El trabajo de tu vida. Ignacio Álvarez de Mon

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El trabajo de tu vida - Ignacio Álvarez de Mon Directivos y líderes

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del país, rodeado de problemas cotidianos que tienen que ver con la falta de higiene, la desnutrición y la ausencia de las mínimas condiciones de salubridad.

      La razón de esta carta se llama Ahmed. Él quiere que sepas cómo es su día a día ahora en comparación con lo que era antes. Ahmed tiene nueve años, vive con su madre y dos hermanos menores que él. A su padre se lo llevó la guerrilla hace tres años y no han vuelto a saber nada más de él. Ahmed va a la escuela todos los días; la tiene a una hora de donde vive. Se siente muy orgulloso y optimista; sabe que ahí aprenderá cosas con las que poder ayudar a su familia más adelante. Antes no podía ir a la escuela, no tenía tiempo. Se levantaba muy temprano, a las 5:00 h, y partía en su larguísimo viaje por el desierto que le llevaba seis horas en total, tres de ida y tres de vuelta. ¿Cuál era su destino? El agua. Hoy el agua la tiene a media hora, así que, entre ida y vuelta, en una hora ya está listo para ir a la escuela.

      El agua siempre ha sido un problema para Ahmed, su familia y el poblado en donde viven. Ahmed perdió a dos hermanos pequeños recién nacidos. Murieron de cólera, como más habitantes de la aldea; fue una epidemia tremenda. Aquel año, la escasez de agua fue especialmente intensa y la gente, desesperada, recurrió a cualquier vía para intentar sobrevivir, consumiendo agua contaminada que a la postre fue la que les mató. La madre de Ahmed aún no se lo perdona; estaba desesperada, no sabía cómo calmar la sed de sus pequeños.

      Gracias a tener más agua y más accesible, Ahmed y su familia hoy pueden lavarse, tener una higiene mínima y comer cosas que antes no podían, o al menos no con la asiduidad y seguridad con que ahora lo hacen. Es impresionante ver la cara de satisfacción y de gratitud de Ahmed ahora que recorre cinco kilómetros a diario, una sexta parte de lo que hacía antes. Es increíble, pero la falta de agua, saneamientos e higiene mata cada día a casi 1.000 niños menores de cinco años en todo el mundo.

      ¿Sabes cuál fue la solución? Tu pozo, Daniel, el pozo que tú has financiado, y por tanto ayudado a construir. Sabemos que has creado una fundación que se dedica a posibilitar que más pozos como este se construyan en el mundo, especialmente en África. Ahmed quiere que te transmita que tu pozo es especial. Tu pozo es fuente de vida, les da la vida, a él, a su familia y al resto del poblado; ese pozo es un regalo cotidiano para ellos. Tu pozo además es punto de encuentro y de reunión, donde la gente habla, saben los unos de los otros, se ponen de acuerdo para hacer cosas juntos. Tu pozo es el centro del mundo, de su mundo, todo te lo deben a ti. Bueno, a ti y a Jaime, que fue el ingeniero que lo construyó. Jaime está copiado en este correo por explícito deseo de Ahmed, ya que para él Jaime es tan responsable del pozo como tú. No hay un solo día en que Ahmed no le dé las gracias a Jaime de una u otra forma por el pozo, tu pozo.

      Ahmed me ha pedido que te escriba esta carta de agradecimiento; yo simplemente he hecho de traductor y emisario. He de reconocer que redactarla y enviártela ha sido un ejercicio muy reconfortante. Como te decía al principio, aunque hasta hace un rato no sabía nada de ti, siento como si nos conociéramos de toda la vida. Ese pozo mágico que has ayudado a construir de alguna manera nos ha conectado y, como el agua que contiene, nos da la vida dando sentido a nuestras vidas. En el caso de Ahmed y su familia no se trata de una metáfora: el agua de tu pozo les ha devuelto a la vida.

