Conjunto Vacío. Verónica Gerber Bicecci
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En el diálogo interior todas las palabras regresan como boomerangs.
¿Tenía novia? Hecatombe interior. Después de comer, Alonso(A) se levantaba de la silla y me dejaba en la mesa con la promesa de volver, pero tardaba demasiado y Yo(Y) terminaba yéndome a casa. Al principio creí que estaba en el baño, después me di cuenta de que se encerraba a hablar por teléfono. Me armé de valor y le pregunté a Chema cómo se llamaba la novia de Alonso(A). Mayra(MY), con y griega, dijo sonriendo. Sentí feo porque esperaba otra respuesta. Disimulé. Alonso(A) y Yo(Y) nos contábamos muchas cosas pero no me había dicho nada de Mayra(MY).
Esto pensaba:
Pero la realidad es cruda:
Violeta era mi amiga desde la preparatoria. Fue una de las pocas personas con quien crucé palabra en esos meses. Tomaba una clase de oyente en la UNAM que era exactamente sobre el tema de su tesis. También pasaba mucho tiempo estudiando en la Biblioteca Central para su curso intensivo de chino en el CELE. Se le había metido en la cabeza hacer una maestría allá, pero le iba a tomar unos cuatro años aprender el idioma. Me invitó a acompañarla a la biblioteca porque estaba preocupada por mí. No tenía nada mejor que hacer en las tardes así que acepté.
Ella era la que hablaba, Yo(Y) no tenía ganas y, aún así, se las ingeniaba para convertir mi silencio en un rato agradable. No sé cómo me aguantó. A veces su novio también venía con nosotras. Eso era cómodo porque no me sentía culpable por no hablar. Él iba a la Biblioteca de Estéticas, estaba analizando un códice mixteco o zapoteco (nunca lo tuve muy claro) para su tesis de licenciatura. Solían discutir sobre mí. Yo(Y) asentía con la cabeza pero no entendía casi nada; de pronto “mi situación” parecía un pretexto para hablar de otros problemas, que no eran precisamente los míos.
Las primeras visitas a la Biblioteca Central me dediqué a hojear libros, baboseaba por los pasillos, subía y bajaba varias veces todos los pisos con la convicción de que podía encontrarme con algo, aunque no sabía exactamente qué. En realidad me la pasaba imaginando un reencuentro con el Tordo(T), que él venía a buscarme arrepentido; rehacía la escena de cómo él me guiaba hasta algún anaquel escondido y me arrinconaba donde nadie nos viera. No era necesario inventar qué podría estar haciendo él en la Biblioteca Central o cómo se enteraba de que Yo(Y) estaba ahí. Lo importante era la reconciliación. Estas cosas pasan cuando no tienes nada que hacer. Luego empecé a desesperarme. Bueno, en realidad decidí que ese reencuentro (que desde luego nunca sucedió) iba a perder espontaneidad si seguía imaginando cada uno de sus detalles.
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