Entre justicia y tiempo. Victor P. Unda
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Pero cuando la vida se aflojaba un poco, cambiaba su rutina para pasar más tiempo con nosotros. Aunque en ocasiones ella caía en una depresión, o en otras oportunidades su estado cambiaba drásticamente cuando se alteraba de cualquier cosa. Yo sé que no tenía intenciones de dañar a nadie, y mi padre, que la vio en ocasiones enfadada, también trató de explicarme que la culpa no era de ella. Al parecer estaba batallando en su cabeza, cada momento, sobre su pasado y el presente que estaba viviendo con nosotros, causa principal de su condición cuando trataba de ser honesta. Mi madre era original, afable, pero este veneno que la estaba consumiendo de vez en cuando en su cabeza nos afectaba. Por supuesto, las palabras de mi padre que me ayudaron a entender a mi madre cuando ella cambiaba de temple, eran suficientes para justificar su estado y seguir la vida sin ningún temor.
Yo no la culpo, también me he sentido extraño en esta ciudad de Brooklyn, que era frondoso para mí, una ciudad muy diferente a otras, donde nunca había visto tanta división entre italoamericanos, americanos irlandeses (irish) y puertorriqueños. Yo nací en California, californiano de nacimiento, pero mis vecinos y amigos me preguntaban si yo era americano, al parecer no entendían que California era parte de Estados Unidos, o quizás era porque la mayoría de los latinos vivían en ese estado. En realidad, no estaba seguro, hasta que entendí las razones de ese prejuicio que en muchas de las ocasiones uno lo podía ver en las calles entre algunos grupos de jóvenes que se mofaban de vez en cuando de la abuela cuando me llamaba para entrar a la casa.
Gustavo, que era un compañero de clase y amigo de la cuadra, él pensaba diferente a los otros que les gustaba crear camorra entre ellos. Él nació en Brooklyn, pero descendiente de irlandeses, tenía más clara su película sobre sus raíces, comparados con los otros jóvenes que jugábamos en la misma cuadra cerca del restaurante del señor Saavedra.
A veces pienso que Gustavo era un ángel, ya que en muchas de las ocasiones me defendía de los italianos que me molestaban cuando tenían la oportunidad. Todavía tengo esas marcas en el brazo derecho, hechas por una navaja, cuando me tuve que defender de uno de ellos. En realidad, no tenía la menor idea las razones que tuvo, por lo menos eso es lo que yo me imaginé al principio. Hasta que Gustavo me explicó que estaban defendiendo su territorio, que yo estaba en el lugar incorrecto. Además, se guiaban por un código que ellos mismo habían creado para que no existiera ninguna mezcla entre su cultura o las otras. Cosa estúpida que por primera vez en mi vida escuché. Muchos de ellos tenían caca en la cabeza, defendiendo parte de sus territorios y manteniendo la cultura viva. Al parecer no entendían la palabra diversidad, cosa que causó en mí preocupación y tristeza pensar que solo les interesaba mantener su status quo.
Con el tiempo, aprendí que las cosas en Brooklyn se manejaban diferente. Cuando Gustavo saltó detrás de la espalda de uno de ellos, de inmediato me di cuenta lo fuerte que él era y, en esos momentos, rodeados por cuatro tipos, pude encarar a uno de ellos en la muralla pegándole en la cara con mi puño derecho e izquierdo. Todo había terminado ahí cuando mi compañero se encargaba del resto de los otros jóvenes, que ya tenía a dos en el suelo, y el último, que salió arrancando. Con mi camisa pude parar la sangre que estaba saliendo de mi brazo y, con rapidez, Gustavo me acompañó a mi casa para cerrar la herida.
Brooklyn a veces era peligroso, cosa que no estaba acostumbrado haber esa violencia en California, en realidad eran más relajados, pero aquí era mucho más difícil, la vida no era fácil, se podía ver en sus propias caras de la gente cuando caminaban desde un lado para otro en esas veredas cubiertas de blanco.
Desde ese incidente, Gustavo me enseñó a cómo sobrevivir en las calles, aunque mi padre me recordaba que no debería de pasar mucho tiempo. Yo sabía que tenía que aprender tarde o temprano, y fue con él donde conocí más el lugar. Me presentó su “banda”, pero no eran como los otros, en realidad sus principios eran proteger el barrio y ayudar al más desvalido. Por lo menos eso es lo que entendí. Su familia era grande, amigos que de vez en cuando se reunían en la esquina de la cuadra donde yo vivía para jugar a los dados por algunos dólares.