      Un fuerte abrazo y hasta siempre

      José Ramón

      ***

      18-2-17

      De: Jaime Villamor

      A: Daniel Cortiñán

      CC: José Ramón Zunzunegui

      Querido Daniel,

      Soy Jaime Villamor, el ingeniero. A mí esto de escribir no se me da bien; como buen ingeniero de Caminos, entiendo más de números, cálculos volumétricos y materiales de obra. Lo cierto es que, leyendo la carta de mi amigo José Ramón, me ha surgido un impulso y el resultado de ese impulso son estas letras.

      Tengo algunos mensajes que compartir contigo. El primero es que no sabes lo que reconforta ver la cara de Ahmed estos días, su satisfacción profunda, su rebosante felicidad porque un amigo de España les ha regalado un pozo, tu pozo. Creo que si vieras ese rostro angelical solo unos segundos cargarías tus pilas al menos diez años más.

      Mi segundo mensaje tiene que ver conmigo, y seguramente algo te toca a ti también. La mayor obra de ingeniería del mundo, la más desafiante y complicada, en el lugar más interesante de la Tierra, encargada por el mejor y más prestigioso cliente, no tendría el más mínimo valor comparado con la inmensa satisfacción de haber puesto al servicio de esta pobre gente mi humilde conocimiento construyéndoles ese pozo.

      El tercer mensaje, seguramente es el menos importante por innecesario, pero por si acaso ahí va. Sigue con tu obra y con tu fundación. Hay muchos pozos de agua que construir, muchas vidas que salvar. «Los Ahmed» del mundo esperan y desean que tu labor no cese.

      Un abrazo

      Jaime

      ***

      22-2-17

      De: Daniel Cortiñán

      A: José Ramón Zunzunegui; Jaime Villamor

      Queridos José Ramón y Jaime,

      Ayer fue uno de los peores días de mi vida. Uno de los proyectos más importantes que estamos financiando en Nigeria se ha venido completamente abajo porque la persona encargada de supervisarlo allí ha resultado ser un ladrón; se ha llevado todos los fondos que teníamos destinados al lanzamiento inicial. Por otro lado, una institución financiera española con presencia internacional nos ha denegado unos fondos que eran importantes para cofinanciar con un socio local en Somalia una obra de ingeniería básica que facilitaría el día a día de miles de personas que tardan horas en llegar a sus lugares de trabajo. Por último, y para rematar la faena, uno de mis socios, con el que originalmente me embarqué en esta aventura, va a dejar la fundación pues le han diagnosticado un cáncer muy agresivo en estado muy avanzado de repente, de un día para otro.

      Vuestras cartas han sido el socorrista que te saca de la última ola cuando estás a punto de ahogarte. No podéis imaginaros el bien que me habéis hecho con ellas. Sudán es un país en el que sin duda tendremos más proyectos que financiar y gestionar. Os aseguro que aprovecharé la más mínima ocasión que tenga para dejarme caer por allí y conoceros personalmente. No me perdería la sonrisa de Ahmed por nada del mundo. Esa sonrisa la necesito hoy más que nunca.

      Hace cinco años se murió un hermano mío, el mayor. Mi hermano fue ejemplar en vida y también lo fue a su muerte. Cuando supo que le había llegado la hora, fue llamando a cada uno de sus tres hermanos, yo entre ellos, para despedirse. En mi caso, el mensaje fue tan tierno y tan potente que lo llevo grabado en mi corazón. «Daniel, ya sabes que te quiero y que siempre te he querido. Quédate en paz cada vez que pienses en mí porque así me voy yo, en paz. Creo que después de esta vida nos espera algo bueno en compañía de los seres queridos que nos han adelantado en la marcha. Finalmente, por favor, en la medida que puedas cuida de mi mujer y de mis hijos. Marta es fuerte, lo sabrá encajar pero le vendrá bien sentirse acompañada. Tus sobrinos son buenos chicos, ya lo sabes, pero esto les ha tocado muy pronto en su vida; les llevará un tiempo entenderlo plenamente. Para ellos sí que es una putada. Adiós, hermano, te quiero, gracias por todo».

      Recuerdo haber hablado alguna vez con este ser tan excepcional, mi hermano, sobre si había algo en la vida de lo que se arrepentía. Se quedó pensando y, después de unos segundos, me comentó que tenía la sensación de no haberla exprimido plenamente en cuanto a dedicación profesional. Su trabajo

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