El Protocolo. Robert Villesdin
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En resumen, era de aquellas personas que, con su sola y encantadora presencia y sin ella proponérselo, podía fastidiar tus planes; y encima tenías que aparentar que estabas encantado. A pesar de tener todo lo que quería, un psicólogo hubiera concluido que la parte perversa de su comportamiento se debía a un sentimiento de permanente insatisfacción provocado por el déficit de atención y cariño que había acumulado durante los años de internado. Y más tarde, como consecuencia de haber sido tratada por todos como una niña tonta y mal criada cuya única oportunidad, evidentemente desaprovechada, era conseguir un buen matrimonio.
Por todo ello, Lucy era vista por todos como una chica acostumbrada a satisfacer todos sus antojos por costosos que fueran, incluyendo su matrimonio con un hindú de Kerala que había conocido durante un stage en la India —que debía durar un mes y se extendió casi un año—, y con el que, posteriormente, convivió durante otro período similar en Nueva York, con el objetivo de aprender inglés y, de pasada, conocer gente y mundo.
A las pocas semanas de regresar a casa procedente de Nueva York, ya lucía un espectacular embarazo que mostraba con gran satisfacción y poco decoro, máxime cuando todos sus conocidos estaban escandalizados con el hecho de que la niña de Sam estuviera embarazada de un extranjero del que nadie tenía referencias y que, además, ¡era indio!
La convivencia conyugal finalizó a los pocos meses de resolverse el embarazo, cuando el marido de Lucy propuso que ambos se marcharan a la India, donde él había encontrado un empleo de broker en un banco estatal de Mumbai.
—Papá, estamos pensando en irnos a vivir a la India.
—¿A la India? Pero ¿es que te has vuelto loca?
—No, es que a Adamya —que así se llamaba el hindú— le han ofrecido un empleo en un banco de aquel país.
—Pero si aquello no tiene ni la consideración de país... todo es miseria. ¡No creo que sea un lugar adecuado para mi hija! ¿Para esto te hemos pagado una educación en los mejores colegios de señoritas de Europa?
A Sam, aunque quería muchísimo a su hija, le pasaba algo parecido que al resto de los mortales, es decir, sólo con verla ya sabía que se aproximaban oscuros nubarrones en forma de problemas.
—Papá, no deberías preocuparte tanto. Además, entre lo que ganará Adamya trabajando para el banco y tu asignación mensual, podremos vivir en un buen barrio con todas las comodidades y la máxima seguridad. ¡Y te ahorrarás mucho dinero cerrando la tienda!
—¡Ni pensarlo! Mi asignación no va a transferirse fuera de nuestro querido país y menos para ser cambiada por rupias o vete a saber qué otra especie de moneda. Ya me he acostumbrado a que parezca que mi nieto se pasa todo el año en la playa tomando el sol, pero que viva tan lejos y sin ninguna garantía respecto a su educación no puedo aceptarlo. Además, Susy se moriría de tristeza sin tenerlo cerca de ella. Y la culpa es tuya porque la has mal acostumbrado dejándole ejercer el papel de madre mientras tú y tu marido pendoneabais por todo el mundo de fiesta en fiesta.
Transcurridos varios meses sin que Sam cambiara de opinión, Adamya se marchó a trabajar a su país y Lucy siguió con el mismo estilo de vida, pero sustituyendo a su marido por eventuales acompañantes, eso sí, generalmente menos atezados. Esta falta de recato enojaba profundamente a Sam y era motivo de frecuentes disputas entre ellos.
—Papá, déjame, que soy mayor de edad.
—No deberías comportarte como una fulana. ¡Estás todavía casada!
—Por tu culpa parezco más bien una viuda.
—Pues todavía peor, incluso las leyes romanas imponían un periodo de espera de diez meses para las viudas y divorciadas.
—¡Qué anticuado eres, papá! Me gustaría saber qué hacías tú a mi edad.
Finalmente, Adamya y Lucy acordaron por e-mail tramitar un divorcio exprés de mutuo acuerdo, quedando como único punto pendiente la guarda y custodia del niño, aspecto que causaba gran desasosiego a Susy y un gran cabreo a Sam, el cual citó a su abogado para pedirle ayuda.
—Modesto, necesitaría que me hicieras un favor.
—Lo que tú quieras, Sam.
—La niña, que me ha vuelto a meter en un lío; se está divorciando del indio y resulta que éste anda diciendo que, de acuerdo con las leyes de su país, es el padre quien tiene todos los derechos sobre los hijos.
—¡Vaya complicación! Susy debe estar horrorizada.
—Y que lo digas; por esto te he pedido que vinieras. Tú siempre tuviste buenas relaciones con el indostánico. ¿Crees que podrías acercarte por allí y convencer a ese desgraciado de que ceda la guarda y custodia de mi nieto a su madre?
—No será fácil convencerle; precisamente porque le conozco, sé que te puede costar una fortuna.
—Lo sé y no me importa. Solo puedo confiar en ti; intenta que sea lo menos posible, pero, en cualquier caso, lo que tú decidas me parecerá bien.
El primer encuentro de Modesto con Lucy fuera de la empresa fue en una comida entre amigos, a la cual también asistió GR. En estos momentos este estaba saliendo de su tercer divorcio y le pidió a su hermana, ya definitivamente divorciada y con la guarda y custodia de su hijo, que le acompañara. A pesar de que Modesto acudió con una amiga que, utilizando términos propios del léxico laboral, podría calificarse de «fija-discontinua», cuando vio aparecer a Lucy en el restaurante, rubia, delgada, con un vestido negro, corto y con un escote que, sin ser exagerado, dejaba ver parcialmente sus senos, realzados por un sostén también negro y con un ribete rojo, se sintió como un debutante de dieciséis años que asiste a su primer baile.
Tal fue su desazón inicial que, cuando GR se la presentó formalmente, solamente pudo balbucir un ininteligible y poco adecuado «¿cómo estás?», que, a la vista de su azoramiento, Lucy se limitó a contestar con cierto regocijo con un «estupendamente», que por su espontaneidad y veracidad pareció redundante. Hay que decir que la poca desenvoltura y excesiva timidez de Modesto le hacían bastante incompetente para las relaciones sociales, y más cuando se trataba de féminas que, además, eran ricas herederas.
Ante esa situación, GR, con sus reflejos habituales, instruyó a su hermana para que se sentara al lado de su asesor, mientras él tomaba posiciones en el lado contrario, es decir, enfrente de la que, hasta este momento, era la acompañante de Modesto y que respondía al nombre de Rocío.
La comida fue divertida, ya que estuvo sazonada con ingredientes picantes para todos los gustos. Lucy era un portento y supo mantener un ambiente electrizante durante toda la cena, tratando temas banales y divertidos, pero siempre con aquella pizca de sensualidad innata, no solo en lo que decía sino en cómo lo decía o lo hacía, consiguiendo mantener completamente hechizado a Modesto durante toda la velada. Si ella hubiera aprendido del hindú a tocar la flauta, este hubiera bailado toda la noche como si fuera una serpiente de cascabel. Estaba tan concentrado en ella que ni se dio cuenta de que, mientras él se mantenía en este estado de obnubilación reptiliana, GR estaba, descaradamente, poniendo el pie descalzo en medio de la entrepierna de Rocío, con gran deleite por parte de esta.
Cuando