Conjunto Vacío. Verónica Gerber Bicecci
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¿Entonces cuándo fue la última vez que la viste?
No sé. ¿Tú?
No sé.
Ya sé.
¿Dónde?
Estábamos en el desayunador.
¿Cuándo?
Tú tenías un plato de cereal.
Eso pudo ser cualquier día.
Mamá(M) venía caminando hacia su silla.
Ah, sí, con una taza llena de café con leche.
En lugar de un sorbo le dio un trago y se quemó.
No, eso fue otro día.
Fue ese mismo día.
¿Fue cuando escupió el café?
Sí, las gotas llegaron hasta el mantel, todavía están ahí.
¿Dijo algo?
Hizo señas. ¿O gritó?
No, ¡la taza se le resbaló de las manos!
¿Era la taza azul?
No, la taza que le regalaron hace un par de años.
Ah, ¿la que dice: STILL PERFECT AFTER 40?
Esa.
¿Dónde la habrán comprado?
No sé. Pero está maldita.
¿La taza?
Sí.
¿Al final sí fuimos a la escuela ese día o no?
Creo que no.
¿Y los restos de la taza?
HOJA DE OBSERVACIÓN III
LOCALIZACIÓN: | Azotea hacia el cielo. |
FECHA: | 1 de octubre de 2003. |
CONTAMINACIÓN LUMÍNICA (1-10): | 7, tarde. |
OBJETO: | Nube. |
CONSTELACIÓN: | Aeroméxico. |
TAMAÑO: | Boeing 747. |
HORA LOCAL: | 18:30. |
DIRECCIÓN: | Desconocida. |
EQUIPO: | Telescopio. |
FILTRO: | No. |
OBSERVACIÓN:
NOTAS:
En algún momento me obsesionaron los aviones. Me parecían el símbolo perfecto de mi historia familiar. Los aviones nos habían separado y, algunas veces, volvían a juntarnos. También son lo más parecido que existe a una máquina del tiempo. Cuando aterrizo en Argentina, donde vive mi Abuela(AB), siempre me parece que estoy en otra época o en una vida anterior, que apenas recuerdo.
Un par de suspicacistas profesionales, según mi Hermano(H) en eso nos habíamos convertido. Nos costaba mucho trabajo creer que los sucesos no tuvieran siempre un lado oscuro, un espacio sombreado que no alcanzábamos a ver y que, aún estando vacío, siempre significaba algo más. La gente suele decir que las cosas no son sólo o blanco o negro; Yo(Y) no estoy segura. El blanco y el negro no son más que problemas de luz, de totalidad y de ausencia de la luz. El negro es oquedad y el blanco plenitud, o al menos eso aprendí en la escuela de arte. No importa, el caso es que las cosas que no podemos ver no se ocultan en las mezclas grisáceas ni en el blanco ni en el negro sino en la delgada línea que separa esas dos totalidades. Un lugar que ni siquiera podemos imaginar, un horizonte de no retorno. Es en los límites donde todo se torna invisible. Hay cosas, estoy segura, que no se pueden contar con palabras. Hay cosas que solamente suceden entre el blanco y el negro y muy pocos pueden verlas. Algo así pasó con Mamá(M): una ilusión óptica, un misterio inexplicable de la materia. Y también con el Tordo(T) aunque, en este caso, reconstruir la secuencia fue relativamente fácil.
Lo último que me dijo fue:
Algo se rompió, no sé exactamente qué, pero ya no podemos seguir juntos.
¿Él no sabía qué se había roto?
Pero Yo(Y) necesitaba descubrirlo.
Así que repasé la secuencia de sucesos una y otra vez, corté minutos de aquí y de allá, y terminé por darme cuenta de lo obvio: siempre estamos haciendo un dibujo que no alcanzamos a ver por completo. Solamente tenemos un lado, una arista de nuestra propia historia, y el resto permanece oculto. No vale la pena contar los detalles del rompimiento, pero el proceso fue más o menos este:
Érase una vez una intersección YT
De pronto, en la intersección YT aparece un vacío
En realidad, el vacío es síntoma de una intersección TE que Y no puede ver
Entonces T se aleja con E y Y se queda con el hueco:
Yo soy Y, Tordo es T y Ella es E.
Conclusión: Yo(Y) era la única que se había roto, y no sé si todavía cargo con el hueco o si me falta un pedazo:
No me gusta definir la personalidad de alguien a través de sus retratos. Muchos lo hacen y es injusto: a nadie le gusta quién es en las fotografías. Pero como no lo conocía, y estaba involucrada con las cosas de su madre, no pude evitarlo. Me pareció que a Alonso(A) lo opacaba el atuendo y la actitud de estrella de cine de Marisa(MX), era como si no le quedara otra que bajar la cabeza o taparse la cara con el pelo.
Me esperaba una larga y solitaria temporada en el viejo búnker. Mi Hermano(H) se mudó con su novia la misma semana que Yo(Y) volví. Le ayudé a llevar algunas cajas con libros y discos, dos maletas de ropa y su almohada. Hicimos un par de viajes caminando, el departamento nuevo quedaba a unas pocas cuadras. En el búnker había muebles repletos de objetos inútiles –y escarcha de polvo como si la fumarola del Popocatépetl hubiera echado ahí toda su ceniza–, pero no quiso llevarse ninguno. Habían pasado siete años y todavía intentábamos mantener el hechizo. Aunque ya no teníamos muy claro en qué consistía exactamente. La primera noche sola volví a escucharla hablando en la sala. La luz de la computadora ya no iluminaba el camino así que me guié con