Yo tuve que tomar una decisión, y esa entereza me ayudó a protegerme, ya que a finales de los 30 la vida no era muy fácil, uno debía tener amigos o la vida se podía poner muy dura en las calles, cosa que yo no estaba dispuesto a quedarme con los brazos cruzados, después del incidente que tuve, fue la única forma de sacarme a otros abusivos de mi espalda.
Chicago
La vida de mi madre se inició en el corazón de Chicago en 1910, la ciudad era muy afable, la distracción de la música en los mejores salones de entretenimiento, los hoteles lujosos, tiendas comerciales con sus grandes ventanales de vidrio que exhiben sus mejores prendas de ropa, fueron esas las principales tiendas que iluminaban un sector de la ciudad de forma afectiva. Fue en ese lugar, en la parte alta de la sociedad, donde fue conferida la abuela Ángela por la bisabuela a una madrina a la que ni el demonio quería ver. Hasta la había apodado la Coto, un sobrenombre que nunca entendí, quizás estaba relacionado a lo dura y ruda que era. Pero, de alguna forma, confiaban en esa mujer que se había criado entre la religión y el fanatismo en Puerto Rico.
La vida de la Coto no fue fácil, cada día salía a trabajar temprano por la mañana hasta el amanecer, besarles los zapatos a sus patrones para proteger su trabajo más sucio de su vida. Estaba a disposición de ellos casi todo el tiempo, porque tenían dinero para pagar unas migajas, cosa que ella se irritaba mucho por la injusticia. Tan solo le alcanzaba para sobrevivir en la isla, repetía una y otra vez en su cabeza cuando realizaba sus tareas de la casa. En muchas de las ocasiones se sentía cansada de lo que estaba pasando, se había convencido de que la desigualdad estaba subiendo más, lo podía ver y sentir cada día en las calles, gente muriéndose de hambre, algunos con sus hijos en los brazos pidiendo limosna en casi todas las esquinas de su cuadra, y otras que se prostituían por unos cuantos dólares para sobrevivir. La Coto sabía lo que estaba pasando, y estaba convencida de que las diferencias entre ellos y ella eran abismales, donde la mayoría de las requisas de Puerto Rico solo se concentraban en la alta sociedad y no en la suya. Estaba convencida de que esa gente solo quería mantenerlos abajo todo el tiempo, con la única intención de no volverse en contra de ellos y mantener sus privilegios, que han conservado por generaciones. Era claro que dividir la torta de la forma más equitativa no estaba en los planes de los más acaudalados.
Hoy le llegó el día de su suerte, al parecer nunca pensó que una oportunidad así se le presentaría. Fue un golpe brusco donde pudo ver con exactitud lo que iba a pasar y, si no lo hacía, nunca iba a salir de ese hoyo que la estaba acabando. Una caravana de hombres que venía de Chicago a la isla concretó la venta sin que Ángela se diera cuenta del plan que esta mujer diabólica tenía. La Coto le prometió a Ángela que esos hombres la cuidarían hasta que ella tuviera suficiente dinero para vivir juntas. Le dijo que se iba a demorar algunas semanas para reencontrase de nuevo con ella y vivir una vida mucho mejor en Chicago.
En la isla, la religión era muy importante, quizás fue una de las razones que contribuyó en que Ángela confiara en la Coto, ya que era una ferviente religiosa, pero ya era muy tarde, las cicatrices habían marcado su alma y, sin remordimiento, engañada por esta mujer, Ángela fue cedida para trabajar como empleada para una familia de negocios en Chicago. Esta mentira la ayudó a ganar dinero. Pensó que había hecho lo correcto, pero la desgracia le había golpeado la puerta bruscamente, después de que su familia se enterara de lo que hizo. Brevemente fue despojada de la casa de ella y desterrada de la iglesia, que mantenía una cercana relación desde pequeña.
Ahí, en esa casona inglesa, donde mi madre nació y donde mi padre la conoció mucho más tarde. Al inicio, Ángela tuvo que rebuscárselas para aprender el idioma y cumplir las demandas de sus patrones. Todo era muy diferente, la calidad de vida que ellos llevaban era muy distinta a su vida anterior,