Sueño contigo, una pala y cloroformo. Patricia Castro

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Sueño contigo, una pala y cloroformo - Patricia Castro Apostroph Narrativa

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en plan mira guapa soy la jefa y quiero que te quedes, gózalo, bajamos a tomar un café al bar de enfrente con los dos putos Joseps. Hice lo imposible para quitármelos de encima pero ninguno se dio por aludido.

      Si eres mujer ya sabrás que los tíos nunca captan que la cosa vaya con ellos y si lo pillan se ponen dramáticos buscando casito. Por lo general siempre van jodiendo y a mí me aburre la gente que está en este mundo para joder. Total, que bajamos a aquel bar cutre y tomamos una mierda de café.

      —Amb llet de soja, si us plau— añadió Júlia.

      Toda su amabilidad siempre se redujo a pedir que le sirvieran el café con ese tipo de leche y, por lo demás, no se preocupaba por las formas a no ser que quisiera sacar algo de ti, entonces te daba amor hasta sacarte los ojos. La putada es que aprendí todo esto cuando el daño ya estaba hecho y mi corazón era como Yugoslavia en los 90.

      —Ara marxaré i quan arribi a casa posaré una rentadora.

      La tía me podría haber hablado de miles de cosas, de lo guapa que era, de lo mucho que me quería comer la boca o del último amante que se había follado pero no, la cabrona era sosa hasta para sacar temas de conversación.

      Cielo, siento que te estés enterando por este libro que eres una aburrida de mierda y que lo que hablas no le interesa a nadie porque duermes hasta las putas piedras. Yo era tan gilipollas —lo sigo siendo, no os hagáis ilusiones— que hasta su mediocridad me parecía bonita. Me atraía. Alimentaba aquella fiera.

      —Yo he quedado con una amiga que acaba de llegar de Londres.

      —Ostres, viu allà?

      —Sí, estudia un máster de noséqué de microbiología.

      La verdad es que mi colega siempre me contaba de qué iba su máster pero nunca lo recordaba. Tampoco debía importarme tanto, como la estúpida conversación que manteníamos mientras los otros dos tíos miraban el móvil.

      —A veure si em va bé el màster, és massa feina i em crema bastant, cuca.

      No tenía putas ganas de preguntarle qué coño estaba estudiando pero como era gilipollas y en un futuro próximo quería acabar comiéndole el coño —y, mejor aún, que ella me lo comiese a mí— caí.

      —¿Y el máster ese de qué va?

      —Bueno, es sobre sociología aplicada al periodismo.

      —Ah.

      —Después quiero hacer un doctorado y dar clases en la uni, y esas cosas.

      —Claro.

      El café sabía como una putamierda y como tenía la maldita manía de no echarle azúcar aquello era agua sucia imbebible. Seguí escuchando a esa petarda mientras me perdía en sus ojos.

      Joder, qué ojos tan preciosos tenías, puta.

      —Así que, no sé, si acabo el máster con buena nota haré el doctorado y también, por si acaso, el máster de profesorado, así puedo ir dando clases en los institutos mientras termino la tesis. Y también está lo de la política, me van saliendo cosas. M’ho he de gestionar tot una mica.

      Gestionar. Esa era su palabra favorita junto con otras cuatro más que no adelantaré para no caer en espoilers. A medida que escribo se me van pasando las ganas de matarla. No sé si es porque no se merece tanto esfuerzo o porque la sigo queriendo como una idiota. Cada vez que dejo de escribir me pongo a llorar como una niña pequeña porque no me quiere.

      A veces me gustaría parecerme a John Wayne en El hombre tranquilo, esa peli de John Ford en la que hace de boxeador que vuelve a su pueblo y va de tipo duro enamorando a una tía en la que se ha fijado. Pero no, yo era una romántica de mierda que perdía el culo por la primera persona que me daba algo de cariño. Esto viene de lejos pero ahora no me apetece hablar de mis jodidos traumas.

