El Protocolo. Robert Villesdin

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El Protocolo - Robert Villesdin Apostroph Narrativa

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estuviera casado y que no se le conociese pareja estable hacía crecer innumerables chismes sobre sus inclinaciones sexuales y las opiniones de gimnasio que vertían sobre él sus escasas y ocasionales novias no ayudaban, precisamente, a sofocar estos rumores. De hecho, tenía una personalidad atormentada que, los que le conocían, atribuían a toda una vida sometido a las arbitrariedades y vejaciones de su hermano.

      Su gran oportunidad para volar con alas propias se produjo cuando consiguió que, a pesar de la oposición de GR, su padre le permitiera gestionar la sociedad patrimonial de la familia, cuya principal actividad era la promoción y arrendamiento de inmuebles. A pesar de su inexperiencia, y probablemente gracias a ella y al exuberante crecimiento del mercado inmobiliario en los últimos años, Ton realizó varias operaciones ventajosas de compra de inmuebles, que le ayudaron a reconciliarse con sí mismo, con sus padres y con el resto del mundo, a excepción, claro está, de su hermano GR. Al igual que muchas otras empresas familiares, el Family Office había conseguido desviar una parte importante de los fondos generados por las empresas del grupo a inversiones inmobiliarias.

      La iniciativa partió del propio Ton en una reunión que había tenido lugar hacía poco más de un año. El Consejo de Administración era el máximo órgano rector de las empresas del grupo y el que tomaba todas las decisiones estratégicas sobre los negocios. Además de los miembros de la familia, contaba con tres consejeros externos cuya misión era aportar su experiencia en otras compañías y ofrecer un punto de vista independiente en la toma de decisiones.

      —Papá, creo que nos equivocamos invirtiendo todos nuestros esfuerzos en las actividades de reciclaje —introdujo cautamente Ton.

      —Es lo que siempre hemos hecho —, contestó Sam. ¡Y no nos ha ido tan mal!

      —Sí, papá —prosiguió el hijo menor—, pero nos pegamos un hartón de trabajar para acabar ganando un miserable tres por ciento sobre las ventas.

      —¿Te parece poco? —puntualizó el padre.

      —Yo no digo que sea poco, pero una vez pagados los impuestos y hechas las inversiones necesarias para mantener la actividad, no queda casi nada para repartir.

      Este tipo de conversaciones desagradaban profundamente a Sam y, todavía más, a Susy, su mujer, puesto que suponían aventurarse en aguas, para ellos, poco conocidas. Su edad y su limitada y poco exitosa experiencia en actividades diferentes al reciclaje no les hacía partidarios de nuevas peripecias.

      —Sí, pero hacemos lo que nos gusta y trabajamos en lo que entendemos. ¡Todo el mundo lo reconoce! Incluso el presidente de la Cámara de Comercio lo admitió hace pocos días cuando en público me comentó: «Sam, no sé qué sería del país sin empresarios como tú».

      —¿Esto fue antes o después de que le entregaras el cheque para su campaña de reelección? —incidió Ton con descortesía—. En cualquier caso, mientras hacemos lo que sabemos, la gente se está forrando en el sector inmobiliario.

      —Y ¿quién es «la gente»? —preguntó Susy, que había permanecido callada hasta ese momento.

      —Bueno... por ejemplo... todos los padres de mis amigos del club de golf hace tiempo que han montado una Real Estate Division.

      —Y ¿qué coño quiere decir esto? —replicó Sam, que ya empezaba a estar harto de esa película.

      —Quiere decir que ya hace más de una década que han creado una división independiente para invertir en negocios inmobiliarios. Mira, la familia Mompou compró un terreno hace seis meses y lo ha revendido hace pocos días por más del doble; y no es la primera operación de este tipo que realizan este año.

      Susy aprovechó la pausa para mirar con cariño a Sam, sabiendo lo mal que debía de estar pasándolo y lo desubicado que se sentía en estas ocasiones, cuando se trataban temas que se salían de las fronteras de sus conocimientos y experiencia.

      —Ya, pero nosotros no entendemos de esto; en el caso de que nos metiéramos en estas aventuras, ¿quién gestionaría la nueva actividad? —intervino uno de los consejeros externos.

      El señor Aguirre —apodado «Botines» por los hijos de Sam— era amigo de este último y el consejero independiente más antiguo. Tenía en común con Sam el haber convertido un modesto negocio familiar de fabricación de zapatos en una reputada marca a nivel mundial. El crecimiento de su negocio se inició cuando, gracias a sus contactos —había sido legionario en una época en que esa circunstancia era sumamente apreciada por la clase política— había conseguido un suculento contrato para el suministro de botas al ejército. Tenía la misma edad de Sam, hecho que, sumado a su aureola de empresario de éxito, le proporcionaba cierta ascendencia sobre él. Su trayectoria le había otorgado fama de prudente, lo que, unido a su edad y a su espíritu conservador, constituía una garantía a prueba de bomba ante cualquier propuesta de cambio o innovación. El éxito de su empresa de zapatos se basaba en tres principios elementales —según él, ni la suerte ni las influencias habían tenido nada que ver— que aplicaba indiscriminadamente a cualquier situación: levantarse temprano, trabajar duro y ser constante. Con estos antecedentes no es de extrañar que contara con el apoyo total de Sam y, lo que era incluso más importante, el de Susy y, en consecuencia, con el total desprecio por parte de los hijos de ambos, los cuales estaban completamente seguros de que el descendiente de «Botines»—verdadero artífice de la expansión internacional de su empresa— les había endilgado a su padre para quitárselo de encima y poder actuar con menos cortapisas en la zapatería.

      «Botines» era obeso, tenía el pelo completamente blanco, llevaba gafas, que no conseguían corregir completamente su miopía, y tenía cierta tendencia a dormirse en las reuniones, sobre todo, si se celebraban después de comer.

      —Yo puedo hacerlo—contestó Ton con celeridad ensayada.

      —¿Tú? —saltó inmediatamente GR—. ¡Si no sabes hacer nada!

      —Al menos yo no he perdido dinero en ningún negocio, como te está ocurriendo a ti con el equipo de fútbol. Yo puedo hacerlo muy bien y, además, ya tengo algunas ideas sobre posibles inversiones.

      —Pero si todavía no tienes experiencia —se lamentó Sam.

      —Tengo muchos contactos que sí la tienen. ¡El mercado está lleno de oportunidades que estamos desaprovechando!

      De esta forma fue como el Consejo tomó, finalmente, la decisión de desviar algunos millones de euros de la actividad de reciclaje al, potencialmente más lucrativo, negocio inmobiliario. También se acordó —con la renuencia de «Botines» y de GR, quien no soportaba que su hermano pudiera destacar en ninguna actividad, y menos si él no la controlaba— que fuera Ton quien la dirigiera, si bien bajo la supervisión del Consejo.

      —Y ¿quiénes serán los administradores de la compañía? —espetó Modesto para adelantarse a lo que se temía que iba a ocurrir.

      —Evidentemente, yo seré el administrador único —se ofreció inmediatamente Ton, haciendo que se cumplieran los peores presagios del abogado.

      —¡Y una mierda! —saltó inmediatamente GR

      —Esa no es manera de hablar —intervino Susy, que normalmente se mantenía callada durante las sesiones del Consejo.

      —Rectifico... ¡Y un pepino! —continuó GR con cierta sorna—. Esto sería como entregar el mando de un avión a un ciego.

      —Ya salió el todopoderoso; me gustaría saber por qué tú puedes arruinarnos como

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