Historia del Breviario Romano. Casimiro Sanchez Aliseda
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3 Plinio el Joven, gobernador de Bitinia (Asia Menor), escribió al emperador Trajano dándole cuenta de las reuniones que celebraban los cristianos de su provincia. Este celebérrimo texto dice así: Affirmabant christiani quod essent soliti, statuto die ante lucem convenire, carmenque Christo, quasi Deo dicere, quibusque peractis, morem sibi discedendi fuisse rursusque coeundi ad capiendum cibum, promiscuum tamen et innoxium, con lo que distingue perfectamente dos reuniones, matutina o eucarística (convenire carmenque Christo dicere), después de la cual se iban a sus casas, y una segunda reunión por la tarde, para el ágape (rursusque coeundi ad capiendum cibum). Epist. ad Trajamum, 96.
Además de estas Vigilias dominicales, en el siglo ii aparecen también las Vigilias nocturnas que transcurrían junto a las tumbas de los mártires. Así lo comunican los cristianos de Esmirna en su carta circular de 156 al dar cuenta del martirio de san Policarpo, considerando cosa corriente celebrar el aniversario del «nacimiento» del mártir con Vigilia junto a su sepulcro. Estas Vigilias se tenían en los cementerios extramuros, y los calendarios antiguos anotan cuidadosamente, junto al día del martirio, el cementerio en que está enterrado, para facilitar la convocatoria de los fieles.
Por último, hemos de mencionar una tercera Vigilia en los días llamados de estación o ayuno, que eran los miércoles y viernes. De ella hablan la Didajé (VIII), el Pastor de Hermas, obra escrita hacia 140, y Tertuliano a cada paso.
¿Qué comprendía el oficio de la Vigilia? Podemos colegirlo por el orden de la Vigilia Pascual, sustancialmente todavía en vigor. La vigilia se inauguraba con el rito del lucernario o bendición de la luz que debía disipar las tinieblas de la asamblea. Seguían una serie de lecturas de la Sagrada Escritura, alternándolas con canto de salmos e himnos, comentario o predicación de los presbíteros u obispo, concluyendo con la oración o colecta. No faltaría tampoco la letanía intercesora, que servía de paso e introducción a la solemnidad eucarística propiamente tal. Tertuliano nos da en pocas frases un esquema de la vigilia: Prout Scripturae leguntur (lecturas), aut psalmi canuntur (cantos), aut adlocutiones proferuntur (predicación), aut petitiones delegantur (letanía).4
4 De Anima, 9.
De manera parecida debían celebrarse las vigilias de los mártires. El autor de la pasión de san Saturnino de Tolosa (mediados del siglo iii) dice que tales fiestas se conmemoraban: vigiliis, hymnis ac sacramentis etiam solemnibus honoramus.5
5 Ruinart, Acta sincera, pág. 109.
De las vigilias primitivas sobreviven actualmente las de Pascua y Pentecostés en las funciones matinales de los sábados precedentes a ambas fiestas, y de las vigilias dominicales aún se encuentran rastros en las misas de los sábados de Témporas.
No deben confundirse las vigilias de que venimos hablando con las vigilias que irían acompañadas de ayuno y preparatorias de determinadas fiestas más solemnes. Estas provienen del siglo v.
Traza primitiva del Oficio divino
Además de la plegaria pública de la Iglesia, que queda reseñada, los autores de los siglos ii y iii recomiendan insistentemente al cristiano la diaria obligación de orar al levantarse y al acostarse. Tertuliano, muerto hacia el 220, llama a tal práctica legitimae orationes. De las mismas tal vez pueda hallarse un precedente en el uso litúrgico judío del sacrificio matutino y vespertino o en las equivalentes costumbres paganas.6
6 Los romanos se reunían con sus hijos y esclavos por la mañana y por la tarde para hacer una plegaria en común. Y los griegos también en tales ocasiones hacían una libación sobre el altar de Hestia, la diosa del hogar.
La Traditio, de Hipólito, confirma sustancialmente los datos de Tertuliano, y Clemente de Alejandría confirma la existencia de tales oraciones, que se hacen ad ortum matutinum y antequam eatur ad cubitus.7 Lo mismo afirma san Cipriano: Mane orandum est, ut resurrectio Domini celebretur... Recedente itcem sole ac die cessante, necessario rursus orandum est.8
7 Strom., 7, 7.
8 De orat domin., 34.
De los textos citados se deduce que tal plegaria matutina y vespertina era más bien de carácter privado, hecha en casa. Lo que no impide para que ciertos días, los domingos, por ejemplo, tales plegarias se tuviesen públicamente, como lo da a entender Hipólito en su Traditio.
A las oraciones referidas hay que añadir las que Tertuliano llama plegarias de origen apostólico, a las horas de tercia, sexta y nona, y a las que los autores anteriormente citados también hacen referencia.9
9 De tempore vero non erit otiosa extrinsecus observatio etiam horarum quarumdam. Istarum dico communium, quae diu inter spatia signant tertia, sexta, nona, quas sollemniores in Scriptura invenire est... Tertuliano, De orat. 25.
Ya la Didajé ordenaba rezar el Pater noster tres veces al día (cap. VIII), según la tradición judía.10 También Daniel oraba tres veces al día, vuelto hacia Jerusalén,11 por lo que podemos retener que en el siglo ii nacieron, de la devoción privada, las tres Horas mencionadas, a imitación de los tres tiempos de plegaria observados por los Apóstoles.12
10 Vespere, mane et meridie... narrabo et annuntiabo tibi. Salmo 54,18.
11 Dn 14,3.
12 Cf. Hechos 2,15; 10,9 y 10,30. Los apóstoles, esperando la venida del Espíritu Santo , «erant perseverantes unanimiter in oratione cum mulieribus et Maria, matre Jesu et fratribus ejus» (Hechos 1,14). Al ser ya constituida la Iglesia de modo definitivo, «todos los hermanos perseveraban en la doctrina de los apóstoles, en la comunión de la fracción del pan y en la oración» (Hechos 2,42). Oraban a horas determinadas (ut oraret circa horam sextam, Hechos 10,9); adscendebant in templum ad horam orationis nonam, Hechos 3,1), etc. Y cuando el ministerio de la caridad les absorbía demasiado tiempo, instituyeron los diáconos, para poder dedicarse ellos desahogadamente, «orationi et ministerio verbi» (Hechos 6,4).
Resumiendo todo lo dicho, tenemos que desde el siglo ii se hacen públicamente los domingos, en la Iglesia, oraciones vespertinas (con el ágape y el lucernario), y de madrugada oraciones matutinas y la misa. Aquí aparecen ya delineados los Oficios de Vísperas y Laudes, que siempre fueron los más antiguos y solemnes de la Iglesia.
Consecuencias de la paz de la Iglesia: los monasterios y las basílicas
A principios del siglo iv, al conceder la paz de la Iglesia el Edicto de Milán (año 313), aumentan el clero y las masas de fieles, se multiplican las iglesias, en las cuales florece el culto de manera pública y regular, y, por último, aparece la vida religiosa organizada.
Todas estas circunstancias han de influir eficazmente en la formación del Oficio divino. Las plegarias que hasta entonces se hacían en las casas y de