      Lo suyo era gestionar. Gestionaba los amantes, el amor y cualquier tipo de afecto, los polvos con su novio y supongo que las interacciones conmigo. También esas miradas que me echaba i que hacían que se me mojasen las bragas. Júlia tenía complejo de administrativa que no se esforzaba demasiado porque le bastaba con un sueldo fijo y en la empresa no podían pasar sin ella, no por ser una gran trabajadora sino porque nadie más sabía qué narices había que hacer. Eso era Júlia, una funcionaria del amor.

      Cuando salimos de allí la acompañé hasta el autobús. El otro Josep no dejaba de incordiar contándonos a qué escritor pseudo intelectual progre, machista y pollavieja iba a entrevistar aquella mañana.

      Ahora me siento gilipollas por el tiempo que perdí fingiendo que todo lo que decía aquella gente me importaba. Al final el tío se calló, puede que se diera cuenta de que ninguna de las dos le hacíamos caso, y se marchó. Seguí a Júlia como una idiota hasta que llegamos a la parada. Recuerdo apoyarme en el muro del edificio que teníamos detrás y quedarme embobada mientras ella hablaba, hablaba y hablaba y yo no me enteraba de nada. Me miraba con sus ojos azules impenetrables y yo ya no pude escapar. Entonces no comprendía que hubiera vida más allá de Júlia. La cosa es que la hay, aunque es una jodida mierda. No os quiero mentir. Justo antes de subir al autobús tomó mi cara entre sus manos y me dio dos besos muy cerca, demasiado, de la boca. Me quedé allí quieta, confundida como nunca en la vida y con el puto corazón a punto de salir del pecho.

      Esa fue la primera vez que vi a Júlia.

      Mi vida nunca volvió a ser la misma. Miré la hora en el móvil para ver si llegaba a tiempo al centro. No tenía ni idea de cuánto había pasado allí, totalmente ausente del mundo, absorbida por ella. Aceleré el paso, me puse los auriculares y seguí con la canción de Nirvana que había pausado cuando había llegado a la redacción.

      What else could I say?

      Everyone is gay 1

      No le faltaba razón a Kurt Cobain. Cogí el móvil. Tenía un montón de mensajes pendientes: mi madre, los buenos días de mi novio, sí, aquel ser que me trataba como un mueble, —¿o yo a él? Bueno, qué más da— mis amigas histéricas y los locos de Twitter.

      Llegué a la plaza Catalunya y mi amiga Inés ya me esperaba. Nos saludamos sin mucha efusividad, siempre me ha dado pereza la gente que se besa y se abraza como si llegaran del exilio. Inés empezó a contarme sus movidas pero tardé muy poco en monopolizar la conversación y hablarle de Júlia. Lo hice de forma inconsciente. Sabía que le estaba rayando con esta tía que no conocía pero como las dos son feministas tampoco parecía molestarle.

      Subimos hasta Gràcia. Inés quería ir a uno de esos restaurantes veganos que habían colonizado el barrio, lleno de modernos, culturetas y hipsters pasados de moda. Me encanta la psicología de masas pero nunca entenderé qué coño lleva a la gente a dejarse la misma barba, comprarse las mismas camisetas y hacerse los mismos tatuajes, por no hablar de los gustos musicales de todos aquellos personajes, con las putas canciones de rap catalán, con sus estribillos de mierda y en las que todos tenían que meter trompetas cada treinta segundos —de lo contrario no eran lo suficientemente combativos, supongo—. Peor aún, imitaban los gustos del lumpen que había en mis barrios, zonas de mala muerte del antiguo cinturón industrial de Barcelona en proceso de lepenización, más cerca del fascismo que de la conciencia de clase.

      A esos pijoprogres les gustaba la mierda y encima se regodeaban. No soy mejor que ellos, leo a Simone de Beauvoir mientras voy al McDonald’s a

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