Sueño contigo, una pala y cloroformo. Patricia Castro
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—Oye, ¿no llegaremos tarde?
—Tranquila, Alexandra, sin Ana no pueden empezar.
Nos bebimos el culo de birra que quedaba y nos largamos hacia el local donde la amiga de Sara daba la charla. Era el centro cívico de Fort Pienc, cerca de Arc de Triomf. Lo organizaba una de esas agrupaciones feministas en las que todas se habían liado con todas, hacían talleres sobre como coserte tu propia ropa, en vez de patatas te vendían tabulé para comer y sus otros comistrajes veganos. Total, que llegamos al sitio. Me fui directa a buscar cerveza porque sabía que iba a necesitar más de una.
—Podeu seure a primera fila.
Una chica de la asociación, la Rabia Feminista, nos dijo que nos pusiéramos delante. Éramos las estrellas del lugar.
—Bueno, creo que ya puedo ir empezando. Berta, pásame el portátil, cariño.
—Hostia, Sara, el otro día conocí a una tía de tu asociación feminista.
—¿De dónde?
—De aquí, de Barcelona, sale en la prensa y eso. Colabora en mi revista.
—No sabes lo mal que me caen esos señoros, tía. Además, es que sueltan unas cuñadeces, no entiendo cómo les aguantas.
—Ya, son unos gilipollas. Lo que te decía, esta tía a lo mejor te suena, se llama Júlia.
—Una que tiene los ojos azules y el pelo rubio, ¿no? Sé quién dices.
—Pues eso.
—Está en el grupo LGTBI conmigo.
—Ah, coño, ¿os conocéis mucho?
—Perdoneu, aquesta cadira és vostra?
Un chaval se acercó pidiéndonos la silla. Miré hacia atrás. El local estaba hasta los topes. Había un huevo de gente de pie y no se veía el final de la cola de los que estaban esperando en la calle. Desde que la Despentes se había vuelto una superventas las charlas de feminismo eran el nuevo rock y el poliamor ya era el mainstream del amor. Miré el móvil a ver quién me había hablado y cuántas menciones nuevas tenía en Twitter. Júlia no daba señales de vida aquella tarde. Mi madre me decía, como siempre, que no llegase tarde y mi novio hacía acto de presencia con su típico mensaje de que me quería mucho. Al resto ni me molesté en leerlos.
Me levanté a pillar una birra antes de que la otra petarda comenzase con su historia de por qué todas teníamos que dejar a nuestros novios y ser bolleras o, en su defecto, follar compulsivamente con todo aquel o aquella que se nos abriese de piernas. No soy de esas tías que quiere volver a meter a las mujeres en casa y está convencidísima que los tíos son unos pobrecitos, que están torturados por el matriarcado y por las locas feminazis de las denuncias falsas. No es eso, joder. Solo os digo que me la pela bastante con quien folles. A mí me encanta hacerlo, pero igual que me pongo el puto disco de In Utero y me lo rayo durante días sin parar también hay veces que me mola desconectar incluso de Nirvana y descansar. Está genial que nos digan a las tías que follemos y que les jodan a nuestras parejas pero, yo qué sé, luego la angustia vital sigue ahí. Sintiéndonos vacías por un sistema inhumano que trata a la gente como si fueran cosas y lo único que tiene valor son los putos objetos. Todo va como una mierda y parece que todos estamos más preocupados echándonos la culpa y pensando en cómo pillar el mayor número de ETS posibles que en cambiar el mundo.
—Alexandra, mira, esta es Nat.
—Hola, Nat.
—Com va, Alexandra?
—Alexandra tiene una revista donde habla de feminismo y hace cosas en Internet.
—Coi, nena, estàs ben posada, eh?
—Bueno, se hace lo que se puede.
—Nat y su novia Erra tienen un grupo de música, tocan después de la charla de Ana.
—¿Y qué música hacéis?
—Tienen una que se llama Ciudad hetero que te va a gustar.
—Bueno, Erra toca la guitarra i jo canto el que escrivim juntes, poc més. Però ens ho passem de conya.
—Eso es lo importante.
Entonces empezó la charla de Ana:
—¿En catalán o en castellano? Os da igual, ¿no? Bueno, primero, gracias a todas y todos por venir a pasar una tarde de viernes deconstruyéndonos un poquito más, que de eso se trata, de ir aprendiendo poco a poco. Como lo personal forja lo político yo os quiero contar mi camino hasta el poliamor. Tuve una relación de mierda, que duró diez años, en la que sufrí malos tratos y en varias ocasiones él abusó de mí. Tenía un curro asqueroso y dependía económicamente de él; al final entré en varios círculos de activismo feminista que me hicieron ver que las relaciones no tenían que ser de control y el amor era algo muy diferente de la obsesión. Luego estuve metida en temas de BDSM y porno, ahí conocí a Amarna Miller, os recomiendo que busquéis cosas de esta chica porque es una activista feminista muy potente pro sex y, bueno, ese año acabé abriendo el blog y compartiendo mis experiencias. El poliamor que yo os explico se basa en la anarquía relacional, en tratar igual a un amigo y darle el mismo cariño que a una de vuestras parejas, es justo lo que sale en esta imagen. Lo que os he dicho, no somos la mitad de nadie, ya estamos completas, los celos son malos y la monogamia no es lo normal aunque nos lo hagan creer. Yo ahora mismo estoy en una relación donde los cuidados son lo más importante, más allá de quienes nos follemos o si mantenemos otras relaciones sexoafectivas con compañeros. Lo que he aprendido con el paso de los años y los golpes que te da la vida es que como feminista es muy importante una red de curas para poder hacer frente al resto de cosas y poder compartir nuestras experiencias…
Aquel tostón no parecía acabarse nunca. Volví a coger el móvil. Busqué en el WhatsApp la conversación con Júlia y, envalentonada por las birras que llevaba, hice una foto de la charla y se la mandé.
Alexandra
Estic pensant en tu
Ese día fue el inicio del psicodrama de verdad. Supongo que no creeréis que nada de lo que viene sea cierto pero la cosa salió así. Ojalá tuviera tanta capacidad de imaginación y esa putazorra no me hubiese roto el corazón de la manera que lo hizo y ha hecho otra vez más. Iba a bloquear el móvil cuando vi que ella estaba escribiendo.
Júlia
I en què penses?
Dejé el móvil un segundo. No tenía ni idea de qué hacer. Ya me dirás tú qué se hace en esas situaciones. El corazón y el coño me palpitaban a la vez. Estaba excitadísima. Intenté ponerme lo más recta posible en aquella incomodísima silla de plástico. Había perdido la cuenta de las cervezas que llevaba.
Alexandra
Me gustaría que estuvieras aquí
Volví a bloquear el móvil. ¿Qué coño estaba haciendo? Cuando lo abrí de nuevo Júlia ya había respondido.
Júlia
A mi també m’agradaria