Un diccionario sin palabras. Jesús Ramírez-Bermúdez

Чтение книги онлайн.

Читать онлайн книгу Un diccionario sin palabras - Jesús Ramírez-Bermúdez страница 4

Un diccionario sin palabras - Jesús Ramírez-Bermúdez

Скачать книгу

y será siempre su mujer, y en un futuro próximo, la madre de sus niños, y que no le importa en lo más mínimo el hecho de que ahora se encuentra discapacitada. La forma del cráneo es asimétrica; la subestimada superficie curva y predecible del cráneo ha tomado un aspecto frágil y mórbido en el lado derecho, por encima del pabellón auricular, porque fue necesario retirar el hueso para realizar la neurocirugía. Entre la piel y la masa encefálica no existe la dura protección de calcio que da, por cierto, un magnífico recurso estético a la cabeza; sin esta protección, la piel describe un camino irregular de crestas y hundimientos. Si esto tiene un impacto emocional para Oswaldo, no lo revela: se muestra seguro de mantener su instinto romántico y protector a través del horizonte incierto de la fortuna.

      –Ya puede hacer muchas cosas, doctor –me comenta, como si escuchara mis pensamientos y tratara de darme ánimos–. Se arregla sola, se baña sola, puede comer sola.

      –Bueno, necesita un poquito de ayuda a veces, ¿no? –interviene la señora María José.

      –Sí, claro, pero acuérdese cómo estaba al principio. Era algo bárbaro, doctor. Llegó a la casa en silla de ruedas, con un tubo conectado al abdomen, para alimentarla –el joven me muestra el sitio donde estuvo la sonda de gastrostomía; la chica ríe mecánicamente y retira su cuerpo: el movimiento es rápido y gracioso–. ¡Ya tiene cosquillas, doctor! Al principio estaba durmiendo todo el día.

      Ahora Oswaldo adopta una postura seria, junto a su novia. Mete sus manos en los bolsillos del saco, las saca rápidamente y hace un gesto fugaz con ellas, las extiende y abre hacia arriba mientras su rostro parece decir: ¿qué hacemos ahora?

      –Mimi miii mii mi mimi mi mi mi. ¿Mi mimimi miii mimimi mii mii mmmi mi? ¡Mimim nim mii nim mii nim mii! ¿Mi ni mimimi mi mi? Mini nimi nimiiiimi miii mi miii nii… ¡Mimimimi mimi mimi mimmm mi mi! Mi mi mi. ¿Mi mimimi miii mimimi mii mii mmmi mi? ¡Mimim nimm mii! ¿Mi ni mimimi mi mi? Mini nimi nimiiiimi miii mi miii nii… ¡Mimimimi mimmm mii! ¿Mi ni mimimi mi mi? –la voz es aguda, pero tiene variaciones de tono y al final de las frases (¿debo llamarles así?) la potencia del sonido se agota y el habla se hace un poco ronca. Esta dimensión de la historia sería capturada con fidelidad mediante el recurso de la audiograbación. Transcribir a un sistema de letras la secuencia de vocalizaciones de Diana es muy difícil para mí, como si fuera una canción sin palabras del siglo XIX. Nunca aprendí la escritura musical y es imposible para mí ahora realizar un transcrito de aquellos ciclos musicales de Jakob Ludwig Felix Mendelssohn conocidos como Canciones sin palabras. Escucho el piano del Libro 1, Opus 19, y comprendo sentimentalmente el discurso, pero mis dedos no encuentran las teclas para traducir la música. No encuentro una equivalencia entre las notas musicales y las letras de mi teclado. ¿No debería redactar esta parte del ensayo un músico? Tal vez necesito ahora un pentagrama y una secuencia de notas, porque hay momentos, al escuchar a Diana, más semejantes a la experiencia de la música que al entendimiento del lenguaje. He tratado, con torpeza, de dar cuenta de estas variaciones rítmicas y melódicas mediante signos de puntuación, de interrogación, de exclamación; con su lenguaje inventado, como le llama la madre, parece transmitir preguntas, afirmaciones, estados de ánimo; hay un ritmo difícil de codificar en su entonación melódica, como los balbuceos y la sílaba tartamuda de los niños en su primer año de vida. Los puntos son seguidos de pausas de duración variable, y luego aparecen segmentos de sonido, casi siempre rápidos, incluso en ráfagas, repeticiones de un patrón donde abusa colosalmente de la m y la i, con modificaciones progresivas, en ocasiones, aunque al final con recaídas a la sílaba magnética. A veces escucho residuos de una memoria de sonidos verbales, pedazos de función lingüística fascinantes, pero francamente incomprensibles.TRES

      –¿Qué más puede hacer? –pregunto en un intento de acabar con mis fantasías para volver a la praxis– ¿Ve la televisión, juega con ustedes algún juego de mesa?

