salva Otero era un cincuentón con esposa e hijos que mantenía una relación abierta con su mujer para conocer a gente, como todos los aliados de la izquierda feminista. La expresión más prostituida en estos tiempos es conocer gente, ya sabéis, porque son unos moralistas que te dicen que está mal que tú tengas moral, pero luego no tienen el valor de decir claramente lo que hay en su subconsciente:
—Cariño, me quiero follar a otras porque te estás haciendo vieja, te cuelgan las tetas y tu coño ya no es lo que era; además, me la chupas porque esperas que luego te coma el coño y prefiero a las chavalas de veinticinco años que me hacen caso en Twitter porque creen que soy Dios con mi productora pijo-progre. Espero que tú también encuentres a chavales de veinticinco años dispuestos a comerte tu coño seco. Te quiero cielo, esta tarde vas tú a recoger a los críos al basket porque yo he quedado con una chavala para tirármela y decirle que no sea tan posesiva, que la monogamia y los celos son muy patriarcales, que es mejor que seamos amigos pero que no se moleste en llamarme porque estaré muy ocupado pasándome por la piedra a otras; somos amigos en la distancia, cuanta más mejor.
La red de curas es lo que tiene, que puedes ser un auténtico capullo y cumplir con tu código ético, que viene siendo el mismo que usa la Iglesia Católica para tapar los casos de pederastia.
Júlia jode al resto, me jode a mí y se tortura sin sacar nada, solo el momento de placer al infligir tanto dolor, pero eso no le da felicidad, solo un pico de adrenalina como quien se mete un chute.
Al día siguiente, tal como habíamos quedado, me planté en su barrio. Era casi mediodía y chispeaba; la lluvia fue una constante en nuestras citas, el perfecto telón de fondo dramático para toda nuestra película. Estaba esperándola en la salida del metro de Entença justo al lado de la cárcel Modelo. Había venido corriendo desde la universidad hasta allí para verla. Solo recuerdo ponerme a temblar sin poder controlar los nervios. Preocupada porque no venía, cogí el móvil para ver si me había dicho algo. Ni un mensaje suyo.
Alexandra
On ets?
Le escribí pensando que ya se había echado atrás y no quería verme.
Pasaron otros cinco minutos. Júlia seguía sin dar señales de vida. Sentí como alguien me abrazaba por detrás.
—Hola, preciosa.
El corazón se disparó y las bragas se empaparon. Era ella.
—¿Cómo estás?
Antes de que tuviera tiempo para pensar en si le daba dos besos o uno, o qué coño iba a hacer porque nunca había estado en una situación así, me dio un beso en la mejilla. Muy cerca de la boca.
—Perdona que hagi trigat, plovia i estava buscant el paraigua, nena.
—No te rayes, de verdad.
—Espera.
—¿Qué pasa?
—T’he deixat la marca de pintallavis a la cara.
Júlia sacó un pañuelo del bolso.
—No, no quiero que me lo quites, que así me gusta más.
—Mira, Alexandra, no pots ser més idiota.
—Ja ho saps…
—M’encanta que siguis la meva idiota, pero cari, déjame quitarte eso, por favor.
—Qué pesada que eres, me lo voy a quedar de recuerdo.
Se acercó hacia mí y me lo quitó como pudo, con los dedos. Seguíamos allí, en el parque, hablando. En su barrio, cerca de su casa. Era como estar en un sueño. Aún mejor, aquello era real.
—Vamos a meternos en algún sitio que va a llover.
—Aquí al costat hi ha una cafeteria, esmorzem si vols.
—Ya voy por el tercer café del día pero me parece guay.
Cruzamos la calle y entramos en la primera cafetería que nos encontramos. Nos acercamos a la barra.
––Hola. Alexandra tu què vols? Cafè amb llet? Vale, doncs ens poses dos cafès amb llet. En tens de soja? Si? Genial, el meu amb soja. Et queden aquells croissants de xocolata negra de l’altre dia? Bé, posa-me’n un, tu en vols? No? Doncs només un.
—Te quiero volver a pedir perdón por el mensaje a las tantas del otro día. No sé qué narices me pasó.
—No hi ha res a explicar.
—En serio Júlia, no era yo.
—No eres tu? Doncs a mi em va encantar aquella noia.
—¿La borracha a las cinco de la mañana diciéndote que te aproveches de ella?
—Ho vas repetir varies vegades. A més, gairebé no se t’entenia. Tia, anaves molt taja, eh?
—Muchísimo.
—Em va agradar tant, em vas posar tan feliç quan ho vaig escoltar.
—Soy una pringada…
—Ja m’agradaria ser així de pringada, ets moníssima. Encara segueixo sense saber què coi veus en mi…
Cogí una servilleta de papel y me puse a romperla en pedacitos. Estaba nerviosa y necesitaba tener las manos ocupadas. Júlia no paraba de mirarme con sus ojazos azules. Aquel día brillaban de una forma especial. Rezumaban miel. O eso quise pensar yo.
—No sé qué me has hecho. Eres una bruja.
—Aquí teniu, els cafès. El de soja per tu i el croissant de xocolata.
—Gràcies.
Júlia echó el azúcar en el café y empezó a darle vueltas. Yo aproveché para darle un sorbo, tenía la boca seca.
—Ayer me costó dormirme, tenía tantas ganas de verte.