Un diccionario sin palabras. Jesús Ramírez-Bermúdez
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Tras la recuperación de Diana me impregné de un optimismo ingenuo. A pesar de la gravedad de la lesión cerebral, mi paciente recuperó el lenguaje y su capacidad de trabajo; un improbable espectáculo de solidaridad humana la mantuvo junto a su pareja. La bienaventuranza de Diana me ayudó a enfrentar los casos difíciles del hospital, con un ligero exceso de confianza y una convicción extravagante a los ojos de mis colegas. ¿Se trataba de un sentimiento de fe clínica? Al contemplar mis recuerdos, admito que no era prisionero de una fe religiosa o dependiente de un poder sobrenatural: simplemente defendía una convicción: las adversidades pueden superarse, y puede ser útil la capacidad para captar detalles imprevistos de la circunstancia. Algunos meses después tuve la oportunidad de poner a prueba el significado de mi optimismo, en ese margen estrecho que separa al valor de la imprudencia.
DICIEMBRE, 2009
He recibido una nota del jefe de consulta externa. Me pide atender a una mujer llamada Amanda Sánchez Muñoz, quien gritó palabras incomprensibles a su madre y la derribó en la sala de espera de nuestro hospital. Una enfermera intentó calmarla. Amanda se incorporó rápidamente y la enfrentó con ferocidad. Frente a dos policías de rostro severo, Amanda guardó silencio y se refugió en su asiento, cabizbaja, pero se negó a entrar al consultorio cuando llegó su turno.
–Si no quiere entrar a consulta, no podemos atenderla –explicó la enfermera, pero Amanda permaneció inmóvil, con el rostro desfigurado por la ira. Su madre mostró una carta del Hospital Psiquiátrico Fray Bernardino, según la cual Amanda padece una grave condición neurológica, problemas de comportamiento, y varios intentos de suicidio de alta letalidad. La hoja de referencia dice literalmente que:
La paciente tiene antecedentes de un trastorno por déficit de atención y de un trastorno limítrofe de la personalidad, y cursa actualmente con un trastorno orgánico de la personalidad.
La enfermera explicó el problema al médico que esperaba impaciente en el consultorio once y, a pesar de los (¿mejores?) oficios del joven doctor para convencerla, Amanda se negó a ser atendida. El asunto fue turnado entonces al jefe de la consulta externa, quien redactó la nota dirigida a mi oficina. Ahora la madre de Amanda me espera al otro lado de la puerta.
DICIEMBRE 9, 2009
Viene sola. Prefiere tener esta conversación en privado para comentar problemas de Amanda que me darán una mejor perspectiva del caso: necesita quejarse sin testigos o entrometidos.
–Estela Muñoz, para servirle –se presenta conmigo al entrar a consulta.
Hago lo mismo y paso al problema tan rápido como puedo.
–Me informaron que su hija se comportó muy agresiva en la consulta externa.
–Lo que pasa es que Amanda estaba muy enojada ese día; de hecho ha estado furiosa conmigo durante varias semanas, porque piensa que queremos quitarle a sus hijos.
–El nombre de ella es Amanda Sánchez Muñoz, ¿cierto?
–Así es.
–¿Cuántos hijos tiene?
–Dos niños. Samuel, de seis años, y Bárbara, de cuatro. Precisamente de eso le quiero hablar. Están muy mal los niños, doctor. La niña no quiere comer y Samuel se ha vuelto como su madre, totalmente desordenado, distraído. Nos mandan muchos reportes de la escuela porque se porta mal. Se ha peleado con otros niños, y dicen que él empieza los pleitos. Es un problema tremendo. Le ponen reportes. Lo castigan. Me piden que lo vaya a recoger a las diez de la mañana. La situación es muy complicada, porque lo dejo en la escuela a las ocho, en Valle de Chalco, tomo el autobús para ir a trabajar hasta Iztapalapa, y apenas voy llegando a las diez a trabajar cuando ya me están llamando para regresarme a la escuela. Por muy rápido que vaya tardo dos horas en regresar, y de todos modos pierdo el día de trabajo.
–¿En qué consiste su actividad?
–Le ayudo a una señora que se llama Virginia. Yo lavo la ropa y arreglo su casa. Pero la verdad es que la señora ya se está fastidiando de mí porque a cada rato le pido permiso para salir: tengo que ir por Samuel, la niña ya se enfermó, tengo que traer a mi hija al hospital, hay que atender a los policías que la agarraron en algún escándalo…
–¿Amanda no puede ir por los niños a la escuela?
–¡No, doctor! A veces lo hace, pero tengo que cuidarla porque se mete en mil problemas –la voz de doña Estela es ronca y suave, pero sabe poner énfasis cuando quiere hacerlo–. Se ha peleado con una maestra y con el vigilante de la escuela. La directora del plantel me dijo que van a expulsar a Samuel, porque ahora le enterró sin querer un lápiz a otro niño.
–¿Cómo sucedió eso?
–Mire, doctor, hasta pena me da platicarlo. Pues resulta que Samuel tomó el lápiz y lo puso en el asiento de un compañero, con la punta hacia arriba, mientras lo agarraba con fuerza usando el puño. Cuando el compañero llegó corriendo a sentarse, ¡resulta que se enterró el lápiz hasta adentro del trasero! Imagínese el señor problema que se nos vino encima con la escuela y los papás del otro niño. Ahorita las cosas están muy difíciles para nosotros.
–¿Amanda no cuida a sus hijos?
–¡No, qué los va a estar cuidando! Para nada, doctor. Ella está bien contenta en la calle echando novio con el señor de los camiones, con el del taxi, con los muchachos que van pasando… Se nos ha desaparecido por varios días y los niños se quedan allí en la casa, abandonados. Nos les da de comer.
–Y Amanda, ¿qué dice de todo esto?
–¡No, pues ella no dice nada! Se ríe, se enoja, nos grita, pero no dice nada. Se pelea con los niños por cualquier cosa, especialmente con Samuel. El otro día lo golpeó hasta sacarle sangre de la nariz. Yo he tratado de impedirlo, pero ella me avienta, tiene una fuerza impresionante. Una de mis hijas, que se llama Adela, se metió en el pleito una vez para ayudarme y acabaron a los golpes las dos; entonces Adela se llevó a los niños a su casa durante unos días. Amanda piensa desde entonces que le queremos quitar a los hijos, y por eso trató de suicidarse, ¡dos veces! Mis otras hijas ya están hartas de la situación, dicen que ya la abandonemos, que nada más nos trae problemas.
–En la nota médica del Hospital Psiquiátrico Fray Bernardino dice que Amanda tuvo un accidente en el año 2008, ¿es así?
–Así es.
–Tuvo una lesión muy grave en la cabeza, ¿cierto?
–Muy grave. Tuvieron que operarla del cerebro.
–Y su problema de agresividad, ¿apareció después del accidente?
–¡Qué va! Tal vez empeoró, pero desde antes del accidente era muy agresiva, se le iba a golpes a su esposo. Pero también era muy trabajadora. Se arreglaba el pelo con mucho cuidado y era muy coqueta. Tenía problemas con los hombres porque le decían cosas y sus esposas se la querían agarrar, hasta alguna vez pensé que el accidente era por parte de alguna de ellas. Las malas lenguas dicen que mi hija estaba con su amante en la casa de él cuando llegó la esposa; Amanda tuvo que salir corriendo, se subió a toda velocidad en su motocicleta, y al