      –Mire, doctor, pasa lo siguiente: cuando finalmente pudo caminar y comer sola se volvió extremadamente rebelde, muy inquieta. Sí se sienta con nosotros a ver la televisión, por ejemplo, pero de pronto se levanta y la apaga o simplemente se encierra en su cuarto; otras veces es peor. Se pone a llorar o se quita la ropa en medio de la sala o trata de pegarnos.

      –Últimamente ha estado muy tranquila, ¿no? –comenta Oswaldo.

      –Sí –continúa la madre–. La medicina le ha caído muy bien. La vemos más tranquila, incluso cariñosa; pero obediente, no. Supongo que no entiende las situaciones bien. ¿Usted cree que puede pensar de forma normal, doctor? Como no puede hablar, me pregunto si puede pensar. ¿Usted qué opina?

      MARZO 2, 2009

      12:35 p.m.

      Hojeo el expediente para revisar la historia clínica, los estudios de laboratorio y de gabinete, las diferentes valoraciones de médicos especialistas. Leo la ficha de identificación:

I. EDAD: 25 años.
II. ESTADO CIVIL: Soltera.
III. RELIGIÓN: Católica.
IV. LUGAR DE NACIMIENTO: México, D.F.
V. OCUPACIÓN: Actualmente ninguna.
VI. ESCOLARIDAD: Administración de empresas.

      La separación de sus padres ocurrió cuando era pequeña. Ha crecido con la señora María José, y recibe apoyo financiero de su padre; él ha realizado los trámites administrativos en el hospital. La situación económica de la familia es desahogada. Diana cursó la educación básica y la universidad en colegios privados. Los últimos tres años vivió en Londres.

      Ahora repaso los detalles de su accidente: en junio del 2008 fue atendida en un hospital de Monterrey donde se registró, antes que nada, una extensa lesión de la piel en la pierna izquierda y una fractura de la clavícula. Pero ese no era el problema principal.

      Una nota firmada aquel día por la Dra. Thalía Moreno, a partir de una imagen tomográfica del cráneo y el cerebro, nos ofrece una imagen sobrecogedora de los efectos que tuvo el impacto físico sobre las estructuras del cráneo: la doctora reportó fracturas en el ala mayor del hueso esfenoides, en el arco cigomático izquierdo, y en el techo del tímpano (en el oído izquierdo), con presencia de burbujas en la fosa temporal adyacente. Los senos paranasales, cavidades ubicadas dentro de los huesos, deberían contener aire pero fueron encontrados llenos de sangre. El aire, por otra parte, se encontraba fuera de su lugar: en la piel y los tejidos blandos de la cara.

      Adentro del cráneo había un sangrado bajo el hueso, en el espacio subdural: los sangrados de esta zona crecen con rapidez, comprimen el cerebro y pueden ocasionar estados de coma y muerte. Diana se encontraba, efectivamente, en estado de coma. El cerebro estaba inflamado y una contusión hemorrágica se apreciaba en el lóbulo temporal izquierdo.

      Se realizó una operación neuroquirúrgica urgente: se retiró el hueso parietal del cráneo y se drenó la sangre; la presión adentro del cráneo disminuyó y Diana siguió viva, pero con deterioro del estado de alerta. Su organismo contrajo entonces una infección provocada por bacterias con nombres siniestros: Acinetobacter, Klebsiella, Estafilococo.

      Tras someterse a procedimientos con nombres contundentes (antibioticoterapia, neuroprotección, neumoprotección, protección antitrombótica), luego de recibir nutrición parenteral avanzada y de ser invadida mediante un tubo de traqueostomía por la boca y la garganta, una sonda Foley por la uretra, y una sonda

Скачать книгу