La primera. Katherine Applegate
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Читать онлайн книгу La primera - Katherine Applegate страница 17
Me quedé despierta un poco más, mientras Tobble respiraba profundamente y Renzo roncaba de vez en cuando. Cuando al fin me quedé dormida soñé que estaba frente a un lago en calma, liso como un espejo. Sentada sobre el lomo de Gambler en la orilla, miré la superficie y vi un reflejo perfecto de mi cara: el pelaje dorado, las orejas que caían a los lados, los ojos inquisitivos.
Se levantó el viento e hizo ondular mi imagen. De pronto, Gambler desapareció, y yo caí al agua helada. Sin aire, busqué la superficie y al asomarme me vi allí, en pie.
Pero no: ¿no era yo, o sí? Era otro dairne.
Un dairne auténtico, sano y salvo.
—Diy alwoo m'rrk reh wyrtanni —susurró.
Dairnés. ¡Cuánto tiempo había pasado sin oír mi lengua materna! Tardé unos momentos en entender las palabras.
“No estás sola.”
Un rincón de mi mente, ese rincón entrenado para hacer savrielle, reaccionó para controlar el sueño. “¿Cómo lo sabes?”, traté de preguntar, pero mi voz salió como un gemido sin palabras.
Repetí las frases para hacer savrielle, tal como me habían enseñado. “Tú eres el sueño y el sueño eres tú”, me dije. “Tú eres el sueño y el sueño eres tú.”
Me aferré a los jirones del sueño que podía recordar. El fondo del lago; la sensación de la arena en mis patas traseras; la sonrisa nostálgica del dairne; el olor dulce y conocido de su pelaje. Era como la neblina de la mañana, como volutas de humo, como los ecos de una canción: estaba todo allí, pero también faltaba.
Desperté temblando. Seguía sintiendo su aliento tibio, viendo la mirada de reconocimiento en sus ojos.
Y seguía oyendo sus palabras.
“No estás sola.”
14
El regreso de un viejo enemigo
A la mañana siguiente desayunamos té cargado, panecillos y lonchas de tocino. Kharu arrancó una de las piedras preciosas más pequeñas de la corona que Tobble seguía llevando en su mochila, y descubrió que era suficiente para pagar la comida, el alojamiento y unas cuantas sábanas limpias.
Nos encaminamos con rumbo al noroeste. La nieve no se había endurecido demasiado, el aire era frío pero refrescante. Cada tanto, consultábamos el panorama con el cerca-lejos para averiguar si ya habíamos pasado el último campamento del ejército.
—Hay una gran muchedumbre más adelante, moviéndose despacio —nos informó Kharu tras revisar el camino que nos esperaba—. Lo siento, Byx.
Comencé a caminar sobre mis cuatro patas para hacerme pasar por perro. Al acercarnos a la multitud percibí algo desagradable: suciedad humana. El olor de un humano limpio es tolerable, aunque no sea especialmente agradable. Pero un humano sucio es difícil de ignorar.
Al avanzar descubrí la razón. Las personas que había más adelante no eran granjeros camino del mercado, ni siquiera soldados trasladándose a un nuevo destacamento. Nos acercábamos a hombres encadenados, encabezados por un humano de gran tamaño montado a caballo. Un corpulento felivet gris cerraba el desfile.
Era una imagen horrible, que revolvía el estómago. Y luego vi algo aún más terrible.
Reconocí a uno de esos humanos sucios y encadenados.
Luca.
Luca, quien había salvado mi vida.
Luca, quien había tratado de acabar con mi vida.
Durante un tiempo, Luca había formado parte de nuestro grupo. Habíamos confiado en él. Era un estudioso y, de hecho, se había dedicado a aprender ampliamente sobre los dairnes.
Sin embargo, Luca era más que un simple erudito.
También era un vástago de la traidora familia Corpli, vieja enemiga del clan de Kharu. Eventualmente, Luca terminó traicionándonos para entregarnos al Murdano, a la espera de obtener sus favores y aprovecharlos para recuperar la fortuna de su familia.
Pero nosotros habíamos burlado a Luca, y también al Murdano.
Miré a Kharu para ver si ella habría reconocido a nuestro antiguo enemigo, cosa que había sucedido.
El pelo de Luca estaba sucio y apelmazado. Sus ropas a la moda habían sido reemplazadas por una especie de camisón de lona. A través de sus destrozadas botas podían verse sus pies.
Alcanzamos el extremo de la fila de diez o doce hombres encadenados. El felivet gris se volvió y nos gritó una advertencia, pero no hizo nada para detenernos cuando pasamos, y cuando vio a Gambler se hizo a un lado tratando de pasar inadvertido.
Cuando avanzamos, Luca ni siquiera nos percibió sino que permaneció con la cabeza baja, la vista fija en el siguiente paso vacilante y agotador.
Proseguimos. En el rostro de Kharu se pintó una expresión de descontento e incertidumbre. Tras unos cien pasos, se detuvo.
—Byx —dijo—, yo...
Asentí.
—Si estás preguntando lo que creo —dije, con cuidado de que no me vieran hablando—, la respuesta es afirmativa.
—¿Renzo?
Renzo entrecerró los ojos.
—El que traiciona una vez, puede traicionar mil veces.
—¿Gambler? —dijo ella—. ¿Tobble?
—No me gusta que haya criaturas encadenadas, ninguna criatura —respondió Gambler.
—A mí tampoco —dijo Tobble—. Pero estoy de acuerdo con Renzo en que Luca no es un humano en el que se pueda confiar, ni ahora ni nunca.
—¿Y por qué creéis que están encadenados? —pregunté—. ¿Habrán cometido delitos?
—Posiblemente —dijo Kharu.
—Es de esperarse —agregó Renzo—, sobre todo tratándose de Luca.
—Puede ser que sean esclavos —dijo Gambler—, y en ese caso deberíamos liberarlos a todos.
—No estoy segura de que podamos correr ese riesgo —replicó Kharu negando con la cabeza—. Toda la región estaría en alerta.
—Es un riesgo que vale la pena correr —se justificó Gambler.
Kharu frunció los labios.
—Muy bien.
—Tobble —pidió Renzo—, la corona, por